La verdad, el mundo está enfermo

sábado 11 de mayo de 2019 | 5:00hs.
José Miérez

Por José Miérez Gerontólogo

Comunidad y familia de Salud Pública: oportunamente Pablo VI afirmó  que “el mundo está enfermo y la clave de su enfermedad está en el egoísmo. Su mal está menos en la esterilización de los recursos y en su acaparamiento por parte de algunos, que en la falta de la fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”.
Entendemos por enfermedad en la conformidad de un conocimiento con la situación objetiva correspondiente de lo que se dice, con lo que se siente o piensa, se escucha, se ve, se toca, se degusta, se huele.
Hay que dar testimonio de la verdad para salvar y no para juzgar, para servir, no para ser servido. Una característica de la cultura actual es vivir en el ruido. Hablar del silencio suena a épocas pasadas, hay polución sonora, de posturas ideológicas que confrontan y critican el bien común del bienestar, hay que recuperar el silencio.
La polución es interior y exterior en estos momentos preelectorales, las aguas bajan turbias y recorren las grietas. No hay que construir murallas, hay que abrir ventanas y contemplar el panorama, salir y dialogar recuperando a la iglesia peregrina y practicar la solidaridad para alcanzar el amor.
Hay que construir comunidades solidarias, trabajando por los pobres y con los pobres, como a pesar de estar desbordado por la demanda todos los equipos estructuras y personal de nuestra Salud Publica, que muchas veces por su propia voluntad y libre albedrío, voluntariamente contribuyen espontáneamente, fuera de sus obligaciones, atender y dar servicios a los más necesitados, adaptándose a la circunstancia.
Esa libertad personal consiste en actuar de acuerdo a las leyes y virtudes propias en vez de actuar de acuerdo a las leyes impuestas por otros. Personalmente creo y tengo fe que la conducción futura en la Provincia estará liderada por dos colegas médicos que tienen en claro lo que hay que hacer, cómo hacerlo, por qué hacerlo y por qué se hace lo que se hace, para servir a nuestra población de 0  a 14 años 406.386  (32%); de 15 a 60 años  737.128 (58.9%) y 60 y + 106.021 (8.5%), esta franja ira aumentando paulatinamente y es demandante, es por ello que los equipos multiinterdisciplinarios e intergeneracionales deben ser cubiertos por personas que aparte de su formación tengan experiencia.
La asistencia sanitaria en el mundo de la salud se ha convertido en parte esencial de la política de una nación. El pensamiento social de la Iglesia opina que la civilización se mide por la actitud de los pueblos ante sus miembros más débiles, y podemos afirmar que la política de salud es uno de los indicadores más adecuados para medir tal atención y aquilatar el tipo de civilización.
La mortalidad infantil, el cuidado de las personas incapacitadas y de los ancianos, el promedio de vida, son todos indicios que hablan mucho más fuerte que los discursos de los poderosos del mundo.
Sin una política global inspirada en los valores humanos, para nada sirven las realizaciones esporádicas. Esa política debe proponer, en primer lugar, la dignidad de todos los miembros de cuerpo social y el bien común, asegurando la salud para todos. A pesar frecuentemente de la aplicación de los recursos en sentido inverso a las necesidades.
En los países latinoamericanos las necesidades presupuestarias deberían utilizarse: el 80 % en necesidades de cuidados primarios (ambulatorios y dispensarios); el 15% de cuidados secundarios (lugares de curas generales, especialidades básicas); el 5% cuidados terciarios (lugares de alta especialización).
Lamentablemente la pirámide esta invertida, agravada por la injerencia de los partidos políticos. Un país entra en camino del subdesarrollo humano y cristiano cuando en la política del bien común de la salud se introduce la política partidista, y entonces los lugares de los enfermos se convierten en lugares de ganancias y clientela política para los sanos, perdiéndose la noción de la finalidad del servicio de salud, y contratan o se obliga a contratar a trabajadores sin vocación alguna para este servicio eminentemente humano que exige inteligencia y corazón.
Frente a esta situación, “no puede el hombre prójimo pasar con desinterés ante el sufrimiento ajeno en nombre de la fundamental solidaridad humana y mucho menos en nombre del amor al prójimo. Debemos pararnos, conmovernos y actuar como el samaritano de la parábola Evangélica”. Es, en definitiva, buen samaritano el que ofrece ayuda en el sufrimiento, de cualquier clase que sea. Ayuda dentro de lo posible eficaz, efectiva y eficiente.
Insisto, recuperemos el silencio, absteniéndonos de hablar, criticar, protestar, reclamando recursos que aumentarían nuestros recursos a costa de los que menos tienen. A pesar de todo lo que se está haciendo bien, estamos desbordados ante las demandas y todos perdemos cuando los defensores y la justicia manipulan para que la mentira y la corrupción se disimulen.  Y recordar que a través de la fe y el amor se llega a la justicia.
Hasta la próxima y siempre hacia adelante.