Carta de descargo

domingo 14 de mayo de 2023 | 3:54hs.
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Señor juez:

Yo no maté a mi esposa. Ella se suicidó y de eso puedo dar fe. Yo le voy a contar la historia en su totalidad, y como terminó todo, aquella mañana de otoño.

Todo comenzó hace tres años. Ya estábamos casados casi veintitrés años. Yo trataba de mantener a mi esposa lo mejor posible, económicamente hablando, digo. Como empleado de una empresa de camiones, yo hacía de chofer, viajaba mucho y estaba gran parte de mi tiempo fuera de casa.

Recuerdo bien, fue una noche de tormenta en que llegué tarde a la casa, estacioné el camión en la vereda y entré corriendo. Ella estaba parada frente a una de las ventanas de nuestro departamento en el quinto piso de la calle San Martin. Miraba con expresión de sorpresa y dolor hacia afuera.

—Mi amor volví, —le dije.

—Una paloma, parece un pichón — me contestó.

Al acercarme efectivamente vi, sobre el dintel de la ventana una paloma acurrucada y mojada.

—Tenemos que salvarla, — me dijo.

Salí al balcón, la atrapé, ella la envolvió en una toalla, le acercó unas migas de pan y el pichón se acomodó satisfecho en una improvisada jaula que habíamos hecho con una caja de zapatos.

Desde este día la atención, el cariño, casi diría el amor de Juana estaba dirigido pura y exclusivamente a ese animal. Le compró una jaula y lo puso en el balcón. Al poco tiempo lo largó pero el pájaro se había aquerenciado. Iba y venía acaparando toda la solicitud de mi esposa.

Para mi sorpresa, al poco tiempo, al volver de uno de mis viajes, me encontré con el balcón y el departamento lleno de palomas. Juana ya no me dirigía la palabra. Hablaba, más bien diría arrullaba, con sus palomas continuamente.

—Que si les falta agua…

—Que ya voy con el alpiste…

—A que les limpio el balcón…

—Ay que bonitos tus pichones, mi palomita…

 Todo su esmero estaba dirigido a ellas. Ya sea, soñando o despierta, ella hablaba en voz alta con alguna de sus palomas. Todo su interés en mí había desaparecido. Cuando intentaba acariciarla para recuperar nuestra pasión juvenil ella alejaba mis manos diciéndome solícitamente:

  —Mi palomito, no me acaricies que vas a desordenar y arrugar mis plumas. Ahí me di cuenta que había perdido su amor. Comencé a realizar inconmensurables intentos para recuperar este amor perdido. Insistí a que me acompañara en mis viajes en el camión, que siempre eran como unas pequeñas lunas de miel en nuestra vida matrimonial, pero ella no me los aceptaba. Yo volvía de los viajes con regalos, que sabía que les gustaban, pero estos quedaban acumulados en el aparador sin desempaquetar.

 Largas fueron nuestras discusiones, traté de hacerle ver su excesiva atención a las palomas. Utilicé los más rebuscados argumentos para que se deshiciera de ellas.

—Que te ensucian el balcón…

—Que los vecinos se quejan…

—Que del consorcio ya hubo comentarios…

—Que por la salud de nuestros nietos…

—Y que lo más triste era que ya no podíamos viajar juntos a nuestras hermosas lunas de miel como en los viejos tiempos juveniles.

Una mañana, en que tomábamos mate, después de volver de un viaje más largo de lo normal, ella no mostró el más mínimo interés por mi presencia, toda su atención estaba abocada a las palomas. Reclamé, insistí, imploré por su amor, pero al ver que no tuve éxito exploté y le di mi ultimátum:

—Mi amor, esto no puede seguir así. O son las palomas o soy yo.

Al golpear la mesa en mi vehemencia, salieron volando todas las palomas por el ventanal de nuestro balcón.

Créame, Señor Juez, mi amor, esta niña querida de mi alma, mi ilusión, la compañera de mi vida, abrió sus brazos entre un revuelo de plumas y palomas, desplegó ampliamente su bata y se lanzó tras ellos. Tan solo vi como de un salto se arrojaba desde el borde del balcón y caía con grandes brazadas al vacío.

 

Waldemar Von Hof

 

Von Hof publicó los libros De letras y tierra roja, Siesta en el río de los pájaros, De letras chicas y anotaciones al margen, entre otros.

 

 

 

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