La tiranía del mérito

sábado 31 de julio de 2021 | 6:00hs.

Michael Sandel, filósofo norteamericano, pregunta ¿qué salió mal? No solo con la pandemia, sino con nuestra vida cívica. ¿Cómo llegamos a este momento político tan polarizado? En las décadas recientes se ha profundizado la división entre ganadores y perdedores, lo cual ha contaminado nuestra política, y nos ha dividido.

Esta división, en parte, tiene que ver con la desigualdad; pero también tiene que ver con las actitudes de ganadores y perdedores que son parte de ella. Aquellos que alcanzaron la cima han llegado a creer que obtuvieron su éxito por cuenta propia, como medida de su mérito, y que aquellos que perdieron, sólo pueden culparse a sí mismos. Esta forma de concebir el éxito surge de un principio aparentemente atractivo: si todos tienen las mismas oportunidades, los ganadores se merecen sus triunfos. Esta es la base del ideal meritocrático.

Claro que la realidad no es así. No todos tienen las mismas oportunidades para sobresalir. Los niños que nacen en familias pobres suelen permanecer en la pobreza al crecer. Los padres acaudalados les pueden ceder sus ventajas a sus hijos… La meritocracia corroe el bien común; conduce a la arrogancia entre los ganadores y a la humillación entre los que salen perdiendo; motiva a los exitosos a jactarse demasiado de su éxito, a olvidar la suerte y la buena fortuna que los ayudó en el camino.

“Si quieren competir y vencer en la economía global, vayan a la universidad”. “Sus ingresos dependen de lo que aprendan”. “Pueden lograrlo si lo intentan”. Estas élites pasan por alto la ofensa implícita en esos consejos. Si uno no va a la universidad, si uno no crece en la nueva economía, el fracaso es culpa suya… Tenemos que reconsiderar tres aspectos de nuestra vida cívica: el rol de las universidades, la dignidad del trabajo y el significado del éxito. Casi dos terceras partes de los estadounidenses no tienen título; es absurdo crear una economía que hace del título universitario una condición necesaria para tener un trabajo digno y una vida decente. Alentar a la gente a ir a la universidad es algo bueno; pero esta no es la solución para la desigualdad. Deberíamos preocuparnos menos por preparar a las personas para un combate meritocrático y enfocarnos más en mejorar la vida de las personas que no tienen un título pero que contribuyen de manera esencial a la sociedad.

Deberíamos renovar la dignidad del trabajo y ponerla en el centro de nuestro enfoque político. Martin Luther King Jr., después de una huelga de trabajadores sanitarios en Memphis, reflexionó: “La persona que recoge nuestra basura es, a final de cuentas, tan importante como el médico, pues, si no hiciera su trabajo, las enfermedades se multiplicarían. Todos los trabajos son dignos”. Debemos recordar que trabajar no es sólo ganarse la vida. También es contribuir al bien común y ser reconocidos por ello.

Pablo Martín Gallero
Puerto Rico

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