La vuelta

domingo 07 de mayo de 2023 | 3:56hs.
La vuelta
La vuelta

Cardoso se sentó frente al rancho. Había andado toda la mañana ayudando a su protector, carpiendo la mandioca y el maíz, engrasando las armas del otro y ayudándole a cortar ramas secas, que le servirían de combustible. Se encontraba fuerte y le parecía mentira que ello fuere así. Estaba agra- decido al hombre que le había traído el payé que había sacado de su cuerpo aquella angustia que lo ahogaba, que lo dejaba desfalleciente y sin fuerzas. Poco a poco sus miembros se recuperaron y sus músculos finos y largos, tenían la resistencia del acero. Otra vez su piel morena se coloreaba débilmente, con la sangre que circulaba rápida, enviada por su corazón que latía fuerte y tranquilo...

Se había acostumbrado a la vida del monte y empezaba a encontrarle encantos. En estos dos meses, había aprendido una cantidad de cosas útiles, que le servirían para orientarse, si otra vez se perdiera en la espesura; y para encontrar alimento y agua con que calmar la sed. Ahora distinguía en el bosque las hojas verdes que denunciaban la fruta enorme y pulposa, que estaba bajo tierra y que encerraba en su vientre, agua dulce y fresca como la del coco... Creía recordar que cuando él, perdido y sediento, veía delante suyo sólo el espectro de una muerte horrorosa, pisoteó dos o tres veces esos débiles tallos que le hubieran dado la vida... ¡Así es también la vida!... Cuántas veces la salvación está en un signo que no tiene el menor significado para el que está condenado de antemano...

Empezaba a apretar el calor, en esta mañana que anunciaba un día de los más calurosos de la estación... Los insectos remontaban vuelo zumbando, pletóricos de vida, en la mañana cálida... ¡Sería lindo el quedarse a vivir acá para siempre!... Pero el hombre que le salvara la vida y en cuya compañía conviviera, no le permitiría quedarse. Conocía bien a los hombres y se daba cuenta de que éste no era como los demás. Algo debía de haber en su vida que lo apartaba de los otros seres humanos y se notaba que era de los que cuando toman una decisión, nada los hace volver sobre ella... A alguna insinuación que Cardoso le hiciera, había contestado como distraído, que en cuanto estuviera con fuerzas él lo guiaría afuera, al mundo del cual se separó voluntariamente y al que hacía alguna que otra incursión pequeña, para volver nuevamente a su refugio.

Hoy era el día de la partida y miraba todo lo que lo rodeaba con ternura. Agradecía lo que este rincón de la selva misionera había hecho por él, arrancándolo de la muerte segura que la misma selva quería infligirle... Recordó su llegada, cuando se despertó sin fuerzas... Cuando empezó a repuntar de a poquito... Hasta que le dieran el payé extraordinario que lo volvió milagrosamente a su condición de hombre vigoroso... ¡Las cosas sorprendentes que había en el monte!... Su encuentro con el Yasí Yateré y su fugaz visión del Pombero... A pesar de ser el río lo que más amaba, era también indudable que, aunque bello e imponente, carecía de la poesía que a la espesura le daba, el hallarse poblada de seres misteriosos...

El hombre apareció llevando en una mano unas ramas secas y sobre el hombro, una pequeña bolsa de naranjas silvestres, encontradas en la selva con su poderoso instinto. Cardoso lo esperó levantado, sonriendo:

-¿Chamigo, no quiere uté que te dé una manito?

-Gracia don. Eto ya etá listo.

Se movía ágilmente preparando el fuego para asar un ave grande como un pollo, de cabeza roja y pecho gris casi blanco, de suave plumón, desconocida para Cardoso. Éste le alcanzaba lo necesario sin que el otro hablara. Se comprendían, como si los distintos miembros obedecieran a un solo cerebro... Una vez preparada la comida, sentados en el suelo, pusieron el ave sobre una ancha hoja verde y con el cuchillo en mano, repartieron la carne en partes iguales. Comieron en silencio, entregados a sus pensamientos, masticando despacio, como el que sabe bien cuál es el valor de cada bocado, cuando es uno mismo el que debe proveer a todas las necesidades de su vida y que cualquier accidente que lo imposibilite, puede ser la sentencia de muerte... Remojaron la carne con sendos tragos de caña y pelaron hábilmente las naranjas agrias y frescas, que hacían sentir ásperos los dientes... Después echaron sus cigarros de chala; siempre sin hablar, sencillamente, gozando de la paz y de la tranquilidad con que la tierra obsequia a sus hijos, que se entregan a ella totalmente... Después de un rato Cardoso se levantó:

-Cuando quiera don. Ya que uté tiene que tomá trabajo por mí, vamo cuando le parezca.

