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Por las rutas del Moconá

domingo 19 de julio de 2020 | 3:30hs.
Por las rutas del Moconá

¿Usted es don Marcos?

-Así es amigo, tome asiento.

-Venía por lo siguiente. Vivo en la ruta 14 y por referencias de un amigo, me ponderó tanto el salto del Moconá que ardo en deseos de conocerlo.

-Pero amigo, si usted vive sobre la ruta 14, resulta fácil el asunto. Tome el colectivo La Victoria que lo deja en El Soberbio y allí tendrá que agenciarse una lancha a motor o un buen portátil que lo lleve hasta el Moconá.

-Por lo visto, según su itinerario el viaje no tiene contratiempos. Pero es por algo que me aconsejaron que consultara con usted. ¿Me acompaña don Marcos?, o, mejor dicho, ¿lo acompaño yo?

Esto ya no era simplemente una consulta. Era un impacto directo al alma, del que sólo espera la primera oportunidad para rumbear por los caminos de Misiones, que tantas impresiones agradables dejan a los viajeros. (…)

-¿Vamos?

-Vamos

Y partimos rumbo al Matto Quemado o al Once Vueltas, el Tabay, Panambí, Piray, Pepirí o al Iguazú.

Hemos dejado atrás el Yazá y el Acaraguá. El vehículo avanza por la ruta roja alternando la selva con plantaciones de té, de tung o de yerba.

Llegamos al deslinde de Campo Grande y un cartel nos anuncia la entrada a una nueva zona, “Bienvenidos a la futura ciudad de Aristóbulo del Valle”.

Unos años atrás por esta misma ruta se bordeaba selva agreste. Ahora, el trabajo del hombre de varias razas, lo está transformando a pasos agigantados.

Allí encontré junto a los criollos, japoneses, polacos, alemanes, ucranianos, paraguayos, brasileños, suizos, etc. La característica general de la colonización misionera, que tanto contribuyó al progreso. Me hablaron de sus proyectos. Ya funcionan varias escuelas nacionales y provinciales, construyen su usina eléctrica, clavaron postes para el servicio telefónico, pista de aterrizaje y Sala de Primeros Auxilios. (…)

Por allí corre el Cuñápirú, donde años atrás un cazador, siguiendo la huella de un anta herido, tropezó con una cascada que se despeña desde cincuenta y cinco metros de altura. Cuando el cazador hizo las primeras referencias sobre el descubrimiento, nadie le creyó.

-Usted “desajera” demasiado. No puede ser.

Le tocó guiar a varios descreídos. Después se abrió un camino hasta las cercanías. (…) A esa soberbia cascada, se la conoce por Salto Encantado. (…) Tiene la zona de Aristóbulo del Valle otra cascada estupenda: la que forma el arroyo Alegre. La fauna ictícola es importante, pero deben preservarla de la depredación. En cuanto a su fauna silvestre, abunda el jabalí, tateto, pecarí, anta, venados, y en dirección al cerro Moreno, ejemplares de tigres y gato onza.

Cruzamos el camino que se abre hasta el Pindaití afluente del Uruguay y entramos en la zona de Dos de Mayo. Aquí no nos recibe ningún cartel de bienvenida, anunciador de una futura ciudad, pero al ritmo que se edifica, se construye, se planta y se proyecta, no tardará en convertirse en otra gran población, en el corazón de la selva misionera (…)

Estamos ya en el kilómetro doscientos cincuenta y nueve, cruce de la ruta catorce con la de El Soberbio donde hacemos un alto, porque allí vive el amigo Guillermo Ocampo.

Su color es el del lapacho y como el lapacho  duro y fornido. Ya sesentón y de cabello rosillo. ¡Cuántos años vivió entre la maraña hurgando los secretos de la selva! Ahora el curso de su existencia se desarrolla en un escenario más reducido, como consecuencia de la mordedura de una cascabel, por la que perdió una pierna.

