Roberto Maack: Guerra con consecuencias regionales

jueves 10 de enero de 2019 | 9:01hs.
Colectivos incendiados en Fortaleza, Brasil
Colectivos incendiados en Fortaleza, Brasil

Jair Bolsonaro, el ex capitán del Ejército devenido en presidente desde el primer día de este año, que declaró la guerra a la delincuencia en Brasil, experimenta su primera batalla y la está perdiendo. El campo de acción es la ciudad de Fortaleza, en el estado nordestino de Ceará. De un lado las fuerzas policiales (Bolsonaro envió más de 400 uniformados de refuerzo) y del otro una alianza entre dos organizaciones criminales poderosas del Brasil, el paulista Primer Comando Capital (PCC) y el Comando Vermelho, que tiene su pata local en Ceará en los Guardianes del Estado. El resultado después de ocho días de violencia son decenas de muertos, cientos de detenidos, millonarias pérdidas por ataques incendiarios a autobuses, bancos y comercios.

El detonante fue una medida que dispuso Bolsonaro: imponer controles estrictos en las cárceles. Como represalia, grupos del crimen organizado ordenaron la ola de violencia. Según un informe de World Prison Brief, Brasil tiene más de 700 mil internos en sus cárceles; es el tercer país del mundo con mayor población bajo rejas, después de Estados Unidos y China. Las cárceles son una iniciación de los futuros integrantes de los grupos criminales.

Tanto el PCC como el Comando Vermelho son manejados desde prisión, con muchos recursos económicos y miles de soldados, que reclutan en las favelas. Jóvenes que salen a matar por una dosis de droga o escasos reales, que apenas superan al jornal semanal. Sólo en 2017 hubo 981 homicidios de adolescentes en Ceará. Pero esto no es nuevo. Tanto el PCC como el Comando Vermelho están en todas las ciudades importantes. Sobreviven a intentos de distintos gobiernos de eliminarlos. Las películas Ciudad de Dios y Tropa de Elite reflejan esa realidad.

Pero las consecuencias de esta guerra no terminan en Brasil. Tendrán derivaciones en los países vecinos. Paraguay se transformó desde principio de este siglo en base de operaciones de las organizaciones brasileñas. Por la frontera con el Brasil ingresan drogas y armas. Es refugio de los líderes de los grupos delictivos. Lo contó Marcelo “Piloto” Pinheiro Veiga, supuesto líder del Comando Vermelho (que mató a una joven en su celda en un intento por evitar su extradición) en una entrevista al New York Times. Dijo que el vecino país le garantiza impunidad y que a un jefe policial le pagó 100.000 dólares “para sentar reglas y generar confianza” y desembolsa todos los meses 5.000 dólares para el alto mando y 2.000 dólares para los de menor rango.

El 16 de diciembre dos presuntos líderes del Primer Comando Capital se escaparon de la misma cárcel de Asunción donde estaba alojado Marcelo Piloto. Uno es Thiago Ximenes, alias Matrix, el jefe más importante del PCC capturado en Ciudad del Este en 2014. El segundo sería el presunto sicario y guardaespaldas Reinaldo de Araújo. Ximenes estuvo alojado en la cárcel de Ezeiza en Buenos Aires y junto a otros trece reclusos brasileños y argentinos escapó en agosto del 2013. La guerra está desatada. Y como todo conflicto, se sabe cuando empieza, pero no cuándo termina, hasta dónde llegan y sobre las cabezas de quiénes caerán las esquirlas.