Mes de mayo: Fuero y honorabilidad

miércoles 17 de mayo de 2023 | 6:00hs.

En 1892 murió Carlos Fuero. Una calle en la ciudad de Saltillo y otra en Parral (México) llevan su nombre.

Cuenta la leyenda que, a la caída de la ciudad de Querétaro, quedó prisionero de los “Juaristas” el General Severo del Castillo, jefe del Estado Mayor de Maximiliano. Condenado a muerte, encomendaron su custodia al Coronel Carlos Fuero.

En víspera de la ejecución su asistente va y le dice: -El General del Castillo desea hablar con usted- Fuero acudió a la celda recordando que fuera su alumno en el Colegio Militar y que tuvo amistad con su padre

Carlos -dijo el General-, me quedan horas de vida y quiero confesarme y hacer mi testamento. Por favor manda llamar al Capellán y a mi notario.

Mi General -respondió Fuero-, no creo que sea necesario que vengan esos señores. Usted irá personalmente a arreglar sus asuntos y yo quedaré en su lugar hasta que regrese

-Carlos- le respondió - ¿Qué garantía tienes de que regresaré

-Su palabra de honor, mi General- contestó.

-Ya la tienes- dijo Severo abrazando al joven Coronel.

Al salir dijo al encargado de la guardia:

-El General Del Castillo va a su casa a arreglar unos asuntos. Yo me quedaré en la celda en su lugar. Cuando él regrese mande a buscarme.

A la mañana siguiente cuando llegó al cuartel el General Rocha, superior de Fuero, el guardia le informó de lo sucedido. Sorprendido acudió a la celda donde el joven militar dormía. Lo despertó preguntando

- ¿Qué hizo y por qué lo dejó ir?

-Ya volverá- contestó-, si no lo hace me fusilan a mí.

En ese preciso momento volvía el General cumpliendo su palabra de honor para ser fusilado.

Enterado Benito Juárez “El Benemérito” conmovido por la actitud de honor de los militares, indultó al General y ordenó la suspensión de cualquier procedimiento contra el Coronel Fuero.

Hoy la palabra fuero se utiliza para dar privilegios a algunas personas, y la Real Academia Española tiene varias acepciones, entre ellas la libertad de la conciencia para aprobar las buenas obras y reprobar las malas. Sin embargo, hay quienes gozan de ese privilegio para cometer abuso de poder.

Y el honor, definido como cualidad moral, lleva al sujeto a cumplir con los deberes propios respecto al prójimo y a uno mismo. Afortunadamente en Argentina sobran familias que a sus hijos les inculcan tener honor, para después en la vida ser personas honorables

El ejemplo de la honorabilidad política lo dio Elpidio González, el radical olvidado, quien jamás usó el poder para abusar y menos sacar tajadas que lo beneficiaran.

Elpidio nació el agosto de 1875, año que ejercía la presidencia de la Nación Nicolás Avellaneda. Fue abogado, diputado nacional, ministro de Irigoyen, vicepresidente de Marcelo de Alvear y después se ganaba la vida vendiendo ballenitas y anilinas en la Plaza de Mayo. Cuando llegó al poder su patrimonio era 350.000 pesos; y luego de la revolución de Uriburu en 1930, que lo puso preso hasta 1932, se encontró con deudas motivo por el cual le remataron su casa. Al enterarse el presidente Agustín P. Justo ordenó que le entregaran un sobre con dinero. Elpidio respondió: “No voy a permitir que me ofenda el Presidente ni nadie, por más buena voluntad que haya en el medio”. Debido a ello se aprobó la ley que establece la pensión vitalicia para los ex presidentes y vicepresidentes. Cuando le comentan que de ahora en más cobrará la jubilación por sus funciones, dio esta respuesta: “No, yo no puedo aceptar eso. Hay que servir a la Nación con desinterés personal, y después de disfrutar el honor de haber sido presidente o vice, no se le puede exigir al Estado que nos mantenga con altos sueldos vitalicios”.

Elpidio González luchó por el bien común, con errores y aciertos, pero con la dignidad intacta de haberlo intentado todo, aún en perjuicio de sus intereses personales. Por todo ello merece el respeto de la ciudadanía y ser recordado como el gran honesto de la política en Argentina, pues cumplió hasta su muerte pese a vicisitudes y estreches económica el dogma almafuertista: ‘Que se rompa pero que no se doble’.

En mayo, mes cumpleaños de la patria número 223, en que los criollos de Buenos Aires se reunieron en la Plaza Mayor el día 25 a esperar novedades y al grito de: “El pueblo quiere saber de qué se trata”, ignorando que ya se había formado el Primer Gobierno Patrio, es merecimiento recordar a las dos figuras insignes y honorables de la naciente Nación: Manuel Belgrano y José de San Martín. Se conocieron en Yatasto en enero de 1814, cuando Belgrano le entregara el mando del Ejército del Norte. Se hicieron amigos por cartas epistolares y en el abrazo que se dieron en el patio de aquella posta sellaron una amistad duradera. Belgrano pudo eludir la humillación de la entrega, pero no, entregó el mando sencillamente sin pedir nada a cambio, por ello San Martín lo admiró. Decía Levenne: Fue el encuentro de dos héroes que en todo momento supieron renunciar a cualquier halago personal con tal de servir a la patria. No se encontraban atados a intereses políticos, su único horizonte era lograr la libertad del país.

Los dos se complementaban, uno conocía las tácticas militares, el otro el interior del país. Uno Nació rico y murió pobre y olvidado dejando un reloj para pagar honorarios. Su lápida: el mármol de una cómoda. Al otro le ofrecieron de todo por su prestigio y prefirió el ostracismo no querido, porque ‘mi sable nunca saldrá de la vaina por opiniones políticas’. Ambos fueron honorables.

Ahora bien: Todos los que gozan de fueros en el país deben ser honorables, y si adjuntan causas penales o son investigados por corrupción, deberían perderla.

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