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Por qué no regresaste Nicasio

lunes 29 de mayo de 2023 | 6:00hs.
Por qué no regresaste Nicasio

Por Ramón Claudio Chávez Exjuez federal

Los Barrientos vivían en una modesta casa de madera con techo de chapas de cartón en San Javier; de lejos se apreciaba el humo de la chimenea de la cocina a leña.

Valentín era el padre, Adelina Fagúndez su mujer, y cuatro hijos; Nicasio, Lucila, Teresa y Jacinto. Eran muy unidos, el padre y Nicasio -que era el mayor- laboraban en los rosados y en la zafra de la caña de azúcar; las hijas trabajaban cama afuera en el servicio domésticos en algunas casas del pueblo. Doña Adelina se encargaba de las tareas del hogar, de la huerta y de la plantación de mandioca en pequeña escala para consumo familiar.

Vivían humildemente con dignidad, no podemos decir que no ‘chupaban’, porque ciertos fines de semana una buena caña brasileña animaba el espíritu, mientras Nicasio tocaba un balerón o balseado con el acordeón.

Fue precisamente Nicasio quien comprendió que la situación familiar y personal no sería la mejor, ante la falta de oportunidades y carencia de estudios tanto en él, como en sus hermanos. Creía que debía cambiar de aires para poder progresar. Le planteó a sus padres su intención de ir a Buenos Aires para trabajar, y luego regresar al pago con otro respaldo económico.

La respuesta en principio fue negativa, especialmente de su madre, que sufriría por la ausencia de unos de sus hijos; luego comprendieron que ya era lo suficientemente hombre para buscar su destino. Con 21 años, el 17 de mayo de 1965, a las 23 horas abordó en Apóstoles el tren de la línea General Urquiza con destino a la gran urbe. Sus padres desde el andén lo despedían, Doña Adelina no pudo ocultar sus lágrimas y Nicasio, desde la ventanilla del vagón de segunda clase, disimulaba levantando los brazos y regalando una sonrisa.

Los procesos migratorios suelen estar relacionados a las condiciones laborales en la mayoría de los casos, Nicasio Barrientos no era la excepción, por lo general se instalaban en el cordón industrial del Gran Buenos Aires y no era de extrañar que recibieran la denominación despectiva de “cabecitas negras”. El hombre de San Javier tenía un conocido que lo invito a vivir en una pensión de mala muerte en la zona de Constitución.

Sus primeros trabajos fueron como ayudante de albañil- “media cuchara” en la ciudad que cada vez crecía más, fue aprendiendo el oficio sin esquivarle al bulto del esfuerzo físico, con la ilusión que lo trajo desde el norte.

Aprendió a golpes que en la capital la vida es diferente, se fue relacionando con personas que trabajaban en el mismo oficio y compartía los fines de semana las diversiones comunes. Escribía cartas a San Javier, contando sus nuevas historias y, sobre todo, trasmitiendo tranquilidad a su familia.

Nicasio era muy observador y así fue aprendiendo cómo se realizaban las instalaciones eléctricas en los nuevos edificios; con el tiempo, con nuevos amigos comenzó a trabajar en eso, que era más rentable y le demandaba menos esfuerzo físico. Lo hacían con un contratista, a quienes ellos llamaban “el quia”, quien conseguía las obras y los fines de semana les pagaba por las tareas cumplimentadas. Este trabajo le permitió mudarse a una pensión con baño compartido, en la zona de Once, con dos piezas y un poco de mejor comodidad que cuando estaba en Constitución.

Un sábado de primavera fueron a bailar con un amigo de la pensión, y se conoció con una chica llamada Mercelle Radke, una alemao-brasileña que vivía en Leandro N. Alem, se hicieron amigos y luego novios.

El le decía:

– ¡Vivíamos tan cerca para encontrarnos tan lejos!

– ¡Así es la vida! -le respondió ella con inocencia.

Marcelle trabajaba de cocinera en una hermosa casa de Olivos de una familia con ascendencia alemana.

