Hermanos

domingo 02 de abril de 2023 | 3:58hs.
Hermanos
Hermanos

Me dijo vamos, total qué perdés, las minas de acá no son como las de Posadas o las de Córdoba, pero tienen lo principal. Yo llevo el bandoneón, hago un poco de ruido y la negrada entra a galopar, trota, rebuzna, te sacás a una de las guainas, a lo mejor resulta y te la llevás al montecito. Bueno, dije, qué sé yo, el baile no es mi fuerte y a éstas ni sé cómo se les habla, aparte de que, como ya te dije, vine a zambullirme aquí en el monte porque no quiero ver a nadie, ni hablar con nadie, y menos bailar, o tener que son- reír. Pero bueno, voy por vos, porque me lo pedís, y apenas tuvimos tiempo de ser hermanos. Hasta los quince años ¿te acordás? pasábamos todos los días peleando, en Posadas, en la casa que los viejos compraron para nosotros y para sus vacaciones. Desde los dieciseis no peleamos más. ¿Te acordás que antes peleábamos hasta que los dos quedábamos sin fuerzas y venía alguien a separamos? Era suficiente una mirada para comenzar la pelea, era como un odio intermitente, un odio que estaba a la espera de cualquier cosa para reventar. Pero desde los dieciséis no peleamos más. Comenzamos a hablar entre nosotros como por intermedio de los amigos y a respetarnos como se respetan las personas que recién se conocen, tratando de ver los gustos de cada uno para complacer, retener cada maña, cada particularidad.  Ayer volvió a ocurrir todo eso. Habías llegado de Posadas, después de haber hecho la conscripción, y entonces te mostré los borceguíes que había afanado el año anterior, cuando me tocó a mí, y el jarro de aluminio con la inscripción correspondiente y ja, ja, nos divertimos un rato con las cosas que nos contábamos de la colimba. Yo siempre fui corto, estaba en tercer año de abogacía cuando fui al comando, a la oficina de justicia, con el gordo Morel y Peluso, un boludo cuya ambición fue desde el ingreso llegar a dragoneante, reventaba los tacos marchando y era como si después de mamar lo primero que había aprendido era hacer la venia. Yo no conocía a nadie en La Plata. Andaba por ahí callado, mascando la bronca de tener que cumplir tareas denigrantes a la hora de la fajina, hasta que el sargento principal de cerrajería me pidió que le hiciera un proyecto de estatuto para el club de su barrio y quedó tan contento con el proyecto que me preguntó cómo podía pagarme la gauchada. Le dije mostrándole la puerta por donde salían los oficiales: una llave para ésa, una copia. Y así fue como me escapaba casi todas las tardes, ja, ja, qué piola, y era el más boludo de todos. Ahora tengo un metejón con esos borceguíes. El otro día estuve conversando con un policía y me los miraba, pero no se atrevió a preguntarme. Cuando uno es maestro tiene algunas ventajas. La piolada que me mandé después aquí: por no afiliarme al partido peronista y hacer el trámite como vos, armé el trafuque con los viejos. El viejo al comienzo se negó de plano. Pero tenía conversada a la vieja y en pocos días salió el nombramiento, el doble tumo para la vieja, que atiendo yo. Ella firma, yo trabajo y yo cobro. Hago los registros, los cuadernos de tópicos, con la letra más redondita que puedo, y ella firma. ¿Si viene un inspector y descubre la maniobra?, preguntaste. Casi nunca vienen y cuando llegan lo único que les importa es comer un buen asado. En el peor de los casos, si llega uno yo desaparezco y la vieja se pone al frente del grado, como si me reemplazara en esas horas. Los inspectores son unos viejos panzones que toda la vida fueron maestros y ya no quieren trabajar. Algunos se tumban a las maestras del monte, dijiste, si todavía pueden, y otros a las aspirantes a maestras, con la promesa de conseguirles un puesto. Hay uno famoso en Posadas. Le dicen "El Chancho" y ya llegó a la cima. Las aspirantes tienen que hacer todo el trabajo porque el chancho apenas se mueve. Es un animal que llegó al cargo máximo con avivadas y ahora es un personaje. Hasta se da el lujo de coimear impunemente. No pide, hace que le ofrezcan. De modo que, al lado de esas cosas, deduzco, lo