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Recobrar los sentidos

domingo 21 de julio de 2019 | 5:00hs.
Recobrar los sentidos
"Volví a sentir mi perfume, el suavizante y obviamente dejó de gustarme el mal olor del cigarrillo", se alegró.
"Volví a sentir mi perfume, el suavizante y obviamente dejó de gustarme el mal olor del cigarrillo", se alegró.
Mirta Carballo (41) fue fumadora durante 20 años. Como consecuencia, y sin darse cuenta, el sentido del olfato y el gustativo ya no le servían. Si bien es una persona activa que trabaja y realiza actividad deportiva de forma permanente, no lograba abandonar el hábito de fumar. Pero hace unos días lo que parecía imposible se tornó realidad y su vida presenta cambios increíbles, devolviéndole la magia de sentir, por ejemplo, el perfume de una flor. 
Mirta no tenía planes para dejar de fumar, pero sabía que en algún momento debía hacerlo. Fumaba un paquete diario, aunque dependiendo de su estado de ánimo, el número de puchos aumentaba. Sin embargo, creía que no le generaría ningún tipo de problemas de salud hasta que conoció el programa de cesación tabáquica que funciona en el hospital de San Pedro hace más de un año. 
La guardaparque, a modo de ejemplo de que sí se puede y de concientización de las consecuencias graves para el organismo para quienes fuman, contó a El Territorio su historia con el tabaco. 
“Siempre fui una persona activa, realizo deporte un 90% de la semana, creía que no me hacía daño el cigarrillo. Fumé durante 20 años hasta que un día me contaron del programa en el hospital de San Pedro para dejar de fumar, entonces me acerqué y automáticamente me inscribí. Sabía que de todas formas dependía de mí. Primeramente admitir que era fumadora y que me hacía daño, y luego dejarlo de un día para el otro”, indicó. 
Abandonar el vicio no fue nada fácil, implica tener mucho valor para hacerlo ya que la abstinencia genera síntomas que pueden llevar a que el paciente retroceda y abandone el tratamiento a medio camino, empezando por la ansiedad que en el caso de Mirta era insoportable. Sufrió insomnio y sentía que su metabolismo no funcionaba normalmente. Después de tantos días bastante complicados, casi como de forma mágica recuperó el olfato. 
Emocionada, la mujer valoró la implementación de este tipo de programas, ya que de forma voluntaria, sin la asistencia de profesionales, resulta muy difícil abandonar el cigarrillo porque los fármacos resultan muy costosos y por lo general no aportan los resultados esperados. “Volví a sentir mi perfume,  el champú,  el suavizante, el jabón de olor; y obviamente dejó de gustarme el mal olor al cigarrillo. El gusto por los alimentos lo disfruto mucho más y lo más hermoso de esto es la felicidad de mi hijo. Así que estoy muy feliz y orgullosa de mi persona por lograr dejar de fumar. Mi vida cambió para bien, me siento renovada, con otro aire,  otro ánimo, excelente el programa y los profesionales que lo llevan adelante”, expresó.
El programa Proteger, de la Nación -ejecutado de forma conjunta con el Ministerio de Salud Pública de la provincia-, resulta muy efectivo por el acompañamiento de los profesionales, tornando al hospital de San Pedro como referencia a nivel provincial, por la óptima implementación y resultados alcanzados. 
El año pasado 25 personas dejaron de fumar, mientras que en lo que va del año  tres pacientes culminaron con éxito y otros catorce se encuentran en tratamiento, y además cuenta con una vacante para diez nuevos pacientes quienes reciben parches de nicotina para dejar de fumar de forma gratuita.
La modalidad de este año es el control clínico previo al inicio del programa, se desarrollan ocho jornadas de charla y reflexión donde se aborda temas relacionados al cigarrillo, cuenta con un grupo de WhastApp en el que interactúan pacientes y especialistas, asisten a la consulta programada con una nutricionista, kinesiólogo y psicólogo, si es necesario. Las personas que estén interesados pueden consultar en el nosocomio. 

ESCENARIOS

La última lección de vida

Richar Vera

Por Richar Vera sociedad@elterritorio.com.ar

El miedo al dolor me llevó a dejar el cigarrillo. Tuve un mensaje del futuro: mi padre sufriendo. Le cortaron las piernas porque tenía infecciones que cada vez empeoraban más. Cuando comprás un pucho hay un cartel que dice: fumar te causa gangrena. Sus pulmones estaban bien pero, con un historial de fumador, su gerontóloga debió sospechar el mal estado de sus arterias. Porque lo cierto era que la sangre no le llegaba bien a los pies. En los meses previos se cansaba mucho al caminar, luego le daban calambres. Un día encontró esas heridas, que eran como honguitos pero que a los días se infectaron, con dolores muy fuertes. Mientras sucedía, igual fumaba. Caminaba despacito hacia el balcón y echaba sus humos por la ventana. Cuando ya andaba en silla de ruedas porque el dolor al pisar era insoportable, un cardiólogo dijo: “Déjenle fumar igual si ya tiene 80 años”. Cuando estaba en la sala del hospital y ya no podía encender un cigarrillo, medio en sueño, medio despierto hacía unos gestos con la mano, llevando la palma a su boca. “Mirá, hace como que fuma”, me dijo mi hermana. Un par de veces me pidió que le consiguiera un cigarrillo para prenderlo en la sala de internación. “No se puede y además ya no fumo”, le decía con suma paciencia. Ningún médico confirmó que su arterioesclerosis era a causa del pucho. “Es probable”, decían. Un enfermero muy avezado vio sus estudios de angiografía, observó las heridas supurantes y dijo: “Hay que internarlo urgentemente”. Dos días después nos dijeron que debían amputarle de las rodillas para abajo. La sangre contaminada con las heridas gangrenadas puede ser mortal. Mi viejo tardó en tomar la decisión. Cuando vio llegar a mi hermana, que vive a más de 6 mil kilómetros, confirmó que la situación era grave. Entonces firmó el consentimiento de la cirugía. Con una buena dosis de morfina mi viejo dejaba de sufrir. Él era un devoto religioso, tal como heredó de su tradicional familia. Pero Dios no estaba ahí para ser piadoso con su suplicio. Vivió un mes más y esperábamos tenerlo unos años más con nosotros. Pero al parecer su sangre contaminada hizo estragos en su interior. Su corazón era fuerte. Se bancó cuatro paros cardíacos. El quinto fue fatal. Serán dos años de su fallecimiento y de los que dejé el cigarrillo. Tres meses y un poco más son los más difíciles para superar la adicción. Luego es más fácil sobrellevarlo. Intenté varias veces abandonarlo, pero el trágico final de mi papá fue su última lección de vida: el pucho te mata, de a poco y, llegado el momento, muy rápido.

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