Sierra del Imán

domingo 17 de mayo de 2020 | 0:30hs.
Sierra del Imán
Sierra del Imán

Carlos Manuel Freaza
Escritor

En el sur de Misiones hay una zona de cerros bajos llamada Sierra del Imán,  allí la brújula puede perder el Norte. La lluvia y el viento horadaron la meseta, forjando las elevaciones. Fue habitada por brasileños y correntinos en el siglo XIX, sus descendientes son los “serranos”. Viven en chacras chicas, practican agricultura y ganadería de subsistencia y atan su economía, en gran parte, al precio del tabaco. Hablan portugués en familia, pese a las clases en castellano de la escuela. La tierra roja se convierte en gris pedregoso según se avanza a las alturas; cuadros de maíz, sandía, mandioca, caña de azúcar y tabaco se mezclan con retazos de monte nativo y pinares, en quebrado y pintoresco laberinto de sube y baja. Los serranos cambiaron caballo, mulas, bueyes y carretas por motos y camionetas; el farol a querosén por electrificación rural. En lo esencial, siguen con su modo de vida elemental.
Décadas atrás, vivía entre los serranos el matrimonio  de Romualdo y Teresa, sin hijos. Al casarse, fusionaron sus chacras contiguas. La propiedad contenía un cerro de más de trescientos metros de altura, desde cuya punta se observaba el fulgor plateado del río Uruguay y las colinas azules del Brasil. Cierto día de septiembre, Romualdo aró la ladera Este con la yunta de bueyes para sembrar maíz, desatándose por la noche una terrible tormenta. Los truenos hacían vibrar la casita de madera, los rayos iluminaban la oscuridad con su luz blanquecina. A medianoche los despertó una explosión prolongada, seguida de un zumbido y otro ruido, tremendo, que hizo temblar el piso de tablas, rompiéndose en añicos los vidrios de dos ventanas. El matrimonio se levantó al unísono:
- ¿Qué fue eso?, - preguntó Teresa, trémula.
- Debe ser ese rayo raro, una centella, no sé- respondió Romualdo, cauto.
El hombre de la casa sorteó restos de cristales rotos y atisbó por una ancha rendija del postigo. Al principio, la lluvia no permitía ver detalles, pero minutos después el agua dejó de caer  y los rayos y truenos se calmaron, el viento sur empujaba las nubes. Del centro del cuadro arado en la ladera Este, salía una luminosidad rojiza, había un foco central  y focos menores esparcidos. 
- ¡Mirá Teresa- exclamó Romualdo, poniendo a la mujer frente al postigo- algo se reventó contra el cerro!.
-¿No será uno de esos aviones?-  preguntó Teresa.
- A lo mejor, voy a ver qué es, la lluvia paró.
Romualdo, linterna en mano, luchó contra el barro hasta llegar al objeto que emitía el resplandor principal. Parecía una piedra del tamaño de una torta grande y estaba al rojo vivo, al igual que los fragmentos; el duro subsuelo del cerro ofreció resistencia y no pudo penetrar demasiado. El serrano, uno de los hombres más leídos de la región, recordó las lecciones de astronomía de sexto grado y adquirió la seguridad de hallarse frente a un meteorito. Pensó y desechó beneficios económicos del evento, era una roca que al enfriarse quedaría negra como el carbón y molestaría para sembrar. Dio la noticia a Teresa y se volvieron a acostar. Por la mañana, sorprendió a Romualdo que la piedra no fuera oscura, presentaba un aspecto semejante al cuarzo ´-abundante en la sierra- translúcido como éste pero mucho más denso, no se quebró con los golpes de pala, pico y  martillo. El meteorito era más grande de lo que aparentaba su parte visible, decidió no removerlo por el momento, demasiado trabajo para él solo. Luego, en su camino al almacén junto a la escuela, varios pobladores preguntaron y comentaron sobre el ruido y la ráfaga de luz que atravesó el cielo durante la tormenta, Romualdo contaba que se trataba de una piedra, una estrella fugaz que cayó en su cerro y le arruinó el cuadro recién arado. 
La luna nueva propició un firmamento nocturno iluminado por las estrellas. Teresa y Romualdo salieron a observar el árbol donde dormían las gallinas, el establo con la vaca lechera y el rincón de los cerdos, animales que deambulaban a su antojo por el predio durante el día; el perro estaba tranquilo, no había amenaza de alimañas cercanas. No pudieron sustraerse al encanto de la noche estrellada, contemplándola en su infinitud, pero se asombraron cuando al bajar la mirada, vieron como si  la luz de los lejanos astros brotara también del cerro. El núcleo del meteorito y sus fragmentos emitían una pálida luz verdosa – azulina, otorgando aspecto inusitado a la elevación. Teresa sostuvo que Dios envió un mensaje, Romualdo, impresionado, también lo creyó por un segundo, pero su racionalismo práctico indicó que sería algún tipo de roca especial; su idea del beneficio económico volvió con fuerza. En la quietud del dormitorio, Teresa explicó a Romualdo que ese mismo día confirmó el segundo atraso de su regla, ¡estaba por primera vez embarazada pasados más de quince años de casados¡ los pechos hinchados y los mareos disiparon dudas y de un modo que no comprendía, relacionaba a las extrañas luces venidas del cielo y a Dios con el embarazo. El serrano compartió la alegría de su mujer, pero bien se dio cuenta que la fecundación se produjo varias semanas antes del supuesto mensaje de Dios. El “Cerro de la Luz”, como empezó a denominarse, se