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Salvan y transforman las vidas de aquellos que no tienen voz

martes 06 de agosto de 2019 | 8:00hs.
Salvan y transforman las vidas de aquellos que no tienen voz
Salvan y transforman las vidas de aquellos que no tienen voz
Los ojos de Tomás parecen salirse de su órbita. Él sabe que algo malo está por pasar porque lo agarran fuerte del pecho. Mira de reojo y ve que el señor de guardapolvo tiene una jeringa en la mano y la golpea con el dedo índice.

De golpe siente cómo la aguja entra en su nalga y se esparce un líquido caliente. Tomás se asusta y quiere soltarse de las manos que lo apretan. El hombre malo de guardapolvo de golpe se transforma en otra persona, le da un beso en la frente y le dice “ya está, ya pasó mi corazón”. Saca de su armario un sobrecito con las más ricas golosinas y se las regala.

Todo se terminó y es hora de irse. El doctor sigue mimando a Tomás y no parece ser tan malo, así que pega un salto sobre el escritorio en agradecimiento de las golosinas. Todos se ríen y recibe más caricias.

El hombre que pone inyecciones no es tan malo como parece, tiene en su consultorio muchos juguetes, golosinas y muñecos. Todos los regalos que recibe tienen la forma de perros, gatos y todos los animales de la selva. A Tomás le empieza a gustar su doctor y piensa que lo trata bien, le gusta ese humano, que es mucho más humano que quienes lo abandonaron en la puerta del refugio.

Aquellos que comprendieron que el dolor no es sólo humano hoy celebran su día. Doce horas diarias luchan contra la indiferencia de otros humanos ante el maltrato y abandono de quienes no tienen voz y también ayudan a los adoptantes responsables a mantener la salud de sus mascotas. Sus pacientes no hablan, no dicen dónde les duele y no cuentan qué les pasó, ni qué comieron, ni qué travesura hicieron, ardua tarea de curar en silencio.

El 6 de agosto es el día en que se celebra su trabajo y esto se debe a que en 1883 se iniciaron los cursos en el Instituto Agronómico Veterinario de Santa Catalina, en Llavallol, provincia de Buenos Aires. Fue la primera escuela de estudios superiores de veterinaria del país.

El gran desarrollo que tuvo la actividad agropecuaria de fines de siglo en el país hizo crecer la demanda de profesionales capacitados y por eso, se hizo necesaria la creación de instituciones que pudieran formarlos en la Argentina.

Durante años se celebró la fecha como recordatorio de la iniciación de la carrera en el país y como tal se la consideró por muchos como día del veterinario. No obstante, varios fueron los intentos de establecer otro día, pues el 6 de agosto también era compartido por los agrónomos que tenían el mismo motivo para su celebración. Sin embargo, en 1983 y mediante un decreto de ley del gobierno nacional se estableció el 6 de agosto como día del veterinario argentino.