Gracias al maestro que me ayudó a madurar

sábado 18 de enero de 2020 | 5:00hs.
José Miérez

Por José Miérez Gerontólogo

“Es necesario que, cuando en la cima del monte el Señor levanta el cáliz, cargando todo el dolor del mundo, y dice: - Padre, hágase tu voluntad y no la mía; - cuando veamos que va a tomarlo, nosotros, sus amigos amorosos, amigos e hijos, nos acerquemos y le arrebatemos el cáliz: - No, maestro; tu solo no. Ahora nosotros . . . “. Emilio Gouchón Cané.
Emilio Gouchón Cané comenzó sus tareas de profesor en el Colegio Nacional Juan Martín de Pueyrredón, donde lo conocí y fui su alumno en 1949 y 1950. Al tiempo de la creación de este establecimiento en 1917, para retirarse en 1950.
El primer día de clases nos marcaba las reglas de juego de cómo íbamos a trabajar: 
1. Ya estábamos todos eximidos, porque no mandaba a sus alumnos a rendir exámenes.
2. En cada trimestre tomaría un examen por escrito a libro abierto, o sea que estábamos autorizados en esa hora de clases leer, entender, resumir y escribir el tema que nos decía, porque aclaraba que por lo menos una vez en la vida leeríamos algo para mejor vivir y servir a prójimo.
3. Cada tanto, en grupo de cinco alumnos, a cada uno de esos grupos les daba el nombre de una ciudad y debíamos averiguar dónde quedaba, como se podía llegar, cuánto tiempo se tardaba, que población tenia y de que vivían.
4. Si ocasionalmente lo encontrábamos en las estaciones de trenes en Retiro, Constitución o San Martín, nos pedía que lo acompañáramos, nos llevaba hasta las máquinas de trenes y nos contaban para qué eran las piezas que las componían, dónde habían sido construidas y cómo se llamaban. Era su hobby.
El distinguido profesor,  de quien fui su alumno, José Carlos Astolfi, ha historiado con profundo sentimiento la vida de educador de Gouchón.  Recordaba Astolfi que Gouchón “afectaba ignorar los programas oficiales con ostensible despreocupación. Fincaba su enseñanza en concepto fundamental; trabajaba con él y lo desarrollaba en sus conclusiones. Deliberadamente rompía los moldes rígidos de la enseñanza encasillada y convencional. Quería agilitar las inteligencias con la dinámica del esfuerzo personal y espontaneo, para que la noción brotara de adentro, nutrida por la propia convicción para que fuera sangre y nervio y pasión y no imagen gris y fría, evocada por la memoria pasiva, repetida sin el menor interés, mecánicamente. Como Sócrates, se sentía partero de los espíritus y cada alumbramiento lo llenaba de gozo”
Las ideas básicas de sus conferencias públicas necesitaron, en determinado momento, la concreción del libro. Emilio Gouchón Cané da a conocer en 1937 El hombre y sus tres mundos, bajo el sello de la editorial El Ateneo de Buenos Aires. 
Emilio Gouchón Cané predicó a la juventud argentina por casi 40 años, que la vida es mundo personalizado donde la única tabla de valores que parece posible es la hinchazón personal. Y lo predicó con el ejemplo.
Todo este material lo extraigo del libro que publicó su ex alumno Norberto Folino, de la colección Toquichen. ¿Quién fue Gouchón Cané? ¿Un escritor? ¿Un poeta? ¿Un hombre de ciencias? ¿Un erudito? Fue todo eso  en grado excelso. Y algo más todavía. Fue el sembrador de inquietudes. Convertía muchachos abúlicos, descreídos, en hombres dinámicos, llenos de fe y esperanza. Llegaban a Gouchón Cané  todavía sin desengaño, pero insensibles. Llegan a él áfonos y ágrafos: parlanchines, fanáticos, mesiánicos eran al primer contacto con el maestro; después, con la mejor comprensión llegaba la serenidad, el equilibrio, el ajuste que hacía de sus discípulos un ejemplo de vida bien llevada. Sin vanidad, pero, orgullosos.
Consagrado al magisterio en forma absoluta, dedicó a sus discípulos lo mejor de sí. Los últimos años de su vida transcurrieron calmos, compartidos entre su afición a la pintura, sus estudios, su vocación de mayeuta.
Sus alumnos y ex alumnos, recuerda Astolfi, se reunían a menudo en la casa de Gouchón Cané. Sentados en círculo, exponían sus ideas y sentimientos; el maestro, con su eterno cigarrillo encendido, los miraba en silencio e intervenía de tarde en tarde en las controversias para encauzarlas. Al final tomaba la palabra y resumía lo tratado, agregándole enfoque y apreciaciones personales. Revivía el cenáculo del renacimiento florentino con menos alarde de erudición pero con más espíritu cristiano.
El maestro revisaba las páginas de su vida, cercano ya el postrer adiós. El colegio y aquellos bravos muchachos del Pueyrredón, tan  preguntones, tan alertas siempre. Ahora muchos ya hombres. ¿No te traían acaso, algunos, sus hijos para que lo conocieran? Así transcurrieron los últimos años de Gouchón. Falleció en su villa cordobesa, el 21 de diciembre de 1954, a los 61 años.
¿Que recordaría el maestro en sus últimos instantes? Pudiera ser que hiciera prolijo balance de su vida. Recordaría los años de la niñez, vividos en la abundancia, en el seno de un hogar patricio. Después la juventud, alocada, curiosa. 
Personalmente soy feliz ya que con alegría puedo gozar al decirles muchas gracias a quienes me ayudaron a vivir en paz.