Pinceladas de historia
La explotación de los yerbales naturales en la memoria de un pionero
En las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX, el Territorio Nacional de Misiones, creado en 1881, recibió un importante caudal de inmigrantes espontáneos que fueron aumentando gradualmente, venidos en su mayoría de Río Grande do Sul y Paraguay. Esa gente accedió a Misiones a través de los ríos y se internó en su interior a través de las picadas abiertas en la selva. Ocuparon especialmente las tierras fiscales existentes en las crestas de las sierras. Esas familias se dedicaron especialmente a la extracción de yerba mate silvestre y maderas, pero también introdujeron una agricultura rudimentaria a base de la técnica del rozado en la selva. Sembraron porotos, maíz y tabaco utilizando, como en los tiempos guaraníticos, el “saracuá” o palo plantador.
En forma paralela el gobierno fue creando colonias agrícolas para fortalecer el proceso inmigratorio con población europea. Las primeras fueron Candelaria y Santa Ana, en 1883. Unos años más tarde se sumaron otras diez. Prosperaron Apóstoles, Azara, San José, Concepción y Cerro Corá en el sur, Corpus y San Ignacio sobre el Paraná y San Javier sobre el Uruguay. En 1903 la docena de colonias existentes sumaban un poco más de 10.000 habitantes teniendo Azara y Apóstoles la mayor cantidad de colonos centroeuropeos, especialmente polacos y ucranianos. Las chacras tenían una medida oficial de 25 hectáreas cada una.
Este proceso de colonización agrícola surtió inmediatos efectos. En 1895 la tierra aplicada a la agricultura alcanzaba las 13.600 hectáreas. En 1920, 36.000 hectáreas. Pero, a la par de la evolución de la actividad agrícola, declinaba la actividad extractiva, de yerba mate y maderas de ley. La irracionalidad en el corte de los yerbales llevó a pensar en el cultivo de esas plantas, que se había logrado con éxito en las Misiones Jesuíticas, pero la tradición se había perdido después de la expulsión de éstos. El reemplazo de las plantas nativas por las cultivadas se fue consolidando con los años, pero mientras ese proceso se fue dando durante mucho tiempo se importó yerba desde Brasil y Paraguay. El autoabastecimiento se dio mucho tiempo después.
La actividad laboral en la extracción de la yerba mate en aquellos tiempos ha sido documentada por un emprendedor pionero, don Julio Núñez, cuyo relato merece transcribirse en partes.
Dice este pionero:
“El campamento estaba formado por viviendas para encargados y peones, instalaciones de secansa y los noques, que eran depósitos techados, de paredes de madera y piso del mismo material, construido a ciento cincuenta centímetros del suelo para evitar la humedad. En los noques la yerba canchada se almacenaba a granel.
La cosecha la realizaba el tarefero, peón que trabaja por tarea y cuya labor es la de despojar de hojas y ramas finas a los árboles de yerba, utilizando como única herramienta el machete, con el cual cortaba ramas largas para facilitar el trabajo de zapecarla. Este consistía en pasar la yerba por la llama viva, para deshidratarla y fijar la clorofila, operación que debía realizarse inmediatamente después de la poda, porque por la acción del calor del fuego se destruían las oxidasas y el producto se conservaba indefinidamente. De no hacerse así se echaban a perder las hojas, fermentando y ennegreciéndose. Después cargaba la yerba zapecada en el raído, que al principio eran ramas unidas con isipós o también tiras de tacuaras o de cuero, en cuyo interior se ponía la yerba, formando un gran fardo. Mas tarde se hicieron las ponchadas que son lonas de arpillera cuadradas, generalmente de 2 x 2 m. que se cargan con yerba atándose luego las puntas diagonalmente…
En la picada por donde se regresaba, había cada tanto tongos que eran restos de troncos hachados a la altura de una silla, dejados a propósito para que el tarefero, sin abandonar la carga, se sentara un rato a descansar….
En el campamento se secaba la yerba por el sistema brasilero de carijo, que es una especie de parrilla rectangular de madera, o en barbacuá que es un zarzo redondo y abovedado hecho con varas del monte, que se carga en su parte superior con yerba, mientras que desde abajo y del centro se le envía calor, haciendo fuego. La secansa dura 24 horas y el encargado de hacer este trabajo se llama urú, que quiere decir pájaro en guaraní. El obrero sobre el barbacuá, removiendo una gruesa capa de yerba, parece realmente un pájaro en el nido.
Después de seco el producto hay que cancharlo, es decir hacerle un molido grueso. Esta tarea se realizaba entre varios peones, golpeando montones de yerba con machetes de madera de un metro de largo… Esta operación se hacía en un terreno despejado de malezas y apisonado, llamado cancha, de donde deriva el nombre de canchada. Por último se la guardaba a granel (sin embolsar) en noques, donde después de varios meses de estacionamiento adquiría aroma y sabor agradable..”
Las distancias y el aislamiento contribuían a que el sacrificio de los tareferos y los abusos hacia aquellos motivaran denuncias permanentes por parte de las autoridades. En 1913 por estas denuncias debió intervenir el Departamento Nacional del Trabajo. El comisionado Elías Niklison visitó los 27 establecimientos yerbateros del territorio proponiendo varias medidas para mejorar el sistema de la extracción de yerba.