Paz cercada por las dudas

domingo 14 de octubre de 2018 | 6:00hs.
Los actos para desterrar  las acciones violentas en  Colombia están en una    encrucijada: se cumplen las promesas económicas y  sociales o vuelven los fusiles
Los actos para desterrar las acciones violentas en Colombia están en una encrucijada: se cumplen las promesas económicas y sociales o vuelven los fusiles
Martín Medina

Por Martín Medina Politólogo

Los acuerdos rubricados en Colombia en el 2016 entre los referentes máximos de los guerrilleros que componían las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el por entonces presidente colombiano Juan Manuel Santos buscaban terminar la lucha de más de cinco décadas que dejó por lo menos 220.000 muertos y casi seis millones de desplazados. Pero persistía un temor detrás del pacto de paz: que muchos de los miles de combatientes que obtuvieron la llamada amnistía no permanecieran dentro de la vida civil y retornaran tanto a las selvas como al uso de las armas para intentar imponer sus ideales a través de la fuerza.
El grupo de estudios académicos Dentro del Crimen, que analiza el accionar de los grupos delictivos organizados en Colombia, estima que hay más de 2.800 guerrilleros disidentes de las Farc, es decir aquellos que no aceptaron los últimos acuerdos de paz firmados; esa cifra representa casi el 30 por ciento de todos los milicianos que tenía el grupo antes de los pactos.
Junto con el rearme de los grupos díscolos, otro es el factor que levanta las sospechas de la población civil: las impensadas alianzas que se están concretando entre grupos que antaño eran más que antagónicos.
Según un artículo publicado por el New York Times en español, “algunos de los rebeldes ahora portan la insignia del Frente Virgilio Peralta Arenas, banda criminal a la que las autoridades acusan de masacrar a civiles y de narcotráfico. Ese grupo alguna vez peleó contra las Farc, pero los rebeldes dicen que ahora trabajan juntos para fines de protección mutua. Eso podría significar que en un futuro no tan lejano los ex guerrilleros se asemejen más a un grupo de delincuencia organizada que al ejército de marxismo revolucionario que establecieron en los años sesenta”.
De acuerdo a la ya referida publicación, “esto es parte de la historia trágica de Colombia: un modo de violencia que se transforma en otro ante la ausencia de un Estado legítimo. Los acuerdos de paz son una oportunidad que puede o no ser aprovechada, y aquí eso se va perdiendo día por día”, aseguró Cynthia Arnson, quien se desempeña como directora para América Latina del Centro Woodrow Wilson.
Otra cuestión cardinal se centra en el accionar ambivalente de los líderes de los grupos revolucionarios. Un ejemplo es el de Iván Márquez, el segundo de las Farc, uno de los ex guerrilleros de alto mando que posee un paradero desconocido en los últimos días: no fue visto en más de un mes y muchos temen que retornó a la lucha armada. “Si Iván Márquez deja el proceso de paz y se une a los disidentes, entonces todo el proceso podría fracasar”, aseveró de su parte Jeremy McDermott, codirector de la organización Dentro del Crimen. Aunque dentro de los propios díscolos impera una idea: están en conocimiento que no poseen ni el armamento, ni la cantidad de apoyos civiles ni la logística para pretender derrocar a las autoridades, ni siquiera de mantener la lucha constante contra los uniformados del Ejército ni contra las fuerzas policiales provinciales.
El presidente Iván Duque, durante su visita al Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) en el municipio de Fonseca en La Guajira, les manifestó su compromiso a los ex miembros de la antigua guerrilla de las Farc. “Vamos a cumplir a los que genuinamente están realizando su proceso de reincorporación con verdad y no con armas”, dijo el presidente en la reunión con los ex miembros de las Farc. El mandatario llegó al ETCR el viernes pasado en las horas de la mañana acompañado del enviado especial de la Unión Europea, Eamon Gilmore; el jefe misión de la ONU, Jean Arnault, y la embajadora de la Unión Europea, Patricia Lombart.
El sostenimiento económico de los ex combatientes de las Farc que se acogieron al acuerdo de paz es para la misión de verificación de Naciones Unidas en Colombia, uno de los puntos más graves de la implementación que necesita atención y solución urgentes. Así lo expresó Arnault ante el Consejo de Seguridad de ONU. “La mayoría de quienes están en el proceso de reincorporación no tienen más perspectiva económica que el estipendio mensual que reciben y que terminará en agosto del año próximo”, indicó Arnault.
Otra preocupación se centra en la escasa implementación de proyectos productivos que deberían ser la solución económica para la reintegración de por lo menos 14.000 ex combatientes.
Según explicó, “de las tres decenas de proyectos presentados, sólo 17 se han aprobado y sólo dos tienen la respectiva financiación”.


Opinión

Asesinatos de líderes sociales

Después del acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), la evidencia de que Colombia aún no goza de una “paz estable y duradera” se verifica en la violencia sistemática contra líderes sociales. Desde el 1 de enero de 2016 al 22 de septiembre de 2018, la Defensoría del Pueblo registró el asesinato
de 363 líderes sociales y defensores de derechos humanos. Esta situación es señal de la persistencia del conflicto y debe llamar la atención porque todo ocurre a los ojos de un gobierno que habla de paz diciendo guerra.
Los asesinados eran líderes locales o regionales encargados de la organización comunitaria, la promoción y defensa de los derechos humanos, representantes de sus pares en los reclamos colectivos en contra de políticas de grandes mineras o de mineras ilegales, directos colaboradores de las políticas públicas que hacían parte del diseño institucional que siguió el acuerdo con las Farc.
Estas mujeres y hombres lideraban programas de sustitución de cultivos ilícitos o estaban a cargo de programas de restitución de tierras en los que se beneficiaba a familias campesinas que habían sido desplazadas por el conflicto armado.
Además algunos de estos líderes tenían el rol de organizar a los miembros de su comunidad en torno a la defensa de sus derechos colectivos o de reunir los reclamos contra amenazas en sus territorios, como la que hoy representa la explotación de yacimientos no convencionales de hidrocarburos.
No es casualidad que un informe haya señalado que los “conflictos por tierra, territorio y recursos naturales” estuvieron vinculados con el 83% de esos homicidios. Eran promotores activos de paz que, con sus acciones, estaban construyendo las condiciones para el tránsito entre vivir en medio de un conflicto armado a un futuro posible de “posconflicto no armado”.
La generalidad de estos hechos ocurrió en zonas con mayoría de población indígena, campesina o afrocolombiana, pueblos históricamente empobrecidos, con dificultades de acceso a servicios básicos que debían ser provistos por el Estado Social de Derecho, según la Constitución de 1991. Los hechos han ocurrido allí donde existe una presencia de facto de diferentes grupos armados, y cuya economía no ha sido diversificada sino que ha estado más orientada a los monocultivos. Se trata de lugares en los que, en algunos casos, el cultivo de coca ha empleado a una importante proporción de sus pobladores.
Por ello, son puntos estratégicos de la compleja red de producción y distribución del tráfico de drogas ilícitas.