encontraba a la vista de todos desde el camino a la Invernada; las piedras pasaban desapercibidas de día, pero la visión nocturna era espectacular, con el núcleo del meteorito y sus pedazos emitiendo la fantasmagórica luminosidad. Gente crédula comenzó a considerar las luces de la chacra de Romualdo como hecho sobrenatural, surgiendo una división entre quienes estimaban el fenómeno proveniente de Dios y quienes del Diablo; el pastor Mendes zanjó rápido la cuestión: en una celebración de la Iglesia de los Hijos Pródigos en Jesucristo, afirmó que Dios bendijo esa tierra al enviar las Piedras Iluminadas y ya produjo un milagro a través de ellas, al quedar embarazada la esposa de Romualdo Rodrigues el mismo día que cayeron, luego de quince años de esterilidad, transmitiendo lo que el propio Romualdo le relató. Desde entonces, la chacra del serrano recibió un flujo constante de personas deseando milagros a su favor, que se realizaron en casos de enfermedades sicosomáticas, tal era la fe que depositaban en esos objetos considerados manifestaciones de divinidad. Mientras tanto, el capital de Romualdo aumentaba al ritmo del crecimiento de la panza de Teresa; no cobraba entrada a la chacra, pero hacía saber que una contribución era imprescindible para mantener el lugar en condiciones e instaló un kiosco cercano al núcleo, atendido por la esposa, directo testimonio de la capacidad milagrosa del Cerro de la Luz.. A su vez, el pastor Mendes recibía un pequeño porcentaje para su Iglesia. Romualdo estaba satisfecho y sin cargos de conciencia, la gente creía porque quería creer, su pequeña mentira a Mendes ayudó al proceso, que se habría dado igual sin ella.  
Al tiempo, sin embargo, aparecieron inconvenientes. Ignorando los carteles en contrario, los peregrinos se llevaron los fragmentos más chicos del meteorito a sus casas, la disminución del área iluminada en el Cerro de la Luz fue notoria, no obstante, el brillo remanente lucía suficiente; el núcleo y pedazos grandes resultaban difíciles de extraer e imposible de escapar al control de Romualdo y sus tres ayudantes, pero otro problema, más grave, se gestó. A contrapelo de la esperanza generada por las Piedras Iluminadas, se presentaron en simultáneo decenas de casos de niños con diarrea, náuseas, vómitos y síntomas de anemia súbita. El pobre médico de la salita de primeros auxilios no daba abasto y solicitó al Director de la escuela de Invernada que convoque a una reunión de padres para indagar la causa del mal. La concurrencia fue masiva; se decidió dar aviso a las autoridades locales y nacionales a través del Director y del Doctor, para que se analice el agua de pozos y arroyos, jurando los presentes que no hicieron uso de agroquímicos en los últimos meses. Roque, antiguo vecino, señaló que antes de las Piedras Iluminadas, jamás pasó algo semejante, insinuación que provocó indignación general por la fe en las bondades del fenómeno; el Director, hombre joven, preparado e inquieto, tomó nota de la posibilidad e investigó. Gracias a la confianza que generaba en alumnos y padres, supo que cada uno de los chicos enfermos poseía fragmentos del meteorito en la casa, manipulándolos con frecuencia. Con este dato, solicitó la intervención de la Gendarmería Nacional, que afectó un equipo de peritos para estudiar la situación. La conclusión fue que el meteorito presentaba niveles de radiactividad superior a la conocida para objetos similares; aunque no mortal; podía intoxicar, en especial a los menores, si estaban en contacto prolongado con el material e inclusive derivar en cáncer si no se tomaban medidas. Gendarmes recorrieron las casas juntando las piedras en cajas de plomo; el núcleo y pedazos grandes fueron removidos de la chacra de Romualdo con equipos viales y transportados en contenedores con escudos también de plomo, serían analizados por una universidad norteamericana. El negocio del serrano y esposa terminó de la noche a la mañana. Los pobladores se rindieron ante la contundente acción del Estado y el respeto del que gozaba el Director. La fe en las Piedras Iluminadas, provenientes del Altísimo, fue trocada por burla y desprecio hacia Romualdo y al pastor Mendes, que renunció a su ministerio, yendo a predicar al Norte. Lo peor para el matrimonio llegó con el nacimiento del esperado hijo, la radiactividad interfirió en su desarrollo, viniendo al mundo sin un pie y con malformaciones internas que causaron su muerte a horas de nacido. Entristecidos, vendieron la chacra y desaparecieron. Olvidado el incidente del meteorito, ya adultos, dos niños afectados fallecieron de leucemia. El Cerro Monje, en el área, recobró su condición de único milagroso; el Cerro de la Luz, al asfaltarse la ruta de Alem a San Javier, que lo cruza, fue rebautizado Cerro Buena Vista, por los magníficos paisajes que permite contemplar. Los serranos siguen luchando por la reconversión productiva para suplantar al tabaco; solo el viejo Samuel, como letanía, repite que él lo dijo desde el principio, las Piedras Iluminadas venían del Diablo. 
La Sierra del Imán, con sus colinas plenas del variado verde de sembradíos, monte, pinos; el rumor de arroyos alegres y rojos caminos que se tornan grises, reserva su belleza para quien la sabe ver más allá de sus historias.