Elpidio González, ejemplo de hombre público

miércoles 04 de agosto de 2021 | 6:00hs.

EL 1 de agosto de 1875 nació en la ciudad de Rosario Elpidio González, radical hasta el caracú, ostentó por siempre la fidelidad al apotegma de su partido “que se rompa pero que no se doble”. Sin embargo, hoy, correligionarios, sobrellevando el peso de su conciencia, se doblegaron.

Luego de recibirse de bachiller en el Colegio Nacional se trasladó junto a su madre a Córdoba donde estudió abogacía, para luego recibirse en la Universidad Nacional de la Plata. De prosapia radical, su padre, el coronel Domingo González, fue un viejo soldado federal del Chacho Peñaloza que había participado en 1893 en la revolución radical de Rosario y, Elpidio, estuvo a su lado en lo que sería su primera escaramuza revolucionaria, ya que después se volvería a jugar en la revolución de febrero de 1905 en Córdoba, convirtiéndose en el referente del radicalismo local. De ahí deviene su gran amistad con don Hipólito Yrigoyen, quien en su presidencia lo nombrará ministro de Guerra. En 1922 fue compañero de fórmula de Marcelo Torcuato de Alvear, cuando éste fuera elegido presidente de la Nación. Al hacerse cargo de la vicepresidencia su patrimonio era poco más de 350.000 pesos. Patrimonio que perdió en 1930 con la revolución de Uriburu al estar preso por dos años, ya que al salir en libertad se encontró con la friolera deuda de 65.000 pesos, motivo por el cual le remataron su única casa. Su situación económica no mejoró, al contrario, se vino en picada y para ganarse la vida tuvo que vender ballenitas y anilinas Colibrí en las plazas del centro y en los tranvías. Vivía en una casa de pensión por la Avenida de Mayo, después demolida para ensancharla y hermosearla como un paseo madrileño. Desamparado, tuvo que migrar a otra paupérrima pensión de mala muerte donde vivió hasta el resto de su vida.

No obstante, mientras vivió alejado del poder, siguió en el métier de vendedor de baratijas callejero. Enterado el presidente Agustín Pedro Justo, ordenó que le entregaran un sobre con dinero. Elpidio respondió: “No voy a permitir que me ofenda el presidente ni nadie, por más buena voluntad que haya en el medio”. Debido a esta circunstancia se aprueba la ley que establece la pensión vitalicia para los ex presidentes y vicepresidentes; y cuando le comentan que de ahora en más cobrará 2.000 pesos de jubilación por sus funciones, dio esta respuesta: “No, yo no puedo aceptar eso. Hay que servir a la Nación con desinterés personal, y después de disfrutar el honor de haber sido presidente o vice, no se le puede exigir al Estado que nos mantenga con altos sueldos vitalicios. Esa fue la razón por la cual envía una carta al mandatario de la República, en ese entonces Roberto Ortiz, en estos términos: “Cúmpleme dejar constancia ante el señor Presidente, mi decisión irrevocable de no acogerme a los beneficios de dicha ley. Al adoptar esta actitud cumplo con íntimas convicciones de espíritu. Jamás me puse a meditar acerca de las contingencias adversas que los acontecimientos me pudieran deparar. Confío en poder sobrellevar la vida con mi trabajo, sin acogerme a la ayuda de la República, por cuya grandeza he luchado, y si alguna vez he recogido amarguras y sinsabores me siento reconfortado con creces por la fortuna de haberlo dado todo por la felicidad de mi patria. Confío en que, Dios mediante, he de sobrellevar la vida con mi trabajo, sin acogerme a la ayuda de la República por cuya grandeza he luchado y que, si alguna vez he recogido amarguras y sinsabores me siento reconfortado por la fortuna de haber dado todo por la felicidad de mi patria”.

Claro mensaje ético, de un hombre que actuó en la función pública.

En cuanto a los vicepresidentes, en la historia argentina también tuvieron “sus historias”. Se destacó Carlos Pellegrini, creador del Banco de la Nación Argentina, que debió asumir la presidencia tras la renuncia de Miguel Juárez Celman. En su mandato normalizó a un país que estaba cerca de la bancarrota, sacándolo de una profunda crisis. Otro ejemplo es el del cordobés José Figueroa Alcorta, al completar el mandato del fallecido Manuel Quintana. También existieron enfrentamientos entre presidentes y su vice. El de Roberto Ortiz con el tozudo vice Ramón Castillo, quien se peleó porque el primero pretendía dar transparencia en los comicios en una época signada por el fraude. Otro choque fue el de Arturo Frondizi con su vice Alejandro Gómez, renunció a su cargo a poco de asumir por serias desavenencias con la política petrolera llevada a cabo por Frondizi. Y Carlos “Chacho” Álvarez se borró de su cargo por disidencias con Fernando de la Rúa durante la crisis más tremenda desde que se reiniciara la democracia en 1983. Yo me borro, dijo el jefe de la CGT Casildo Herrera cuando voltearon a Isabel. El Chacho lo imitó.

Por último, el de Julio Cobos con Cristina Fernández de Kirchner, luego de votar en contra de la Resolución 125 en la gran crisis del campo. Sin embargo, la contracara de Elpidio González fue el penúltimo vicepresidente Amado Boudou, hombre acostumbrado a la ostentación y a los excesos, lo metieron preso por cohecho y por realizar negocios incompatibles en la función pública.

Ante esta realidad de corrupción casera, se agiganta la figura de Elpidio González. Es la síntesis moral de un hombre probo en la función pública que trabajó y luchó por el bien común, con errores y aciertos, pero con la dignidad intacta de haberlo intentado todo aún en perjuicio de sus intereses personales, razón por la cual merece el reconocimiento y respeto de la ciudadanía de la Nación Argentina.

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