-Vamo, dijo simplemente el otro.

El hombre caminaba delante de Cardoso... Lo veía ágil y seguro con la gran mancha amarilla de su viejo sombrero pirí y el Winchester acunado, ora en uno u otro brazo, listo para disparar... El perro negro saltaba y corría de uno a otro lado, mirando con sus grandes ojos interrogantes. Cardoso le acariciaba cada tanto la cabeza...

Apretaba el sol, pero el hombre no parecía sentirlo. Cardoso había perdido su sombrero en la selva y todo lo que tenía era su ponchillo, que se salvó con él milagrosamente... Se cubrió la cabeza. El aire circulaba más fresco alrededor de su cara y cuello, cubiertos de sudor... Andaban ahora por el centro de una espesa selva y sintió un estremecimiento al recordar cuando anduvo perdido... El hombre guiaba tranquilo y signos invisibles para él, guiaban al otro entre la maraña... La angustia de esta prisión verde le oprimía el pecho, como cuando estuvo enfermo... Tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad, para evadirse de lo que lo circundaba... Pensando en el río, su imaginación salió de la gris espesura y se llenó de sol, allá lejos, frente a la costa de Pacú Cuá.

De pronto se paró. Su compañero había visto algo. Lo vio ligeramente encorvado y con el arma lista. Cardoso creyó ver que algo se movía entre los árboles retorcidos y llenos de lianas... Detrás de las hojas grandes de helechos... El otro avanzó sigilosamente, en ángulo... Sin duda sería alguna fiera y Cardoso empuñó su cuchillo y esperó curioso... Su compañero horadaba la espesura con sus ojillos certeros, pero la bestia había conseguido burlarlos desapareciendo... Se dio vuelta y le sonrió, haciendo seña de que lo siguiera. Cardoso preguntó:

-¿Qué fué?

-Deseguro el tigre. Aunque pudo sé un carayá grandote.

-¿No le pudo tirá?

-No pude. A lo mejó se hizo el muerto y é peligroso el arrimarse por él. E bicho difícil pa balear...

Caminaron sin interrupción hasta el atardecer. Cardoso pensaba que si este hombre quisiera perderlo, sólo tendría que alejarse en la espesura, para que se sintiera tan desamparado como un niño... Cuando las sombras se espesaban y ya le iba resultando difícil el verlo, salieron de la selva, sin que unos minutos antes nada pareciera indicar que terminaba esta inmensa sabana vegetal... Enfrente de ellos, los cerros se sucedían con pequeños montes de árboles. Atrás quedaba la selva, que se cortaba a derecha e izquierda, hasta perderse de vista... A lo lejos se veían algunas casitas; seguramente casas de colonos... El humo salía de las chimeneas y miró aquella señal de vida, como si fuera la suya propia, que estaba enhebrada a la columna que ascendía hasta el cielo gris...

—Acá chamigo, ya no podé uté perderte. Por detrá de aquel cerro, el último que se ve, etá el camino. Para el sur etá San Ignacio y má arriba Ñacanguazú...

-Gracia don. Uté me salvó mi cuero y puede mandá por mí lo que guste.

-No tiene por qué. ¡Que le vaya bien!

Le alargó la mano y se dió vuelta, hundiéndose entre los troncos. El perro miró a Cardoso y a su dueño dudando y después de un momento, ladró dos o tres veces, sin dejar de mirarlo, y se perdió también en la espesura dando grandes saltos...

Empezó a descender, con la vista fija en la pequeña casita, que allá enfrente, mostraba una lucecita anaranjada, sobre el fondo levemente azulado del oscurecer.

 

Juan Mariano Areu Crespo

El relato es parte de la novela Bajada Vieja, capítulo XXI. Areu Crespo fue pintor, grabador, escritor y escribano. Nació el 20 de mayo de 1909 en Totana, Murcia, España y falleció en Buenos Aires el 2 de febrero de 1989.

 

 

 

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