Reseña. Piedras en verde silencio
Capaccio les da voz y vida a las reducciones jesuíticas
El viernes pasado, en la Biblioteca popular de Posadas, se presentó el nuevo libro del escritor Rodolfo Nicolás Capaccio. La obra fue impresa por la Editorial Universitaria. Los cuentos están ambientados en los pueblos jesuíticos de Paraguay, Brasil y Argentina.
Capaccio nació en Mercedes, Buenos Aires, y reside en Misiones desde 1975. Es licenciado en comunicación social y fue docente de esa carrera en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Unam. Es el autor del guión del espectáculo de luz y sonido inaugurado en 1987 en las reducciones de San Ignacio. En 1997 recibió el premio Arandú por su novela Sumido en verde temblor y ha publicado también cuentos y relatos.
En Piedras en verde silencio Capaccio vuelve sobre un tema, o mejor dicho vuelve a un lugar, que le ha marcado desde su llegada a Misiones: las reducciones jesuíticas. De hecho, todos los cuentos, están ambientados en ese gran escenario físico y temporal que conoce y domina.
Hay un cuento en el libro que lleva como título Transmutado que tiene como protagonista a un vecino que por las noches se mete subrepticiamente en las ruinas de San Ignacio. Permanece ahí horas, en la oscuridad, todas las noches, con la esperanza de llegar a percibir en algún momento alguna latencia del pasado. Se podría hacer una analogía entre el autor y ese personaje. O tal vez es su alter ego. Es que Capaccio, como ese personaje, lleva mucho tiempo con y en las ruinas, acercándose, recorriéndolas, acariciándolas, buscando en los libros, esa latencia del pasado.
En Piedras en verde silencio el autor aparece como un buscador, un cazador de detalles, un alfarero, un artesano que, con un poco de tierra, un trozo de madera, el brote de una planta, una araña, trabaja y transforma aquello en una obra con luz propia, en una pieza de arte.
El resultado entonces será evidente para el lector. El autor en este libro con estos cuentos, logró eso tan ansiado: ponerle voz y vida a ese pasado.
Capaccio no solo relata maravillosamente, sino que logra recrear en varios de ellos la cotidianeidad de hace siglos. Es como viajar hacia las misiones y experimentar los ruidos, las voces, las gentes haciendo sus tareas. La vida misma.
Así por ejemplo en el cuento “El tambor de la noche”, es fácil imaginar al niño caminando entre las casas recordando a los matrimonios su deber conyugal. Pero también invita al lector a espiar dentro de las habitaciones, en los catres donde duermen los jóvenes solteros y solteras, que escuchan el tambor y saben lo que eso significa.
O en el cuento “El mayor deseo”. Que narra la historia de un nene que deseaba morirse para vestir los adornos que lució su amiguito el día de su sepelio, en la ceremonia fúnebre.
Igual de notable es La clase. La historia del adolescente que se interna monte adentro a la espera de que Dios le saque la costilla con la que le creará a su compañera /esposa.
Pero Capaccio no solo recrea ambientes, da vida a los protagonistas; sino que también se mete en la psiquis de esos personajes.
Es lo que sucede en el cuento El inventario. Es la historia de un soldado que viene tras la expulsión de los jesuitas y está a cargo del control del inventario. El soldado desea mucho quedarse con una daga muy linda de los jesuitas, parte del lote de armas. Lo toma, pero luego se arrepiente y lo devuelve para no defraudar a su jefe a quien admira por su rectitud y buen militar. Y sin embargo el desenlace será otro. Su jefe no es lo que el tanto admira.
Hay otro cuento en particular que muestra la calidad de orfebre de Capaccio. Es en Destiempo. Allí el autor toma un trozo de meteorito que está en el museo jesuítico de San Carlos, Corrientes, para viajar hasta los tiempos de las duras batallas del comandante Andresito contra los bandeirantes.
Así escribe Capaccio: “Al llegar el crepúsculo cierra la puerta, y el meteorito que llegara a destiempo se queda solo, como acusado por su tardanza, frente a los ojos abiertos y fijos de los santos tallados por los indios”.
Otro de los cuentos notables es La araña. Es como si volviera otra vez aquel vecino del cuento Transmutado que por las noches se encierra en las ruinas en busca de alguna latencia del pasado. Esta vez capta la vida de una araña, que se instaló en un recoveco de las ruinas, donde ilumina el espectáculo de luz y sonido, para cazar mejor.
Dice, escribe, el autor: “Ella solo sabe que aquello le trae beneficios. Lo demás, la historia humana de lo ocurrido allí, no tiene para ella, ni para el resto de la naturaleza que ha invadido las piedras, la menor importancia”.
Aquí muestra la fuerza de las palabras, justamente eso que nos da sentido como humanidad, esta vez para reflexionar.
Es que esas reducciones, esas ruinas, ese cúmulo de piedras guardan historias, de cientos de humanos, de niños, de grandes, de hombres de mujeres, de curas, de bandeirantes, de alegrías y tristezas, vidas y muertes.
Llevan siglos ahí, mirándonos, esperando…
Finalmente sucedió.
Las ruinas, esas eternas piedras que duermen en un verde silencio, tienen definitivamente a quien les escriba.