La vida cotidiana en las Misiones Jesuíticas

domingo 31 de mayo de 2015 | 0:00hs.
La vida cotidiana en las Misiones Jesuíticas
La vida cotidiana en las Misiones Jesuíticas

Esteban Snihur, basado en fuentes de la época, específicamente memorias de los mismos sacerdotes que vivieron la experiencia misional con los guaraníes, explica que la organización de las jornadas en las Misiones Jesuíticas estaba minuciosamente planificada. El despertar en las reducciones encontraba a los alcaldes del Cabildo que, a las 4 en verano y a las 5 en invierno, recorrían las calles con tambores y despertaban a los niños y adolescentes para convocarlos a la iglesia. Los chicos se ubicaban en la iglesia separados por sexo y recitaban y cantaban oraciones dirigidas por catequistas guaraníes. Venía luego la misa, de la que participaban algunos adultos y, en ocasiones, todo el pueblo. Los miembros del Cabildo y los caciques se ubicaban en la primera fila sentados en sillas, mientras que el resto de la gente se sentaba sobre el suelo.
Luego de la misa empezaba la jornada de trabajo. Los niños pasaban a desayunar con carne hervida y maíz y luego, algunos de ellos iban a la escuela. A pesar de esta selección, muchos autores opinan que la población escolar de las reducciones superaba proporcionalmente el promedio europeo de la época. Aprendían a leer, a escribir, a contar y a cantar en guaraní, español y latín. También se aprendía música –en cada pueblo había entre 30 y 40 responsables del canto en las celebraciones y fiestas– y danzas europeas, enseñadas por los jesuitas, que eran generalmente de extracción noble.
Los niños que no van a la escuela van con sus padres a trabajar a los campos. Casi siempre marchan en procesión con la imagen de San Isidro, patrono de los labradores, y cantando a coro, cosa que, según dicen los jesuitas, les encantaba.
Las comidas de los guaraníes en los pueblos eran sobrias. Su ajuar doméstico incluía hamacas para dormir y cacharros para cocinar y beber. Los vestidos eran uniformes para las mujeres y los hombres y provistos por los almacenes comunales. En ocasiones había comidas públicas y celebraciones colectivas de bodas, bautismos y funerales.
Dice el padre Peramás que “en los días festivos después del oficio de la tarde, hacen los hombres un simulacro de guerra en la plaza...Solían también jugar a la pelota, la cual, aunque de goma maciza, era tan liviana y ligera que una vez recibido el impulso, seguía dando botes por un buen espacio, sin pararse. Los guaraníes no lanzan la pelota con la mano como nosotros, sino con la parte superior del pie descalzo, enviándola y devolviéndola con gran ligereza y precisión”.
En relación al papel de las mujeres, el mismo Peramás señala: “El cuidado integral de la casa recaía sobre ellas. Iban por leña al monte vecino, por agua a la fuente próxima o al río; ayudan a los hombres en las chacras particulares, unas veces a segar o recoger los frutos; otras a transportarlos a sus casas; preparan la comida y hacen de barro amasado ollas, platos y vasos para uso doméstico”.
Además, todas las madres de familia hilaban algodón y los ovillos se entregaban periódicamente a los tejedores del segundo patio, para la confección del lienzo del que se hacían las prendas de vestir de la comunidad.
El trabajo se divide entre el abambaé, lote particular que cada familia ha recibido para su sustento, y el tupambaé, que son los espacios comunitarios. También los bosques, las aguadas y las pasturas son comunitarias. Allí llevan los ganados los pastores durante el día para alejarlos de los sembrados. Se cultiva maíz, mandioca, batata, calabazas, habas, melones, sandías, algodón, tabaco. La dieta se completa con carne de aves de corral y de terneros y novillos de los rodeos comunes del tupambaé. La bebida es agua, a veces chicha de maíz y el mate, cuya yerba es además comercializada a gran escala y en vastos circuitos. Los jesuitas comen más o menos lo mismo, pero con el agregado de algunas variedades de hortalizas y legumbres que cultivan en su huerta, un vaso de vino y pan de trigo blanco.
Los jesuitas, luego del almuerzo –que es acompañado con la lectura de las Sagradas Escrituras, de vidas de santos y de mártires y de las ordenanzas internas de la Compañía–, descansan un rato para luego rezar las vísperas y las completas. A continuación recorren los talleres y visitan los enfermos, hasta que a las 5 o las 6 llega la hora del catecismo de los niños y adolescentes, nuevamente en la iglesia. Terminado el catecismo, se convoca a toda la población al templo para el rezo del rosario y otras oraciones en guaraní y en español, actividad que da fin a la jornada laboral.
Cuando cerraba el día y todos se hallaban recogidos en sus casas, rondas nocturnas recorrían el pueblo en tres guardias que, al estilo de los serenos, recitaban las horas.
En el marco de ese orden social, los jesuitas se sentían orgullosos de haber alcanzado en sus reducciones algunos logros importantes. Por una parte, hacer cristianos a los guaraníes a través de la labor misional, y al mismo tiempo, haber desterrado de sus costumbres la antropofagia ritual y la embriaguez, así como el ordenamiento de su conducta sexual a través del matrimonio monogámico.
Con todo, la vida en las reducciones no siempre fue apacible. La aparición de calamidades, tales como epidemias, hambrunas, movilizaciones militares frecuentes y otros acontecimientos de esa índole, dieron lugar a desbandes y, en ocasiones, tumultos. Los guaraníes, bajo una apariencia sumisa y callada, no dejaron de expresar sus opiniones y de reaccionar contra aquello que creían que perjudicaba a su comunidad.

Por Alfredo Poenitz
Historiador