Pinceladas de historia
El destino de los Siete Pueblos Orientales
En 1801, en rápida operación y, aprovechando el estado de caos reinante en los Siete Pueblos guaraní-misioneros al otro lado del río Uruguay, milicias riograndenses al mando de dos caudillos de la zona, Manoel Borges de Canto y Manoel dos Santos Pedroso, invadieron y conquistaron las tierras misioneras hasta el río Uruguay. Se concretaba así una vieja aspiración del imperio portugués: llevar definitivamente la frontera lusitana hacia este río.
Apenas ocupados los pueblos guaraní-misioneros, la Capitanía de Río Grande comenzó a otorgar tierras en sesmarías, concesiones provisorias otorgadas por los comandantes militares de los pueblos conquistados, con el fin de afianzar la ocupación. Por ello, los primeros beneficiados con extensos y fértiles campos fueron José Borges do Canto y quienes lo acompañaron en la conquista.
Este proceso de ocupación suroccidental de Río Grande fue la etapa final del proyecto poblacional del Imperio portugués en sus confines meridionales. La estrategia se había iniciado en 1737 con la fundación de Río Grande y Laguna o Porto dos Casais (Porto Alegre). Un puñado de familias, ligadas al Regimiento de Dragones, se distribuían las principales propiedades en la frontera con la Banda Oriental. En la segunda mitad del siglo XVIII se ocuparon las cuchillas divisorias de aguas (Cochilha Grande) y la Depresión Central, hasta el río Jacuhy. La conquista de Misiones permitió completar el poblamiento hacia el oeste y, desde allí, los frentes pobladores continuaron hacia el sur, hasta las márgenes del Quareim.
El territorio ocupado por las Misiones Orientales pasó a denominarse comandancia de Misiones, fijándose arbitrariamente como límite sur el río Ibicuy. Ocupado su espacio, entre 1810 y 1820, el mismo Comandante, al atribuírsele derechos de otorgamiento de tierras, concedió varias parcelas que llegaban hasta el río Quareim.
Consolidaba así Portugal las fronteras actuales del Brasil, ante la inacción de las autoridades rioplatenses, más preocupadas por los problemas derivados de la revolución de Mayo que por el avance portugués.
Los “sesmerios” (ocupantes de las sesmarías) con el tiempo se constituyeron en los grandes señores de las regiones fronterizas. En el primer cuarto del siglo, cuando recién empiezan a formarse los núcleos urbanos sobre el Uruguay, la estancia era una especie de “célula social” de la región. Los grandes propietarios se convirtieron en verdaderos señores feudales, en cuyo derredor giraban hombres, producción y la pequeña economía. Fueron los orientadores de la política y la economía locales.
El carácter fronterizo de la región conquistada, alejada unos 600 kilómetros de la capital de la Capitanía de Río Grande, de la cual dependía, no permitía otro tipo de gobierno que una administración de tipo militar. Las comunidades de guaraníes fueron atendidas por un administrador, un ayudante y un cura y se siguió respetando el sistema de comunidad. Pero tanto el orden como el cuidado del patrimonio de los pueblos dependió mucho de la honradez e idoneidad de estos funcionarios. Evidentemente los administradores delegados distaban de poseer estas virtudes.
El botánico francés Auguste de Saint-Hillaire, que recorrió los pueblos en esta época, indicaba que: “...de las ricas estancias jesuíticas pobladas de animales ya no quedan vestigios. Santo Ângelo ha perdido de manos de su administrador la posesión de sus estancias, lo mismo San Luis, San Lorenzo y San Nicolás. San Borja y San Juan conservan sus estancias, pero sin animales...”. Justificaba este estado de cosas diciendo: “Los administradores se enriquecen a costa de los salvajes y los indios trabajan con mala voluntad. Por ello huyen de sus aldeas, porque el mundo ya no se limita a ellos...”.
No había diferencias con la situación que vivían sus hermanos guaraníes en la otra banda del Uruguay.
Hacia fines de la década de 1820, esa disputada región fue fácilmente conquistada por Fructuoso Rivera, caudillo oriental, del partido colorado, guerrero de muchas batallas y protagonista fundamental de la historia uruguaya.
Entender esta etapa de la historia misionera es tan difícil como comprender el rápido éxito de la acción de las milicias de Borges do Canto en 1801 que culminaron con la definitiva presencia brasileña en la zona.
Lo que sí queda claro es que, a pesar de ser arrastrados durante tantos años en luchas fratricidas, los guaraní-misioneros orientales no perdieron la identidad con sus hermanos “del otro lado del Uruguay” y, al ser alentados por Rivera, no dudaron en volver a reunirse con sus consanguíneos donde ellos estuviesen.
La breve irrupción de Rivera en los Siete Pueblos provocó la última etapa de dispersión de la población guaraní de las comunidades que fueron jesuíticas. Esta corriente migratoria, en tanto, posibilitó la fundación de nuevos pueblos en la Banda Oriental y aumentó el número de los ya existentes en el nordeste entrerriano.
Los guaraníes, ancestrales migrantes, en un nuevo éxodo terminaron abandonando definitivamente los pueblos fundados a instancias de los Padres de la Compañía de Jesús.