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“Todavía me da miedo subir a un colectivo, no me agrada viajar”

domingo 16 de diciembre de 2018 | 4:30hs.
Con sus manos, Érika explica cómo quedó atrapada.
Esteban Bueseck

Por Esteban Bueseck interior@elterritorio.com.ar

Érika Romero (19) es la mayor de tres hermanas. Estudia licenciatura en Genética en la Unam y sueña con vivir de esa profesión que ama. A diario sale de su casa, va a la facultad, se junta con amigos e intenta hacer una vida normal. Pero todavía hay recuerdos que la atormentan. Es que Érika es una de los sobrevivientes del mortal accidente ocurrido en la ruta BR-285 cerca del acceso a la localidad de Caibaté, entre San Luiz Gonzaga y Santo Ángelo, hecho del que hoy se cumplen dos años y en el que perdieron la vida tres personas: Rocío Martínez y Luana Centurión, de 18 años, ambas alumnas de la Epet 3 de Oberá; y la posadeña Agustina Szczerbaty (20), coordinadora del micro en el que iban 67 personas cuando cabían 62.
Lo que era el cierre del secundario -iban de viaje de egresados a las playas brasileñas- terminó en tragedia. Érika dice que trata de no pensar mucho en eso para no estar condicionada, “pero cuando llega la fecha del accidente sí se siente más”, admite, porque “es algo que no es fácil olvidar”. El día anterior al hecho, el 15 de diciembre de 2016, habían salido de Posadas, donde subieron grupos de jóvenes de distintos colegios. Siguieron viaje hasta Oberá, donde se sumaron otros más, y desde allí retornaron hasta Santo Tomé, Corrientes, para trasponer el puente internacional que conecta a esa ciudad con Brasil.
En la víspera al aniversario del siniestro, Érika recibió a El Territorio en su casa y contó cómo busca reponerse día a día. Le tomó más de un año poder recuperarse de las heridas físicas. Meses en silla de ruedas, cirugías y mucha kinesiología le devolvieron la posibilidad de caminar, pero quedó con secuelas de por vida en la pierna izquierda. “Me dañé los nervios y no siento bien, me cuesta caminar a veces y levantar el pie y a eso lo tengo siempre presente porque lo voy a tener conmigo toda la vida”, dice y aclara: “Pero intento no pensar. Estoy sin rencor”.
El primer desafío que tuvo luego del accidente fue volver a subirse a un colectivo para ir a Buenos Aires a seguir los tratamientos.
“Todavía me pasa que cuando me subo al colectivo y va muy rápido o en las bajadas, hasta en un urbano me da miedo. Y en los colectivos de larga distancia no me agrada mucho viajar, pero intento que no me afecte en mi vida cotidiana. Si tengo que viajar lo hago a pesar de sentir eso”, insiste.

¿Y cómo sigue tu vida?
Estoy estudiando en la facultad, el primer año me costó mucho porque como hacía kinesiología y todos los tratamientos que necesitaba para que la recuperación sea mejor, los viajes… prácticamente estaba todo el día en un centro de salud haciendo la recuperación.

¿Y por qué quisiste estudiar Genética?
Lo tenía pensado antes del accidente porque me gusta y por suerte todos, desde el decano hasta la facultad, me ayudaron mucho…

Cuándo ocurrió el accidente, ¿con quién ibas en el colectivo?
Eran grupos chicos, grupos de amigos más que un típico viaje de egresados. Además de que no es tan común ir a Brasil. Éramos siete chicos del Combate de Mbororé y dos madres que fueron con nosotros y el resto eran de otros colegios, pero todos grupos chicos.

¿Ustedes sabían que iban a juntar a varios colegios en un colectivo?
Sí, porque nosotros no llenábamos. No sabíamos cuántos ni de qué escuelas, pero sí que iban a haber otros. Lo que nos preocupó después fueron los lugares porque seguía subiendo gente y ya no había más lugares en el colectivo.

¿Pero iban todos sentados?
La verdad es que yo no presté atención, porque como era un viaje de egresados la mayoría iba parado, riéndose... pero no había lugar para toda la cantidad de gente. Los coordinadores, por ejemplo, iban parados, no tenían lugar donde sentarse. Entonces sí iba más gente de la que podían llevar, pero nadie nunca nadie se fijó eso. Ni siquiera subió alguien de Gendarmería ni nos pararon.

¿El viaje empezó en Posadas?
Sí, salimos de acá. Fuimos a Oberá, subieron otros grupos y ahí fuimos hasta Santo Tomé para salir del país. Allá pasamos por la Aduana. Nos bajamos del colectivo, hicimos los papeles y pasamos. El colectivo pasó solo y nosotros caminando. Eso también nos llamó la atención. Ahí nos quedamos un rato, nos dieron la cena y salimos. Y después vino el accidente.
Cenamos… tipo 22 si no me equivoco. Algunos se acostaron a dormir porque no le gusta la ruta y otros quedamos despiertos, algunos se quedaron atrás. Yo no me quedé ahí porque la compañera con la que iba ya quería dormir y se tomó una pastilla porque el colectivo no le hace bien, así que le cambié de lugar porque le daba frío y quedé con ella. Escuchaba música… bajé al baño, por eso pensaban que estaba en el baño cuando pasó todo.

¿Y dónde estabas?
Estaba arriba, a la izquierda.

