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Vivir en modo dos ruedas

domingo 25 de agosto de 2019 | 6:00hs.
Sartori estuvo en la trilla de Alem, que batió récord de participantes.
Para quienes practican esta disciplina en dos ruedas, el denominador común es que de un hobby de adolescentes se transforma en un estilo de vida y, si bien se puede remontar a muchos años atrás y decir que el deporte tuerca ha mostrado a decenas de vecinos de la ciudad, lo cierto es que cuando se habla de motos, enduro y competencias similares, entre todos los nombres surge el de Néstor Sartori: un corredor que hace tres décadas llegó a la tierra colorada y que se transformó en el referente indiscutido y “padre” de decenas de chicos y chicas que a lo largo de estos años se fueron sumando a esta pasión.
Cuando se habla de estilo de vida, lo que se muestra es siempre más contundente de lo que se dice y visitar la casa de Néstor es recorrer un laberinto en el que se depositan cientos de trofeos, copas, medallas, diplomas y cuadros con menciones y notas periodísticas. Su casa es casi como un museo de su carrera, al que fue aportando hace una década su hijo Maximiliano (16), o Maxi, como se lo conoce, quien comenzó a correr de la mano de su padre cuando sólo tenía 5 años.

Cuando la pasión domina
Nació en Córdoba, pero de muy pequeño vivió con su familia en la localidad de Alberdi, provincia de Tucumán, donde con una vieja Zanella 180 cc, Néstor Sartori inició su pasión por las motos y la velocidad.
“Mi papá no quería saber nada, así que dos años estuve participando y corriendo a escondidas de él con la complicidad de mi mamá”, recordó el hombre y agregó que en la mediterránea provincia a esa edad “era tractorista en algunas fincas de la zona, así que me ganaba mi plata y con eso me compraba las cosas que necesitaba para correr”, rememoró entre risas la anécdota de su juventud.
Su hijo, que sólo tiene palabras de admiración hacia su padre, aseguró que sus familiares le cuentan que “con dos o tres años me llevaban a las carreras y lo reconocía a mi papá cuando estaba cerca sólo por el ruido de la moto” y dijo que no entendía los métodos de enseñanza pero “él es quien sabe y tenerlo como maestro es una ventaja que no tiene nadie”, remató el joven que cursa el cuarto año del Instituto Espíritu Santo (IES) de Alem.
Néstor manifestó que habían pasado dos años de carreras clandestinas, al menos desde el punto de vista familiar, cuando “corriendo una competencia, una radio estaba transmitiendo en vivo y mi papá estaba escuchando que me mencionaron varias veces, ahí se dio cuenta”, recordó Néstor y dijo que desde ese momento y después de una charla con su progenitor, con quien comparte el mismo nombre de pila, debió aceptar “que no me iba a parar, así que me empezó a apoyar, no le quedaba otra”.
Su hijo, casi haciendo un paralelismo, contó que para él fue muy distinto, ya que “desde que empecé no sólo mi papá, sino mis abuelos y tíos siempre me apoyaron, estuvieron ahí y eso es muy lindo” mencionó el joven.
Néstor tenía 20 años cuando se trasladó a Alem junto a su familia. Su padre Néstor Delfino, o ‘Tito’, como le dicen sus conocidos, vino a hacerse cargo de la gerencia de una de las compañías tabacaleras asentada en la ciudad y de esta manera volvió a su tierra natal.
La pasión que había nacido en Tucumán por las motos llegó como una mochila pegada al jovencito que iniciaba su derrotero laboral en un taller de motos sobre la calle Corrientes de la Capital de la Alegría.
No pasó mucho tiempo hasta que su primer grupo de amigos realizó un circuito de tierra al lado del complejo polideportivo.
“Ahí corríamos con Popó y Popito Temchuk, Pipo Giordano y Lito Koniecki, entre otros”, recordó el hoy experimentado corredor de 50 años que logró varios campeonatos nacionales, corrió legendarias competencias y hasta tuvo participación en el mundial de enduro. Un referente indiscutido.
Con este grupo de amigos, a los que se fueron sumando otros, iniciaron la gran movida motoquera de las trillas y lograron organizar eventos de trascendencia como carreras nacionales o el recordado Enduro de la Selva, que, según adelantó Sartori, “lo queremos volver a hacer el año que viene con una fecha del campeonato nacional”.

La selva como aliada
Correr enduro es andar por montes y picadas, hacer saltos y piruetas, mostrar destrezas, equilibrio y hasta un dejo de arrogancia de exigir al máximo y un poquito más al físico y a la máquina. Una simbiosis de hombre, moto y naturaleza.
La competencia, que es parte de la esencia humana, hace que cada piloto quiera superar y superarse y, claro está, en medio de competencias organizadas y federadas, los costos muchas veces obligan a que la pasión de muchos se vea opacada por la razón de no poder afrontarlos.
Es así que “la trilla es accesible para todos, porque sólo se necesita una moto y ganas, no es una competencia sino un paseo en el que hay desde motos y pilotos muy preparados hasta motos de calle solamente”,explicó Néstor Sartori.
En este sentido reflexionó acerca de que “en el caso de Alem creo que es la más grande de la zona y hasta se preparan senderos difíciles para quienes quieran hacerlos y si no hay caminos alternativos más tranquilos para los que no tienen mucha preparación aún”, contó.

La mejor experiencia
Sartori pasó de correr escondido de su padre a los 15 a compartir con su hijo muchos años después en la categoría “padre e hijo” del Transmontaña de la provincia de Tucumán, una carrera que dura entre 4 y 5 horas en medio de la selva y en la que pudieron conseguir el segundo lugar. “Nos equivocamos en la última parte y perdimos por 30 segundos”, recordó Néstor.
La experiencia los llevó al máximo y, faltando un cuarto de carrera, “nos dimos cuenta que íbamos adelante, ganando por dos minutos y ahí paramos a cargar nafta sin saber que podíamos haber llegado con el combustible que teníamos y terminamos segundos a 30 segundos de distancia, podríamos haber ganado”, recordaron orgullosos ambos y mostraron su satisfacción por haber vivido esa experiencia que, más allá de lo competitivo, les llenó el alma.
La familia de Néstor Sartori se completa con su esposa y una hija de 12 años a la que “le gusta más la danza, no es de los fierros”, aseguró su padre. Ante la pregunta de cómo toma todo esto la dama del hogar, Maxi dijo que “mi mamá ya está acostumbrada a vernos llegar a veces todo rotos, así que no le queda otra”, la risa al unísono y cómplice de padre e hijo demuestra lo que es vivir en modo dos ruedas.
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