Que la fiesta nos junte

domingo 13 de enero de 2019 | 6:00hs.
En los 90, los desfiles se convocaron en Villa Cabello.
En los 90, los desfiles se convocaron en Villa Cabello.
Silvia Godoy

Por Silvia Godoy sociedad@elterritorio.com.ar

Como fiesta colectiva, el carnaval es eso que sucede con el otro y afuera en un juego viejo como el mundo. Sin fronteras, explota en el interior individual y se manifiesta en las calles con las formas torrentosas del baile, la música y la diversión.
Quizás por su condición de tener que ser vivido, no resiste la impostura. Así, en una sociedad global que promueve una comprensión cada vez más estrecha de la realidad, el corso como ejercicio lúdico pierde el eco de la risa de siglos, se opaca, cambia ¿se apaga?
Los posadeños más añosos guardan en la memoria el esplendor del carnaval en una ciudad polvorienta y en ciernes. Recuerdan la felicidad de los tiempos en que las calles se volvían por cuatro días una batalla de agua y papel picado que se desataba al estallar la bomba de estruendo.
Eran días interminables de bullicio, primero las corridas balde en mano, después las meriendas en los cafés y clubes, luego los desfiles de las comparsas y, de madrugada, los bailongos.
En la actualidad, muchas familias en Misiones cuidan al espíritu del carnaval y preparan todo el año la gran fiesta popular, aunque observan que va perdiendo convocatoria. Incluso la crisis económica obligó a históricas comparsas a bajarse este año.
Para traer al presente la plenitud del carnaval de otras épocas, El Territorio dialogó con la escritora investigadora costumbrista Julia Norma Catalano, que hizo un rescate de la gran riqueza cultural que contenía la fiesta en la Posadas de las años 1960 a 70 -en paralelo con todo el país-, hasta que fue silenciada con la irrupción de la dictadura cívico-militar.
En la entrevista, Catalano comparte datos de su archivo, que fueron recabados en largas charlas con los más antiguos vecinos y aboga por recuperar esta tradición festiva que “es sinónimo de plenitud de la vida y de buen augurio”.
El carnaval es una celebración ligada al cristianismo y que tiene precedentes que se remontan a unos 5.000 años, comenzó y agregó: “En Posadas no podemos establecer una fecha exacta para el comienzo de esta celebración, sabemos que el carnaval llegó a América con la conquista de españoles y portugueses y que tomó elementos de distintas etapas, de los pueblos originarios, de los inmigrantes”.
Durante las jornadas de carnaval, que anteceden al miércoles de ceniza, se desentierra al diablo y se lo libera. “Al comenzar la cuaresma se encierra al diablo, un miércoles de ceniza, día de San Blas, pero durante el carnaval el diablo anda suelto con todas sus travesuras; se dice también que los padres deben cuidar más a sus hijos”, dijo la investigadora.
“Los desfiles cambiaban de lugar depende de la cantidad de gente que iba, el número de comparsas y carrozas, se hizo en el centro, después pasó a la calle Florida. Hay registros de que Posadas tiene una tradición de celebrar el carnaval y que era una fiesta inigualable, porque era un gran despliegue de trajes y carros para los desfiles y a la vez había orquestas y baile en todos los clubes, fue un período de gran riqueza cultural en cuanto a lo popular, a vivir la solidaridad entre vecinos, creo que todo esto merece rescatarse para no olvidar”, indicó.
En los años 1960 a 1970, los corsos se realizaban en la calle Florida -actual avenida Tambor de Tacuarí-. “Era una calle de tierra que iba al oeste y estaba poblada de árboles que unían sus copas, era muy fresca y llena de flores de los chivatos, lapachos, jacarandás”, rememoró Catalano.
Los desfiles empezaban en la Corrientes y la fiesta llegaba a su final en la avenida 115, en donde está la iglesia San Miguel, por todo el recorrido había gente y muchos seguían la trayectoria del desfile.
“Era el atractivo principal de la ciudad por esos años, con vecinos que hoy ya no están recordamos que la concentración de las comparsas que llegaban de todos los barrios se hacía en la esquina de Santa Catalina y Florida, participaban las comparsas de los barrios Huracán, La Picada, Patotí, Tajamar, Villa Blosset, Rocamora, Regimiento, Miguel Lanús, entre otros. Muchos años el corso fue por la Florida después cambió de lugar, la calle era de tierra”, enumeró.