Se había internado en el monte en busca de yerba virgen. Su perro “levantó” un anta y don Ocampo, siguiendo las huellas atento a la dirección de la “corrida” pisó una cascabel que le clavó los colmillos. Primero destrozó al reptil con su machete. Después ligó la pierna con un pañuelo y desanduvo los nueve kilómetros que lo separaban de la ranchada donde llegó a la rastra. No valieron a causa de ese esfuerzo, los remedios caseros que los indígenas usan con eficiencia. A los seis días lo trasladaron a Posadas.

-Me serrucharon la pata compañero y con pata de palo es feo andar por el monte. (…)

Nos adentramos ya por la ruta de El Soberbio. A varios kilómetros nos encontramos con los restos de un campamento indígena que hasta hace pocos días estuvo asentado en esa zona. Ellos saben cuando madura el ibaporoití, el guabirá, y van escalonando los campamentos para acopiar frutas y otros alimentos. Son pintorescas sus tolderías improvisadas porque al paso de los vehículos se produce un trueque de cueros, canastos, flechas, “guachos” de coatí, monitos, loros y otra “bicharada”, por mercancías que les ofrecen los viajeros. ¡Como en los tiempos de Colón!

Unos kilómetros más allá, el amigo Urpegui está tomando la foto de un cuero de tigre, recientemente capturado por los pobladores del lugar. (…)

Pilchas abajo. El vehículo me deja en la barranca donde corre el Uruguay. Más al sur, lo crucé a brazo medio siglo atrás. Aquí se angosta y su curso entre montes y cerros es de una belleza impresionante.

-¿Saludando al río, don Marcos?

-Así es. El Uruguay es un buen amigo. (…)

Barajamos las perspectivas, para cuando el turismo se organice, como lo merece una zona con tantos atractivos. Un servicio de lancha hasta los Saltos y allá un parador para campamento. Más de uno ha tenido que volverse desde El Soberbio por no contar con una lancha a su disposición.

-Usted mismo, don Marcos, tendrá dificultades. La lancha de su amigo Fachinello está desarmada por fallas en el motor. Es un contratiempo que le llevará dos o tres días.

- No se hagan problemas. Vine dispuesto a llegar hasta el Moconá y he de llegar aunque fuera en un caíco.

Al amanecer el “pasero” –canoero que transporta los pasajeros de una a otra costa- me lleva hasta la costa brasilera. Este pueblo también se llama El Soberbio y, como el nuestro, compite en bellezas panorámicas.

El colectivo que va hasta Tres Pasos me deja en la Colonia Militar, frente a Monteagudo. (…) Con uno de los soldados departimos amena charla cambiando impresiones.

-¿Que te parece fusileiro, si entramos aquí enfrente a tomar una cachaza?

-¿Puis no?

El bodegón es de don Abilio Martins. Pensión, hospedaje, despacho de bebidas y Estaçao Rodoviaria do Alto Uruguay (…)

Ya está armada la rueda y hasta que viene el chimarrao, probamos cachazas de varias marcas. Es una cachaza endemoniada que agudiza la imaginación en forma geométrica. (…)

De aquella “conversa” salió armada la expedición a los saltos. Don Abilio es propietario de una lancha que con unos remiendos en cuestión de horas, estaría en condiciones de romper las correderas. De franco espíritu deportivo, cordial, hospitalario, se dispone también a integrar la partida. Nos acompañará Edoino Alvez. De baqueano, Pedro Dos Santos, que está haciendo los preparativos rodeado de sus hijos.

-Este más chico se llama Utersil.

-¿De dónde sacaste ese nombre?

-De una revista, y este otro se llama Daladier.

-¿Y ese nombre?

-También de una revista. (…)

Primero cruzamos a la costa argentina hasta Monteagudo y después proa arriba, rumbo a la desembocadura del arroyo Paraíso. Bordeamos por una isla grande, que las inundaciones siempre respetaron por su altura. Es de vegetación exuberante y allí el vecino Dombroski de El Soberbio tiene una hermosa plantación de bananos, ananás y verduras. Hasta un lago propio tiene esta isla sin nombre y que sólo se la conoce por el apodo de un poblador que vivió allí muchos años.