¿Pero ya sentada de nuevo?
Sí, unos minutos me dormí y me desperté porque el colectivo se movía mucho y ahí escuché que los chicos decían atrás ‘este boludo se está durmiendo’. Parecía que se iba (del carril) y volvía y en una de esas veces se fue directamente y lo primero que pensé fue ‘no me voy a atajar porque no me voy a salvar’ y fuimos a un barranco chiquito, cerré los ojos y le agarré la mano a mi amiga y eso es todo lo que recuerdo. Cuando abrí los ojos ya estaba abajo del colectivo. Me quedé ahí… Por suerte el colectivo quedó como sostenido en el barranco, por eso no me aplastó, porque si no me hubiera aplastado. Después llegaron los rescatistas y me dijeron que me quede tranquila.

¿Cuánto tiempo pasó entre el accidente y la llegada de los rescatistas?
Mucho tiempo. Mucha gente pedía ayuda, nadie caía que eso era un accidente.

¿Se escuchaban gritos?
Un montón y todos juntos. Parecía una competencia para ver quién gritaba más fuerte para que te escuchen. Hasta que dijeron que nos tranquilicemos y gritemos de a uno para saber donde estábamos. Matías, que era el que tenía el brazo atrapado, gritaba un montón y todo el tiempo. Agus también cuando le empezó a caer el aceite caliente. Yo grité, pero no mucho y mi amiga también gritó, pero por el dolor se desmayaba. Yo grité hasta que me encontraron y me abrieron la puerta del baño, porque ahí empezó a pasar aire y podía respirar mejor.

¿Vos sentías dolor?
Sí, mucho en la zona de las caderas, que era lo que estaba atrapado, y no sentía la pierna izquierda, pero mi preocupación era poder salir. Y había un montón de vidrios que apretaba con la mano para no sentir el dolor tan fuerte. Trataba de respirar y no llorar. Hasta que vinieron los rescatistas, pero como no nos entendíamos fue más difícil. Les decía que no iba a salir por la ventana del baño porque mis caderas estaban atrapadas y no me entendieron. Entonces primero sacaron a los demás, que era más fácil.
Le dije a un amigo ‘si hacés un hueco, me sacás’, y él estaba haciendo un hueco y ahí uno de los rescatistas lo ve y le dice que salga y ellos empezaron a cavar, porque me sacaron por un pozo que hicieron con las manos debajo del colectivo para que caiga en ese hueco y destrabar mis caderas y que no me apriete más. Y después me arrastré por debajo del colectivo. Fui la última en salir. Salí y no había nadie más. Subí a la ambulancia y sólo preguntaba cuándo íbamos a llegar, porque ya no aguantaba más, era mucho dolor que se sentía cada vez más.
No me acuerdo de cuánto fue el camino, fuimos a Santo Ángelo. En el hospital uno de mis amigos me preguntó si estaba bien y le dije que sí. La mamá de mi compañera firmó como que era mi madre para que me operen y no esperar más. Me pusieron un tubo para respirar y después cuando me desperté ya tenía a mi mamá a mi lado, un caño como sostén y estaban tratando de frenar la hemorragia.
Era 16 de diciembre a la madrugada y las versiones que corrían eran distintas. Los padres en Misiones sabían del accidente, pero no con claridad. Varios salieron a la ruta rumbo al país vecino para ver qué estaba pasando con sus hijos. Todo era tristeza y desesperación. “Mis papás viajaron esa misma noche, se mandaron para Brasil por la ruta después de hablar con una mamá y con el Consulado. Llegaron al hospital cuando yo salía de la cirugía”, recuerda Érika.
La joven estuvo trece días internada en Brasil. Llegó a Posadas el 29 de diciembre para seguir con la internación y después de un año intenso de recuperación, logró reponerse. Todavía resta que la Justicia dirima las responsabilidades del siniestro. “El juicio es a la empresa de colectivos (Río Uruguay) y a sus seguros y a la empresa de viajes (Tabay Tours) y a sus seguros. Nunca nadie fue a hablarme ni a ayudarme. Cada uno hace su juicio dependiendo de la gravedad de lo que le pasó, yo no tuve los mismos gastos que otros chicos. Y muchos llegaron a acuerdos económicos con las empresas, pero yo tuve muchos gastos acá y con el tratamiento en Buenos Aires”, cerró.
Ahora Érika sólo piensa en dar vuelta la página y enfocarse en sus deseos, buscando que el tiempo sane las heridas del alma.


Investigación pronta al juicio en Brasil

Carlos Adrián Benítez, abogado querellante, señaló en Radioactiva que la causa está próxima a un juicio penal del lado brasileño, pero con muy pocos avances del lado argentino: “En Brasil se investiga la comisión penal del delito de homicidio múltiple con lesiones múltiples, en el juzgado de San Luiz Gonzaga. En Argentina hay varios reclamos, desde uno laboral, porque la coordinadora no estaba registrada como empleada, y la cuestión civil de daños y perjuicios. Eso está en los juzgados Civil I y Laboral I de Posadas. La parte penal en Brasil está muy avanzada, son muy claras y contundentes las pruebas. El expediente tiene un cúmulo probatorio enorme, se está por cerrar la parte probatoria para ir a juicio oral. La contundencia de las pericias mecánicas y los testimonios dejan en claro que hubo una negligencia muy importante del chofer. El muchacho tenía una carga laboral enorme, el agotamiento y cansancio era evidente y eso está en los testimonios. Evidentemente se durmió por exceso de cansancio”.
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