que hago yo es una pavada. Al fin y al cabo los alumnos tienen su maestro, hacen su aprendizaje y poco les puede importar quién firma la planilla. El estado paga el sueldo por una tarea que se cumple, por lo tanto no se perjudica. ¿Te parece que soy un farsante? Hace un tiempo, antes de tu regreso, hice de farsante, por culpa de Pedro, el hermano de Marita, y casi me liquida el bobo Enrique. Después te cuento en detalle. Alzó una piedra enorme. Yo estaba caído. Casi me aplasta como a una cucaracha. La piedra me rozó la oreja y en ese momento al loco le agarró el ataque. Se revolcaba echando espuma como un condenado. Estuve un tiempo con la pata enyesada y cuando me repuse lo de Marita había terminado. Es decir, terminó la parte rosada, el te quiero y la uñita al alcanzarme el mate. Comenzó la historia de la criatura y de la abuela de la criatura. Yo había venido a zambullirme en el monte, no quería ver a nadie, ni hablar con nadie, apenas con los viejos, andar de aquí para allá como una sombra, como si yo mismo me viera andar, con esos libros de abogacía que descolgaba de vez en cuando del estante improvisado para echar una leída a un tema idiota. Después que me sacaron el yeso rengueaba de un lado a otro y entonces sí que me veía, era como si estuviera sentado en un lugar y desde allí inspeccionara mis caminatas desastrosas. Y así estaba cuando comenzó a venir la vieja. Apenas había tenido tiempo de saber quién era Marita (una noche con todo, una noche con el relieve de su cuerpo y todos los movimientos y ese meterme en ella que cada vez comenzó a alejarse más como si el tiempo fuera un papel carbónico que va perdiendo la tinta hasta que la escritura desaparece). Yo manejaba mi sombra con yeso dócilmente, del salón al patio, del patio al comedor o al dormitorio. Mi dormitorio, este viejo salón donde en nuestra infancia el viejo había acopiado rapadura, algo que recordaba también en forma neblinosa. Este salón que ahora compartimos, hermano, donde puedo contarte todo esto (o pensarlo), pero con otras palabras, como si hablara con el que era antes, en aquella niñez de las rapaduras y los baldes de agua que traíamos del manantial. Además, te cuento como si otras cosas del futuro ya hubiesen pasado, por ejemplo como si ya estuviésemos llenos de hijos, vos sin el bandoneón, mucho más serio, o tal vez serio en otra forma, y fueras una especie de hermano mayor, pese a que es al revés, tranquilo y atento a mis palabras, yo eligiendo algunas palabras que traje de la ciudad, la jerga de la colimba cuyos términos anotaba en un cuadernito por temor a olvidarlos, como si las palabras me ayudaran a sentirme vivo hacia atrás, hacia el pasado, esas palabras escritas en columna o separadas por un guión, como anotaciones de un idiota, sin objetivo alguno, la hojita que uno encuentra después y mira con una especie de piedad, aunque ahora las cosas vayan peor. Oíme, comenzó a venir la vieja a pasarme las novedades. Una sola noche había sido suficiente. Qué semillas tan fecundas debajo de aquel yeso. Yo era el tipo en falta y de allí en adelante había que analizar las cosas. Pero también hacia atrás. Ella le dijo que ocurrió porque nos queríamos. Al parecer, nos queríamos sin saberlo gran cosa, hasta que la ceremonia del bobo Enrique hizo que afloraran los sentimientos. Marita piensa en usted todo el tiempo, quiere tener el chico, debería ir entregándome unos pesos para preparar la ropita, esas cosas llegan rápido y la toman a una desprevenida. No sabía qué hacer. Era como si aquello tan privado hubiera adquirido de pronto estado público. Si me hubiese preguntado cuántas veces hicimos el amor esa noche no me habría molestado, a lo sumo hubiese puesto cara de concentración, a ver, contemos, cuáles fueron los movimientos, cuáles las palabras, al fin y al cabo gracias a todas esas cosas ahora podría ser pariente de la vieja, la vieja acunando al chico, ahora ligados por la sangre. De pronto me encontré examinando el código Penal, la figura del estupro y otras que andan por allí. Es inútil, nada me pueden reprochar.