Corre manso el Uruguay con tersura de sábana inmensa extendida a través de las dos fronteras. Sólo se encrespa en las correderas, las que a veces pasan de varios kilómetros. La navegación debe realizarse con precaución, sorteando las piedras y boquerones. En el lecho rocoso los socavones forman semicírculos que se convierten en remolinos espumosos y crujientes. En las bajantes muy pronunciadas se cruza a pie de una a otra costa. (…)

En la corredera de Las Tejas, Dos Santos prendió un dorado en la cuchara y en el remanso que forma la ensenada es segura la pesca de fondo. Edoino, con una pala, en pocos minutos nos abasteció de “miñocas” -lombrices- y salieron los primeros bagres y bogas que son de colores vistosos, y saqué un pez, que en mis años de correrías observé por primera vez. Un bogón con escamas enteramente blancas y su boca dentada horizontal hacia abajo como los tiburones. Lima me dijo que lo llama taní y la entrega de ese nombre va por su cuenta. Aclaro también que los brasileños denominan piava a la boga; al sábalo lame pedra o grumatán y al pirá pytá, nuestro salmón de agua dulce, lo llaman parancanyuba.

Está cerrando la noche. A pocos metros está el callejón por donde entra rugiendo el Uruguay y nos golpea los oídos el fragor de los saltos cuya vista dejamos para el día siguiente.

-¡O frío do diavo!

-¡Mais que frío danado!

Martins nos pasa a la costa brasilera y bajamos entre los pedregales con Edoino y Petronilo. Lima se encargaría de la pesca. (…) Unos metros más y estamos en el primer salto que cae de costa argentina. Le calculamos nueve metros y la caída se produce en forma de gradas sobre peñascos a pique. (…)

Allá vamos entre los pedregales, frente a la cortina de espuma que se descuelga a lo largo del flanco argentino. Resulta difícil explicar el remoto cataclismo que dio lugar a este capricho de la naturaleza, donde alternan salientes y hendiduras en un continuo despeñarse de toneladas de agua blanquecina, formado al caer embudos concéntricos que giran y se precipitan con fuerza ciclópea desplazándose corriente abajo entre furiosos borbollones. Más allá, la fuerza del agua en el transcurso de los siglos horada piedras gigantescas y se forman cien figuras geométricas donde chorros de espuma se deslizan en fascinante filigrana (…)

Bordeamos unos canalones que penetran varios metros entre los pedregales. Allí es donde los indígenas realizan su pesca. De pie, semejando una esfinge, con el arco o la fija preparados para el tiro ágil. Cuando en los canalones penetran los dorados persiguiendo su presa, la esfinge se transforma y un tiro certero de flecha o fija, deja al pez boqueando entre las piedras. (…)

Hay muchas cosas aquí como para despertar el interés de hombres de ciencia y los amantes de las bellezas naturales. Cuando el Moconá se convierta en un centro turístico nos deparará muchas sorpresas muy gratas para los argentinos.

Mis compañeros me indican por señas que hay que avanzar hasta el último salto, el más soberbio y prodigioso: ¡El Moconá! Allí solamente me embargó un anhelo: que todos los argentinos conozcan lo que atesora el país donde nacieron y habitan hombres de muchas razas que llegaron a sus playas en busca de un porvenir que les fuera incierto en sus tierras de origen.

Cuatro kilómetros aguas arriba se encuentra la barra del Pepirí Guazú que, también como el Uruguay, divide el límite argentino-brasileño. Moconá no tiene traducción al guaraní. Posiblemente los guaraníes llamaron a estas cascadas con el nombre de Mocombá –que traga todo-.

Panela y chaleira sobre un fogón que días y noches se mantuvo generoso. Ahora hay que apagar las brasas y arrojar los tizones al río, recoger las líneas, empacar las mochilas y poner proa al sur (…)

Nuevamente proa al sur -Lima quedó en su ranchada del Pepirí-. Nos despedimos de Martins, Edoino, Dos Santos y Petronilo en Colonia Militar. También de los amigos de El Soberbio al desandar la ruta que nos trajo hasta Oberá.

Les transmití mis impresiones a los que quisieron escucharme y en pago me despojaron de las piedras que traje como recuerdo de la excursión. No importa. Ya sé dónde se ocultan esos tesoros y es ancha la ruta que conduce al Moconá.

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