Iluminados (sobran en Argentina)
Los iluminados fueron integrantes “intelectuales“ de una sociedad secreta del siglo XVlll. Pretendían erradicar creencias, religiones y gobiernos con la intención de crear un nuevo orden mundial. Con ese fin, el grupo se juntó en una casona y entre cuatro paredes elucubraron teóricamente como debía ser la vida de los hombres de aquí en adelante. Según esa planificación universal cada persona lograría la perfección.
Lógicamente los propósitos eran conocidos por ellos únicamente, el resto debían aceptar y cumplir como en la actualidad ejercen los gobiernos totalitarios.
La idea no prosperó porque el único iluminado murió en la cruz hace dos mil y pico de años. Pero en estos tiempos modernos en el país del Plata, no de la plata, algunos grupos se atribuyen la condición de sucesores históricos sin importarles un rábano las consecuencias. Son los que afloran en el poder central y se desparraman por el Ministerio de Economía con sus fórmulas y alquimias teóricas que han dejado el tendal de pobres de toda pobreza a lo largo y ancho de nuestra Argentina, sumados a otros tantos indigentes que pululan por las calles en busca de comida.
Todos ellos injuriados por la inflación que acogota sin misericordia a los asalariados, pese que el actual gobierno ha logrado bajar la tremenda inflación de años a la actual del 8,8% que sigue siendo alta.
Ninguno de ellos, salvo Lavagna en parte, ha podido resolver ni tan siquiera encontrar algún viso de solución desde antes y después de la democracia reconquistada. Deleznable situación que opaca los sentidos hasta del tipo más indiferente. En aquel tiempo de la democracia reconquistada se hubiera hecho entre todos los partidos políticos un pacto tipo la Moncloa. No se hizo. Y al pobre Alfonsín le hicieron tantos paros y zancadillas que tuvo que renunciar antes de que expirara su gobierno. ¿Los sucesores? Dejaron esta Argentina decadente del presente.
Los iluminados son como los fantasmas, desaparecen por algún tiempo y vuelven a aparecer. Estamos observando en la fauna nacional.
Debido a la pobreza en Argentina no hay nada de que alegrarse. Pues, después de 41 años de la democracia, Unicef revela una realidad que golpea el alma: el 60% de los chicos argentinos son pobres (6 de cada 10), coincidente con los números que da la UCA (Universidad Católica Argentina, la universidad del Papa Francisco).
La cifra estremece, pues son millones de seres humanos entre recién nacidos y los 17 años de edad que sufren esta despiadada humillación. Y sus padres, el lumpen de los marginados sociales, se debaten entre el límite de conseguir trabajo o delinquir.
Este real presente es una vergüenza en el país de las vacas y los cereales que supo alguna vez ser considerado el granero del mundo. Y al revés de la trama, algunos se jactan de que producimos alimentos para abastecer a cuatrocientos millones de habitantes. Entonces, ¿dónde está la distribución equitativa de los medios de producción, por lo menos en el rubro de alimentos?
Y los argentinos, en lugar de usar la inteligencia en cómo solucionar la maldición de esta maldita vergüenza crónica, entre nos, la grieta ideológica continúa en forma exasperante sin atisbo de menguar este problema denigrante, al menos discutir soluciones que la seriedad requiere.
Así nos va, pues nadie asume yerros. No hay autocrítica, ningún mea culpa, ningún tipo de catarsis responsable y todo sigue igual en nuestro mundo de inimputables, donde asistimos boquiabierto que eximios retóricos de la farsa se animan a exhibir el pensamiento soberbio de “hemos gobernado bien.
Debemos hacer acto de contrición y asumir que estamos mal, muy mal, pero, aun así, se debe priorizar y solucionar urgentemente la alimentación de millones de hermanos hambreados. En consecuencia, tener in mente la lucha constante para efectivizar en la práctica la disminución del hambre y no quede en la trivial retórica de siempre.