“El carnaval era feriado y casi nadie trabajaba, la Municipalidad tocaba la bomba a las 2 de la tarde y era un griterío, porque apenas sonaba, la gente salía a las veredas y calles a mojarse, andaban en autos, camiones con baldes y bombitas, no había manera de no mojarse, la única forma era no salir; si salías, tenías que jugar al carnaval”, expresó Catalano y apuntó que la gente se subía a los techos de las casas, a los árboles y muros para ver la corredera.
“A veces por la alegría y por andar corriendo mojados, algunos se caían y se lastimaban también, pero todo llegaba a su fin cuando sonaba de nuevo la bomba a las 17, anunciaba que ya no se podía tirar agua. El juego estaba normado, no se podía tirar agua a las autoridades, a los religiosos, a los mayores. A las 19 empezaba el desfile de las comparsas infantiles, muy vistosas, y después venían las comparsas de los adultos”.
Cuando terminaba el corso, había baile popular en la plaza, “sonaban las orquestas que eran con grandes músicos y había baile en los clubes de los barrios, en las peñas y en las bailantas, en el Hotel Savoy también había celebración”.
Una de las comparsas que dejó una huella en la historia de Posadas fue la de los pieles rojas, “era compuesta de varones vestidos de indios americanos con la piel pintada y con tocados llenos de pluma, llevaban tambores y tacuaras, hacían danzas de las que el público participaba para atraer a la prosperidad”.
El viernes de carnaval era verbena, una fiesta popular con baile y feria, se escuchaban ritmos folclóricos y había cuadros de baile con diferentes vestimentas, esto también era parte del carnaval, algunos paseaban en carrozas y luego seguían los festejos en los diferentes clubes de los barrios, describió.
Todo este gran despliegue de arte y diversión cambia a partir de los ‘70. “Se produce un cambio en los festejos y participación social, el carnaval pierde su capacidad de convocatoria y cada barrio, cada club y grupo lo celebra a su manera, ya no se juega masivamente al carnaval, ya no se oye la bomba de estruendo. Los niños siguen jugando entre ellos, pero desaparece el feriado por carnaval, derogado por el gobierno militar con la ley 21.329”.
Al borrar los feriados del almanaque se enmudeció a los tambores.
“El carnaval renace en los 80 en los talleres y centros culturales, vuelven con la democracia pero no es hasta 2010 que se restablecen dos feriados de carnaval, se hacen nuevos desfiles en Posadas, hay nueva movilización en los barrios, entusiasmo, pero algo de su esplendor quedó en el camino”, precisó.
A la vez que remarcó la importancia de cuidar al espíritu de carnaval: “Las familias completas participaban del baile, era el carnaval sinónimo de celebrar la vida y de desear la abundancia, todos se divertían para una suerte mejor”. Entonces, por la magia de ser parte del carnaval “se sacaba todo lo negativo de adentro, era divertirse por el solo hecho de divertirse, cada uno se disfrazaba de lo que sea, porque no había otra finalidad que celebrar y agradecer la belleza de la vida”.
Enfatizó: “Siempre se puede rescatar la tradición, lo importante es la fiesta, la diversión que con la competencia ya se pierde un poco, el carnaval además es un motor para el turismo y para los locales es un espacio que mejora la calidad de vida, es ver que los chicos hacen música, cantan y bailan y esto seguro fructificará en un futuro mejor”.
Por su parte, Leo Duarte, del grupo Posadas del Ayer, rescató otra fase de brillo con los carnavales del Oeste en la década del 90. “Fue una época en que se rescató la grandeza de los carnavales, con gente que dejaba desde temprano sus sillas para no perderse el desfile”.
En cada detalle se demuestra el poderío de cambio que tiene la fiesta que llama a la abundancia para todo el pueblo. Sería bueno entonces dejar que el carnaval nos junte en gente. Carnavalizar la vida, como dicen los brasileños, con este verbo danzante que puede traspolarse al español, con licencia de duende.