Posadas del ayer, Posadas hoy

miércoles 24 de marzo de 2021 | 6:00hs.

Nos criamos en Posadas del ayer de pantalones cortos, la pandorga, la bolita, la figurita, el trompo. De cuando las niñas jugaban a las muñecas, o hacían de madres hacendosas y, de vez en cuando, nos mezclábamos con ellas a las escondidas, al juego de la rayuela, o al “que salga la dama, dama”; aunque algunos desechaban por ser juegos de nenas; eufemismo para no herir susceptibilidades. 

Aquella ciudad del ochenta por ciento de calles del centro cubiertas de ripio; de cunetas con anguilas que se escurrían al son del coro de ranas y sapos; y en los anocheceres las taca-taca zigzagueaban lucecitas intermitentes.

La niñez de la pelota de trapo primero y la de cuero con tiento después, que lucíamos bajo el brazo para enfrentarnos al equipo rival en la canchita del barrio. De los miércoles de cine en el Teatro Español; gritando como marranos porque daba la serie que invariablemente concluía hasta el capítulo siguiente, cuando el tropel de indios a punto estaba de alcanzar al cowboy, o el tren echando humo amenazaba descuartizar a la chica atada sobre los rieles.

Íbamos felices con dos pesos en el bolsillo, uno para la entrada y otro para el helado en la heladería Kanty, o la porción de pizza en lo de Rocco, pizzería que nos enseñó a comer el delicioso manjar. ¿Los viernes? Día fémina; de concurrencia al cine de mujeres y chicas donde no asistíamos para evitar ser señalados de afeminados; a cambio enfilábamos a la plaza a entreteneros con el “cachado”. Época del noviazgo fugaz con la vecinita de la cuadra a guiños de ojo, y si nos cruzábamos nos poníamos colorados. Deleitaba el paseo en bañadera por calle Colón tupido de árboles semejando un túnel desde Mitre hasta el parque, similar a la mayoría de las calles. Del yo señorita, yo señorita para demostrar a la maestra que por fin habíamos estudiado; y la señorita nos hacía mostrar las uñas si teníamos cortas y limpias.

Saudades que afloran en el alma cual destellos evocados con sonrisas de quienes peinamos canas; recordando que sin darnos cuenta pasamos de la niñez, de poca responsabilidad, al secundario de enseñanza media de mayor compromiso y el obligado pasaje hacia la juventud. Etapa que llegamos con la ciudad de iguales costumbres, siestas largas, poco más extendida, algunos edificios nuevos, pero mostrando su igual fisonomía.

Momento en que las modas imponían los vencedores de la segunda guerra mundial, cuya expresión máxima fue la música de jazz y el rock and roll, ritmo que conmocionó al mundo juvenil. A ese compás aparecieron los petiteros del pantalón ajustado que no alcanzaban los tobillos, y del saco cortón con dos tajos al costado.  Surgieron los asaltos bailables en casas de familias y la barra de amigos ingresaba a las comparsas de carnaval en los clubes: Social, la Casa Paraguaya y el Progreso. Los corsos comenzaban por calle Bolívar unos metros antes de Junín sin asfalto, y las comparsas se extendían más allá del almacén de los Améndola. Inveteradamente anunciaba la función el estallido de la bomba a las 21 horas y finalizaba al paso de la última formación. Otro estallido a la hora de la siesta avisaba el comienzo del juego de agua y a las 18, cuando cesaba, lapso que en tropel las mujeres por un lado y los varones por otro iniciaban batallas campales de bombitas y baldazos.

Para nuestra alegría se abrió Carrousel, la primera confitería bailable, en la planta alta del City Hotel. Una novedad que después de un tiempo emigró al lado del café Tokio, inaugurando mesitas en la calle, pues la plaza 9 de Julio quedó apotrerada con alambres por refacción a cargo de Cacho Pomar y Tito Morales, iniciando el olvido de la vuelta al perro. Toda una etapa que prosiguió con jóvenes camino a la colimba y de aquellos que fueron a estudiar a las universidades de otras provincias.

Los que quedaron se ubicaron en puestos de trabajos y otros menesteres; los que partieron volvían en las vacaciones para reencontrarse con la misma ciudad que los vio partir. Sin embargo, ésta, comenzó a cambiar a mediados de los 60, cuando dio comienzo al asfaltado de las calles dentro de las cuatro avenidas y, al compás de tal decisión, el progreso siguió su curso hasta el momento actual, en el cual se observan grandes cambios en su vieja fisonomía. No solo en renovados paseos, también en modernos y altos edificios, y la inigualable y magnífica costanera, con la gran figura de Andrés Guacurarí, dando el toque de ciudad moderna. Al ritmo de su crecimiento brillan titilantes las luces del centro y los carteles luminosos se multiplican por doquier, sufriendo los árboles de la buena sombra la tala indiscriminada. Al mismo tiempo, las arterias se ven colmadas de ruidosos vehículos de cuatro ruedas de todos los tamaños, cuyos conductores se desesperan por llegar primero al semáforo siguiente. Compiten espacio con las zigzagueantes motos de escapes libres que atruenan de infernal ruido y con las lentas bicicletas a quien nadie respeta; en tanto, a los desaprensivos automovilistas les importa un bledo la seguridad del peatón.

La seguidilla de accidentes lo atestigua, producto de inconscientes que toman las avenidas como autódromos y colectiveros que se pasan unos a otros generando anarquía en el tráfico. Tal lo ocurrido el domingo 28 de febrero a las 8 de la mañana, cuando arrollado por un ómnibus falleció el buen amigo y vecino Piló Nelli. Símil a la muerte del niño mbya guaraní en la avenida Santa Catalina. A estas muertes se suma el de la vecina Mary Sokol, embestida semana antes por una moto que salió de la nada por calle Feliz de Azara. Y el alma de nuestra querida artista Teresa Warenycia, muerta el 18 de marzo de 2015, por temulentos asesinos al volante, todavía espera justicia.

Razonablemente no busquemos culpables, los pobres inspectores de tránsito no dan abasto; más cuando el infractor les espeta ¿usted sabe con quién trata? Convengamos, los culpables son los irresponsables conductores al volante, promotores de provocar el caos vehicular en la ciudad.

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