Barrientos vino a visitar a sus parientes en la capital del azúcar luego de un año, trajo obsequios para todos, y festejaron la Navidad en familia. Le explicó que nada era fácil en Buenos Aires, pero estaba haciendo lo posible para progresar.

¿Cuándo vas regresar del todo? -le pregunto Jacinto.

– ¡No sé cuándo esté mejor! -le contesto dubitativo.

A su regreso se plantearon con Marcelle la posibilidad de convivir, con unos ahorros compraron un terreno 20 x 35 mts. en Merlo a diez cuadras de la estación del ferrocarril, que por entonces se hallaba bastante despoblada. Nicasio con un amigo construyo una habitación mediana, con baño, y se instalaron allí.

El tiempo fue pasando inexorablemente, el tren de Merlo los llevaba a la Capital Federal, dos horas de viaje, hacían cuatro en total, las tareas en el laburo, hacían que regresaran cansados a su pequeño nido. Vinieron los hijos: Valeria, Anahí, Rogelio y Ana. Para ese tiempo, Marcelle tuvo que ocuparse de la crianza de los niños y Nicasio consiguió trabajo en una pinturería, donde lo registraron y les realizaban los aportes jubilatorios.

Como Nicasio no podía venir a Misiones, Don Valentín y Adelina, espaciadamente iban a visitarlos, se estaban poniendo viejos y la nostalgia los acompañaba cada vez con mayor intensidad. No podían reprocharle a su hijo y su mujer la situación en que se encontraban, solamente comprendían que la salida no era tan sencilla.

Los chicos crecieron en el conurbano bonaerense, apenas completaron los estudios primarios y fueron cada uno a su tiempo formando parejas. Como la guita escaseaba, Nicasio les ayudó con materiales y mano de obra para que viviesen en el mismo sitio, agregando piezas para completar una casa estilo chorizo.

El retiro de las grandes fábricas fue quitando oportunidades de trabajo a la gente, la aparición del flagelo de la droga y tiempos violentos, también hicieron estragos en la familia de Nicasio, su sueldo era insuficiente para atender a tantas personas que se agregaron al núcleo, incluso con la llegada de los nietos.

Como si fuese poco surgieron conflictos con las parejas de los hermanos que hicieron que la casa de Merlo pasara de las ilusiones a las frustraciones.

La última vez que los padres visitaron a Nicasio, en compañía de Jacinto, este ya había cumplido 51 años.

Su padre observó el deterioro de las relaciones familiares y en una a charla de su hijo, les sugirió a su hijo que regresara al pago con su mujer.

Nicasio le respondió:

– ¡Tenés razón, pero es mi familia, si el barco se hunde me tengo que hundir con ellos!

Sin que pudiesen apreciar el regreso de su hijo desde Buenos Aires, a los 6 años falleció Doña Adelina; y al año se fue Valentín. Nicasio no pudo venir para despedirlos. Se puso muy triste.

Sus hermanas Lucila y Teresa le llamaban por teléfono para saber cómo estaba y preguntarle por la familia:

Él siempre respondía:

– ¡La vamos llevando, tapando los agujeros!

Barrientos demoró su trámite jubilatorio, porque la época en que trabajaba en albañilería y electricidad no tenía los aportes correspondientes, finalmente ingresó en una moratoria y logro el haber mínimo. Lo mismo ocurrió con su mujer.

Por entonces ya tenía bisnietos, que también vivían en la casa. Para disimular su situación, afirmaba que los nietos y bisnietos le alegraban la vida.

Por ese tiempo, apareció por su casa su hermano menor Jacinto, y recordaron el largo tramo de la vida. Le invitó a regresar, aunque los viejos ya no estaban más. Le ofreció una vivienda en Alem, con las jubilaciones ustedes se arreglan.

Nicasio le agradeció el gesto a su hermano, agregando:

– ¡De que sirve que Marcelle y yo, viejos, vayamos a Misiones, mientras mis hijos, mis nietos, bisnietos no tienen a quien, aunque sea a media, velen por ellos!

Se dieron un abrazo intenso y Jacinto se retiró pensando en aquella frase:

¿Por qué no regresaste Nicasio?

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