Aproximación indirecta
Basil Liddell Hart fue un oficial del Ejército Británico. Nació en 1895 y murió en 1970. Con esos datos basta para saber que sobrevivió a la Primera Guerra Mundial (y también a la Segunda). Fue herido en las trincheras del Frente Occidental y luchó en la larga Batalla del Somme. En 1916 lo destinaron a una unidad blindada, cuando los primeros tanques –unos artefactos inmensos, horripilantes y mortíferos– irrumpieron en la guerra de trincheras y dieron un nuevo giro a la estrategia militar. Este hecho y el gas alemán determinaron el resto de su vida.
Imposibilitado de seguir en el servicio activo por culpa de dos infartos sufridos como consecuencia del gas en el Somme, en 1923 le rebajaron la dedicación a trabajos de escritorio y solo por media jornada. En 1927 se retiró del ejército con el grado de capitán y empezó la etapa que lo convertirá en un gran teórico de la estrategia. Se dedicó full time al estudio de las batallas y consiguió trabajo como periodista especializado en temas militares en el Times de Londres. Como nadie es profeta en su tierra, sus estudios sobre la guerra blindada fueron rechazados por los oficiales británicos y aplicados con gran éxito por el ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial en las blitzkrieg de Polonia de 1939 y Francia de 1940 y por Erwin Rommel en el norte de África. En lugar de aceptar el error, Churchill dudó de su lealtad y lo mandó a arrestar, pero nunca pudo probar nada. Con el tiempo la reina lo nombrará caballero, igual que a Elton John y Paul McCartney.
Su obra más conocida es la Historia Militar de la Segunda Guerra Mundial, pero la más útil es La estrategia de la aproximación indirecta, un libro que debería estar en la mesa de luz de los marquetineros políticos que se duermen viendo a Tinelli y después dan consejos efectistas pero inútiles. Ese libro siempre estuvo a mano en un estante de la biblioteca de Jorge Bergoglio en Buenos Aires. Hay otros dos que también recomienda seguido el Papa: El amo del mundo, de Robert Hugh Benson y Síndrome 1933, de Siegmund Ginzberg.
La aproximación indirecta supone lo que cualquier militar sabe desde la época de Sun Tzu: solo se ataca de frente al enemigo cuando la proporción de fuerzas están a favor por lo menos cinco a uno y el tiempo ganado pesa más que las posibles pérdidas. Para conseguir éxitos, tanto en la guerra como en la política, siempre hay que aproximarse al objetivo por los flancos, ya que en muy raras ocasiones la superioridad numérica es de tal magnitud que justifique otra cosa, y aunque esa desproporción existiera, la aproximación indirecta siempre ocasionará menos bajas. ¿Cómo se hace esto? Hay que leer a Liddell Hart.
El domingo pasado, en este mismo espacio, trataba de explicar el objetivo del viaje del Papa a Mongolia: mostrarle a China que el cristianismo es compatible con su cultura y su estilo de vida. La aproximación de Francisco a China por el flanco de Mongolia es la típica aproximación indirecta. Pero hay otro flanco que también está aprovechando ahora Jorge Bergoglio: las negociaciones de paz para Ucrania, en las que China es un factor clave.
El miércoles 13 llegó a Pekín al cardenal Matteo Zuppi en una misión de paz que el Papa le ha encomendado y que lo llevó antes a Kiev, a Washington y a Moscú, de la que sabemos poco, pero así es la diplomacia, especialmente la vaticana: no se sabe nada hasta que se sabe todo. Curiosamente, Zuppi, arzobispo de Bolonia, se llama igual que Matteo Ricci, aquel jesuita que llegó a la corte del emperador chino cuando empezaba el siglo XVII. Ricci no había leído a Liddell Hart pero seguro que conocía el El arte de la guerra de Sun Tzu. Lo precedía fu fama de sabio y un ingenio especial para fabricar relojes con campanas que habían encantado al emperador.