Un grillo en Posadas

lunes 16 de diciembre de 2013 | 0:00hs.
Poeta y dramaturgo.
Poeta y dramaturgo.

Desde Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Paul Groussac hasta Ernesto Sabato y Jorge Luis Borges, fueron muchos los escritores que en algún momento de su vida se sintieron atraídos por el magnetismo exótico de Misiones (mítico paisaje y costumbres dejaron además sus huellas en textos de Macedonio Fernández, Germán Dras y Carlos Selva Andrade) y entre ellos, Conrado Nalé Roxlo, emblemático poeta y dramaturgo argentino (18989-1971) que vivió una temporada juvenil en Posadas. Letras entrevistó a su hija Teresa, e investigó aquel olvidado paso.

Borrador de memorias
“Mi padre -cuenta Teresa Nalé- era un gran comunicador y en ese tiempo la costumbre en las casas era que la conversación era prioritaria. Tanto es así que a veces pienso que viví mi época y también las de mis padres y las de mis abuelos. Se contaban con lujo de detalles las vivencias de cada uno. Por supuesto que podría relatarle lo que recuerdo de la estadía de mi padre en Misiones, tanto como historias de otros personajes que no llegué a conocer, desgraciadamente, como Horacio Quiroga, a quien admiré. De todas maneras pienso que para usted será más interesante 'escuchar' la voz de mi padre que la mía y por suerte han quedado escritas algunas páginas sobre aquellos días. No sé si usted conoce un libro, Borrador de Memorias, que se publicó en 1978, después de su muerte, en la editorial Plus Ultra. Es una selección de artículos publicados en un diario porteño y supongo que lo podrá conseguir en alguna biblioteca pública. Son relatos ágiles, cortos y llenos de humor que al releerlos me parece estar conversando con él. Hay tres capítulos relacionados con Misiones, que le recomiendo: El buen ladrón, En la misma red y Una carta de Roberto Arlt”.

Posadas, 1918
Con este dato de primera fuente, Letras salió en busca del citado libro, y ya obtenido, se reproducen párrafos esenciales de los tres relatos mencionados por Teresa Nalé.
Cuenta en El buen ladrón: “…Exceptuado del servicio militar por falta de peso y con una leve lesión pulmonar –esa leve lesión pulmonar daba un tinte romántico a la vida– me fui al Paraguay dispuesto a morir. Pero, además de no morirme, en poco tiempo estuve tan grueso, tostado y embigotado, que no sólo habría hecho un buen conscripto, sino también un excelente sargento, achinado y todo, pues las largas guías del bigote me conferían ese prestigio autóctono y marcial… El caso es que del Paraguay fui a dar de cajero de un almacén de ramos generales en Posadas. Tan generales eran sus ramos que se vendía desde un carretel de hilo hasta un arado, teniendo sus dueños además, obrajes, yerbales y hasta barcos que remontaban con su triste carga de mensúes el Alto Paraná donde la vida era aún tan dura y sórdida como la describió Rafael Barret…”
Y En la misma red: “… Las bailantas eran grandes cabarets prostibularios y algo peor. El "algo peor" consistía en que los dueños de los yerbales se encargaban de conseguir peones para los yerbales. Las mujeres actuaban de agentes reclutadores. El mensú que conseguía volver, a veces después de largos años de cautiverio del Alto Paraná, traía el firme propósito de no dejarse pescar otra vez pero fatalmente caían en la bailanta y allí, gastados los últimos pesos, con la cabeza turbia de caña y la sangre encendida por promesas de amor –llamémosle amor– del que habían sido privados largamente, firmaban su nueva condena a trabajos forzados. El patrón tenía los formularios con los nombres en blanco y a una seña de la mujer que había catequizado a la víctima, llevaba el papel a la mesa ¡todo era tan fácil! Yo he visto a vampiresas cobrizas y de ojos oblicuos llevarle la mano a su presa idiotizada por el alcohol para que trazara su vacilante rúbrica. Allí mismo se le daba el exiguo adelanto para seguir la fiesta y ya era hombre perdido pues se lo vigilaba estrechamente hasta el momento en que se lo embarcaba río arriba para no volver hasta que Dios quisiera. Y tengo para mí que la buena voluntad de Dios era muy contrariada en las estrechas picadas de la selva por los guardianes con máuser y mastines encargados de impedir las desesperadas fugas. Aquella noche cuando entré a la bailanta alguien cantaba: “Esta noche sale el “Salto” para el Alto Paraná, en dónde sólo se come reviro y yopará”.
Y en Una carta de Roberto Arlt: “… Pocos días después del almuerzo, recibí una carta de Roberto Arlt. Como sólo tenía una hora para almorzar y la carta constaba de treinta y ocho páginas de papel de envolver que Arlt hacía que correteaba, me la guardé para leerla en el negocio. La extendí sobre el mostrador a la sombra de mi caja niquelada y comencé su lectura. Me sobresaltó una voz autoritaria y triunfal que explotó a mi lado: ¡Ajá, lo he pescado a usted!... Corrí sobre el mostrador la primera página hasta ponerla bajo el rayo de la mirada inquisitorial del señor Álvarez.
El gerente leyó las primeras líneas: Querido Conrado, ayer fui a visitar a su casa a ver a su mamá y a su hermano, están bien… La carta de Arlt traía un breve introito personal y todo lo demás era del mismo jaez: "He conocido a un morfinómano. Se llama Astier de Villate” y contaba la historia del decadente caballero de Villate (años después escribió una novela semanal con ese personaje de protagonista). Otras páginas estaban dedicadas a lo que dice Paracelso sobre los dragones; otras a transcribirme algunos horrores de El jardín de los suplicios, de Octavio Mirabeau, y todo por el estilo, con el agregado de proyectos literarios y de inventos con los que pensaba hacerse rico. Roberto Arlt escribía en aquel tiempo con letra pequeña y apretada y a una velocidad mecánica. A nadie he conocido que escribiera y leyera tan rápido como Arlt. Cuando el señor Álvarez me devolvió la carta tenía la expresión de quien ha estado una hora colgando en un abismo. Por todo comentario dijo: ¡Hay que ver! Poco después me fui de Misiones y no he vuelto a tener noticias del señor Álvarez, pero estoy seguro de que su vida se divide en un antes y un después de la lectura de la carta de Roberto Arlt”.


Un famoso poema
Hacia 1921, Conrado Nalé Roxlo ya estaba de vuelta en Buenos Aires, y en 1923 escribió su famoso poema El Grillo: “Música porque sí, música vana/ como la vana música del grillo/ mi corazón eglógico y sencillo/ se ha despertado grillo esta mañana/ ¿Es este cielo azul de porcelana?/ ¿Es una copa de oro el espinillo?/ ¿O es que en mi nueva condición de grillo/ veo todo a lo grillo esta mañana?/ ¡Qué bien suena la flauta de la rana!/ Pero no es son de flauta: en un platillo/ de vibrante cristal de a dos desgrana/ gotas de agua sonora. ¡Qué sencillo/ es a quién tiene corazón de grillo/ interpretar la vida esta mañana!”


El perfil
Conrado Nalé Roxlo
Nació en Buenos Aires en 1898 y murió en 1971. Poemarios: El grillo (1923) y Claro desvelo (1937). Dramaturgia: La cola de la sirena, El pacto de Cristina, Judith y las rosas. Guiones cinematográficos: Loco lindo (1936), Una novia en apuros (1942), Madame Sans Gene (1945), Una viuda difícil (1957). Dirigió el semanario humorístico Don Goyo y el suplemento literario del diario Crítica.