No es bueno reírse de nadie

domingo 31 de julio de 2016 | 6:00hs.

Como si hubiera sido el encuentro de Yatasto entre Belgrano y San Martín, esta semana los medios de la Argentina le dieron espacio al abrazo entre Marcelo Tinelli y Mauricio Macri. Todo el mundo ha opinado, algunos para bien pero la mayoría para mal. Si está bien que el Presidente gaste su tiempo en estas tonterías, si deben o no sacarse una foto juntos y subirla a Snapchat, si pueden reírse o deberían llorar…
Todo empezó porque el Presidente se quejó amargamente de las imitaciones de Freddy Villarreal, un gracioso que lo imita bastante mal en la sección Gran Cuñado de Showmatch, el clásico programa ómnibus de Tinelli, que consiste básicamente en unos señores mayores riéndose de cosas de adolescentes (será que todavía no consiguieron superar esa etapa de la vida…) Es otro tema, pero déjeme que haga esta observación completamente subjetiva y perfectamente discutible: es un drama argentino que el programa de Tinelli tenga el rating que tiene.
A los dos días de quejarse el Presidente de las imitaciones de Villarreal, Tinelli apareció en la Quinta de Olivos para amigarse con el presidente. Joaquín Morales Solá dijo en La Nación  que son dos buenos actores; Fernando González dijo en El Cronista que el país del 40% de inflación no está para morisquetas en Snapchat; y Jorge Lanata dijo en Clarín que si se toman los chistes en serio gana Tinelli y pierde el Presidente. De hecho Tinelli venía cayendo y todos suponen que ahora volverá a subir.
Estas críticas a la conducta del Presidente me hicieron acordar a un amigo periodista que tiene nombre y apellido de un prócer muy conocido por ser su descendiente directo. Vivía caliente porque todo el mundo le explicaba cómo debe actuar quien lleva ese nombre y apellido y contaba amargado que el que se llama como el prócer es él y por tanto ser él mismo significa actuar como quien lleva ese nombre y ese apellido. Muchas veces los argentinos queremos que en materias opinables los demás hagan lo que a nosotros nos gustaría y criticamos ácidamente las conductas que no están de acuerdo con nuestros gustos, en lugar de dejar que la gente haga lo que quiera aunque a nosotros no nos guste. Nunca voy a entender esta manera aburrida y estéril de ver la vida propia y la de los demás porque es evidente que es mucho más divertida y fecunda la polinización cruzada que la endogamia.
Quizá haya sido la falta de costumbre. Hace apenas un año si alguien imitaba “de mala manera” a la presidenta, en lugar de invitarla a Olivos le hubieran mandado la Afip a revisarle las cuentas. Ahora, en cambio, resulta que el presidente hizo lo que hacen los boxeadores para protegerse de los golpes cuando los están moliendo a palos: se abrazan a su contrincante. Ya se ve que cada uno tiene su propia estrategia y no por eso los vamos a criticar, que las cuentas hay que tenerlas en orden siempre y no solo cuando se critica al gobierno.
Pero es justamente lo de las críticas al gobierno lo que me preocupa, porque una cosa es criticar y otra muy distinta ridiculizar.
No hay nada más eficaz para minar el poder que reírnos de los poderosos. Por eso todos los autoritarios combaten el humor político y por las dudas haya dobles intenciones censuran todo lo que pudiera parecer cercano al humor: si no entienden un chiste piensan que se están riendo de ellos y mandan a la cárcel al que lo formuló. Con los corruptos pasa algo parecido: como redoblan la apuesta en lugar de negar su inmoralidad no queda otra que acudir a la sátira para criticarlos, porque si les decimos que roban ellos contestan que el vecino también roba y todo sigue igual.
El problema es qué hacer con el humor político en democracia y en plena vigencia de la libertad de expresión. ¿Podemos reírnos del Presidente de la Nación o debemos respetar su investidura? Le anticipo que creo que no nos debemos reír de nadie, nunca. Mucho menos hacerlo públicamente de quienes están constituidos en autoridad, sean quienes sean. Y esto no tiene nada que ver con la libertad de expresión, como no es ejercicio de la libertad matar al vecino porque nos molesta el humo de su asado.
Una cosa es criticar, opinar distinto, decir que algo no nos gusta y hasta sugerir modos diferentes de gobernar, siempre con el respeto debido a las investiduras. Otra muy distinta es reírnos de los que nos gobiernan: eso está mal y aunque seamos libres de hacerlo sus consecuencias son siempre pésimas para todos. Ojalá el periodismo argentino lo entienda. Y Tinelli también.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar