Que venga Pellegrini

domingo 16 de abril de 2023 | 4:00hs.
Que venga Pellegrini
Que venga Pellegrini

Cambalache debe ser el tango más conocido de Julio Sosa. Es el de la Biblia junto al calefón. Está dedicado al siglo XX, que ya pasó, pero en el XXI sigue siendo actual porque como entonces, hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador. Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor...

Pero hay un tango menos conocido de Julio Sosa, que hoy está más vigente que nunca. Se llama Al mundo le falta un tornillo y dice, entre otras cosas que hoy no hay guita ni de asalto y el puchero está tan alto que hay que usar el trampolín. Si habrá crisis, bronca y hambre que el que compra diez de fiambre hoy se morfa hasta el piolín.

Lo que más me gusta de este tango es la estrofa que le da nombre, la que dice que al mundo le falta un tornillo, que venga un mecánico para ver si lo puede arreglar. Para el Varón del Tango solo hace falta un mecánico que ajuste el tornillo que está suelto o se perdió en alguna curva del camino. Y aclaro que lo del tornillo es la metáfora que usábamos hace años para referirnos a los que les patina el embrague, les faltan caramelos en el frasco o no tienen todos los patitos en la fila.

A la Argentina le falta un mecánico porque le falta un tornillo. Por eso pienso que lo que necesitamos es que vuelva alguien como Carlos Pellegrini. Pellegrini fue presidente de la Argentina desde el 7 de agosto de 1890 al 12 de octubre de 1892: dos años, dos meses y cinco días. Y le alcanzó ese tiempo para arreglar el desastre del gobierno de Miguel Juárez Celman, de quien era vice y a quien sucedió hasta terminar su período. Juárez Celman renunció a causa de la llamada Revolución del Parque, que se desató por el descontento del pueblo contra su desgobierno. Pellegrini no tenía que pensar en ninguna elección para mantenerse en el poder y terminar sus reformas, porque entonces el período presidencial era de seis años sin reelección inmediata. No sabemos si fue por esa razón que encaró las reformas sin titubeos; pero lo que sí sabemos es que lo hizo y que puso al país en el sitio en que estuvo hasta que en 1930 empieza esta decadencia que parece no tener fin.

No hay que ser Mandrake para predecir que la inflación del año que viene, gobierne quien gobierne, va a ser mayor que la de este año. Quien venga tendrá que acelerar los cambios que hay que hacer para bajarla, pero con la seguridad de que primero va a subir; y son precisamente las medidas a las que hoy nadie se anima para no quedar sin votos en las próximas elecciones. Todo hay que hacerlo antes de que la fiebre electoral lo malogre por miedo a perder poder en las elecciones de medio término o en las generales: cualquiera sabe que con una inflación del 120 % (con suerte) y sin futuro cierto a la vista, no hay modo de ganar ninguna elección, así que hay que evitar que los efectos en la población eviten la continuidad del programa.

Para ahorrar dinero y desconectar la máquina de imprimir billetes, no queda otra que bajar los subsidios a los servicios públicos. La otra medida que parece necesaria es la devaluación de la moneda hasta ponerla en su sitio real. Estas dos medidas traerán, al principio, un aumento de la inflación; por eso la urgencia. Además hay que reducir drásticamente las ayudas sociales y el gasto público; dos medidas que pueden reducir la inflación pero son muy impopulares. Sin pregonarlo ya as está tomando el gobierno actual.

Decididamente necesitamos que venga Carlos Pellegrini con un buen destornillador. A favor va a tener el litio y el cobre de la Cordillera, el gas y el petróleo de Vaca Muerta y el fin de esta larga sequía que ya augura años de buenas cosechas.

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