Lágrimas de cocodrilo

domingo 19 de agosto de 2018 | 6:00hs.
Gonzalo Peltzer

Por Gonzalo Peltzer gpeltzer@elterritorio.com.ar

Parece que no hay otro tema en la agenda pública argentina desde que aparecieron los cuadernos en los que meticulosamente, como en una bitácora, anotaba sus viajes el chofer de un valijero. Todos saben a qué me refiero y nadie se asombra porque todo el mundo sabía que en la Argentina ocurrían estas cosas y también sabíamos que no es privilegio de nadie: de arriba para abajo, de derecha a izquierda, de norte a sur y de este a oeste, todos por igual y en todas las escalas, pasa lo mismo. Todos los estamentos del poder, hasta el menos poderoso, están contagiados hace tiempo por la gripe de la corrupción. También sabemos que la corrupción, como toda podredumbre, es una espiral que va en aumento, que cada día involucra a más personas y es más obscena: quiero decir que se roba más, hasta llegar a la ostentación de lo que se roba como si fuera una virtud en lugar de un vicio.
Aunque generalice, debo suponer que hay funcionarios y empresarios que nunca se corrompieron, pero esos –los honestos– duran poco porque el poder los corrompe o los expulsa. He presenciado muchas veces cómo los corruptos tratan a los honestos. Para ellos ser honrado es sinónimo de ser imbécil, y como buenos corruptos que son, tratan a los imbéciles sin piedad. Ahí no hay bullying que valga para quejarse; hay que pelarse.
Pero lo que me preocupa hoy es el falso arrepentimiento de los arrepentidos.
Entiendo el arrepentimiento. Está claro el concepto, pero se lo traigo del Diccionario de la Real Academia, que no me deja mentir: sentir pesar por haber hecho o haber dejado de hacer algo. ¿Usted vio el pesar en los arrepentidos? Yo no. Lo que vi es arrepentidos que se arrepienten cuando los descubren. Por eso digo que son como los cocodrilos, que lloran después de comerse a sus crías. Dice –de nuevo– el Diccionario de la Real Academia que las del cocodrilo son las lágrimas que vierte alguien aparentando un dolor que no siente.
Resulta que cuando aparecieron los nombres en los famosos cuadernos, empezaron a arrepentirse y cantar la palinodia uno atrás de otro los que coimeaban a los coimeros. Dicen que los empresarios le tienen terror a la cárcel y que por eso cantan. Puede ser, pero todo se explica por la institución procesal del arrepentido. Es que para la ley el arrepentido no es el arrepentido de la Real Academia. Arrepentido para la ley procesal penal es el que cambia información por toda o parte de la pena y no el que está dolido por sus delitos. Y esa información debe ser fidedigna y genuina (si miente va en cana y no vale decir lo que otros ya dijeron). Lógicamente esa información no los exculpa y tiene que servir para probar delitos de peces más gordos, pero lo que nadie garantiza es que no se arrepientan de arrepentirse. Para decirlo en buen romance, la ley llama arrepentidos a los chivatos, carneros, alcahuetes, buchones, soplones, sapos... y cocodrilos de llanto trucho.
Le voy a describir la imagen que se me representa para que entienda el asco que me produce, no la conocida delincuencia de los corruptos del poder sino el arrepentimiento mentiroso de los que viven de la conocida delincuencia de los corruptos del poder.
Para que les den la obra, la provisión del producto o del servicio que sea, estos cocodrilos se compinchan con los que administran el dinero de nuestros impuestos. Arreglan un sobreprecio que dé para devolver una buena tajada (lo llaman retorno) y se quedan con bastante más de lo que les corresponde. En algunos casos ni siquiera movieron un dedo, así ni tenían que inventar otros negocios; volvían a exprimir la misma tarea una y otra vez, sin ninguna vergüenza. Con este sistema se hicieron riquísimos ellos y los funcionarios que mienten de servidores de las necesidades del pueblo.
Lo curioso es que cuando los descubren, se arrepienten y los mandan a sus casitas, protegidos por la ley. Son unos privilegiados estos cocodrilos...