Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

El Brete

viernes 02 de junio de 2023 | 6:00hs.

R
oque González de Santa Cruz llegó por primera vez a esta zona, conocida entonces como Ytapuá, a fines de 1614 -regresaba de una incursión en inmediaciones de la laguna Santa Ana, hoy conocida como Iberá-, según él mismo escribió “(…) Subí navegando el río arriba, y junto a un pueblo de indios infieles oí grandes llantos. Pregunté qué era, y dijéronme que se había muerto un niño. Fui volando y hallé que estaba boqueando. Bautícele y murió luego (…)”; poco después habló con el Cacique y decidió fundar una Reducción, regresó a Asunción consiguió el permiso necesario y volvió para emprender la tarea.

Encaró las primeras construcciones con materiales de los alrededores, acondicionó un alero para dar misa, improvisó un pequeño altar y siempre con la colaboración de Miguel Dávila -el niño guaraní que lo acompañaba- se familiarizó con el lugar que los guaraníes le indicaron como el más adecuado para cruzar el río Paraná hacia la vecina orilla, mantuvieron la comunicación con los otros pueblos y el traslado de animales para consumo. Así comenzó la historia.

La reducción fue mudada “al otro lado” del río pasado el tiempo, de este lado como el comercio crecía se improvisó un brete para facilitar el embarque del ganado en pequeñas balsas, se vino abajo por falta de cuidados, se reconstruyó y el tiempo volvió a ganarle la partida; pasaron muchas décadas, el área pasó a jurisdicción paraguaya y se ordenó la construcción de la Trinchera; dentro del recinto amurallado el trajín diario marcó el sendero de dos picadas -una sobrevive hasta la actualidad convertida en calle-, por la primera se accedía al corazón del “Campamento de San José”, como se nombraba al lugar, por la otra vía se llegaba hasta el río, por donde también se hacía cruzar la hacienda para su comercialización y/o abastecimiento de las tropas, mediante un brete. Al finalizar la Guerra de la Triple Alianza, los mellizos Goicoechea construyeron otro brete en las inmediaciones del existente, que a partir de la conformación del Concejo Municipal pasó a administración oficial.

Luego de la mensura de Máximo Arigós a finales de la década de 1880, el área comprendida por las chacras 170, 173, 174, 177, 178 y 180 fue reconocida como barrio del Brete; a medida que la ciudad se modernizó, se inauguró el Puerto y la Estación de Ferrocarril, el uso de los bretes se tornó obsoleto y desapareció, el nombre sobrevivió e incluyó a las chacras 168, 169 y 179, a veces confundiéndose con los barrios Tiro Federal y del Pirá Pytá.

Incontables lavanderas dieron vida a esas calles desaliñadas, varias carpinterías, familias como la de Juan Gudiño y Francisca Cáceres, el trabajo indispensable de la comadrona doña Pastora que asistió los partos de muchas vecinas. A fines de la década del 50 se inauguró la Usina Sulzer, construida en el lugar donde la gurisada jugaba interminables picados y remontaba barriletes de papel de diario, un poco más lejos quedaba la cancha de Gringo y todo el misterio del Pombero en el montecito de Loiner. Un día los vecinos limpiaron un gran terreno de la chacra 177, los capataceó don Billiken, mozo del restaurante El Tropezón y medio “administrador” del lugar, tanto que le dio nombre a la improvisada cancha de fútbol. Las inmediaciones del arroyo Itá eran prácticamente intransitables, habían colocado unos tablones -a modo de puente improvisado- para cruzar de lado a lado, en tanto piedras de gran tamaño desdibujaban las calles y complicaban el tránsito; en los años 60 el vecino Sureda, empleado de Vialidad, consiguió unos tubos gigantes de metal y los colocaron en el arroyo tratando de contener el cauce que desbordaba cuando el Paraná crecía; más o menos por esa época la Línea 7 de colectivos urbanos extendió el recorrido y pasaba por el barrio, cubriendo el trayecto Heller-Balneario, después se sumó la Línea 18; las frecuencias no eran regulares pero fue un gran aporte, especialmente en tiempos escolares.

El barrio El Brete tuvo sus personajes entrañables: don Mereles y su esposa Ramona, la lavandera Brígida, el viejo Pato, Letricio que vendía golosinas en la vereda del Teatro Español, Santiago, Pinto, Esquivel el aguatero que competía con el colega Kiko Marini. Cientos de vecinos aportaron año tras año vida al barrio, Villalba y Lucía proveyendo querosene y carbón, Benjamina la sacristana, Bernardino, las despensas de Gregorio Villalba, Alfaro y Giménez, el negocio de Parula, el almacén de Víctor Robledo, las familias Pedrozo, Recalde, Capli, don Cochecho Esquivel, Andrés Gudiño, Lecafetty, Bencharsky, Zacarías Ramírez, Leguiza -primer sereno del Pirá Pytá-, José Aranda, el fotógrafo Líder Guengo Robaldo, la mimbrería de don Raúl y tantos más. La infancia de esos años se quedó entre la “piedra del sapo” y la “corredera del aro”, el miedo se curtió en la “casa de piedra” cerca de la YPF y la Guerra de Malvinas se llevó la inocencia cuando Héctor Rodríguez fue a combatir. Siempre hubo tiempo y fe para celebrar a San Juan, a San Baltazar, a San Rafael, para compartir la Navidad y las procesiones, también incorporar nuevas creencias cuando la familia Rodríguez levantó una ermita dedicada al Gauchito Gil con hermosas banderas rojas.

En la década del 70 se inauguró la Sala de Primeros Auxilios, las enfermeras Teresita, Mari, Aurora Silva, Sara, la auxiliar Clarita González, Amanda Labukas y los doctores Palacios y Monferrán se aquerenciaron; la directora de Escuela Tita Allende, las docentes Titina Lezcafetty y Manuelita Fernández fueron tías del corazón de cientos de alumnos que instruyeron.

No faltaron música y musiqueros - Kiko Duette, Cosme Rojas- y Adolfo Neuteufeld se instaló con su familia en la esquina del “monte de los curas”; los bailes en el Club Vial, Foetra y El Prado marcaron una época. el Balneario Municipal fue el lugar obligado durante varios veranos. Y el futuro de la ciudad, de la región y del país necesitó de este barrio -y de algunos más-, los vecinos fueron relocalizados en otros, la cota 83 se hizo realidad, la Costanera nos devolvió el río… el mismo río que regó a El Brete. Y el nombre pervive cientos de años después.

¡Hasta el próximo viernes!

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