Todo está metido en la bolsa de la ética. De todos modos, darle plata a la vieja es como reconocer mi paternidad. ¿Y si fuera de otro? ¿Si después de aquella noche hubiese tenido relaciones con otro, al amparo de mi yeso y mi lejanía? ¿Qué control pude tener yo aquí tirado con aquella armadura absurda? Ah, hiciste una travesura, viejo, y ahora las cosas están caminando. No podés volverte atrás. Se trata de reconocer o no. Si reconocés y anduvo por allí otro, sos un idiota. Si lo negás y obrás en consecuencia podrías ser catalogado como un tipo sin corazón lo que es peor, sentirte vos mismo como un renegado, como alguien que ejecuta una acción y luego quiere escapar a sus consecuencias. ¿Qué cuánto tiempo transcurrió? Seguramente dos o tres meses. Durante el segundo mes estuve dando clase con el yeso, porque no puede ser que yo cobre y la vieja trabaje. Hasta en ese interín tuve problemas. Una alumna me cebaba mate. En los recreos permanecía solo en el aula, con la pata estirada y un libro entre las manos. Comenzamos a conversar entre mate y mate hasta que un día nos besamos. Al poco tiempo el hermano menor nos sorprendió en una de esas escenas y el padre de la chica la retiró de la escuela. ¿Conocés la historia de Antonia? Dicen que cayó en manos del degenerado de Rocasagasta después de salvarse del degenerado de su padre. Nadie sabe exactamente lo que pasó. El único dato indiscutible es que al padre no se lo ve más en público. Conmigo no pasó nada. Fueron unos besitos idiotas. Entonces comenzó a venir la vieja de Marita. Miraba a su posible yerno con una especie de cariño, como diciendo "en adelante todo lo que hagas tendrá algo que ver con nosotros, somos de la familia". Y para colmo su cara es la que tendrá Marita cuando sea vieja. Yo me enredé con la segunda generación. Para eso vine a zambullirme en el monte. Además, la piedra de Enrique, al rozarme apenas la oreja, lo permitió. Sigo siendo un ciudadano que aparentemente puede elegir su destino. Puedo tomar el dinero que tengo allí, dárselo a la vieja y decirle compre pañales, la cunita, un sonajero. O puedo signifcarle: mire señora, no hay violación, ni estupro, ni abuso deshonesto, ni siquiera violación de domicilio, estuve cenando allí con sus hijos, de común acuerdo hicimos la farsa de Enrique, esa misma farsa parece que despertó en Marita y en mí ciertos afectos, de pronto estábamos convencidos de que nos queríamos, me invitó a su pieza, hice que el caballo me esperara afuera, cumplimos nuestro cometido, no le prometí nada, no la engañé, fui el primero, es la impresión que tengo, pero después pudo haber habido otro, quién me garantiza que no, y ahora usted viene a tomar cartas en el asunto, me dice claramente que tengo que hacerme cargo, me pone en este brete con mi conciencia, hace que mis padres me miren espantados, porque a veces tienen ganas de llamarme doctor, por esta maldita carrera que sigo, y me ven casado con una chica de la ciudad, hija de algún otro doctor. ¿Y al final qué le dijiste?, hubiese preguntado. No recuerdo bien. Quedó como pendiente de respuesta, como cuando uno va a buscar un puesto y le dicen pase dentro de una semana. Y los viejos, aunque lo saben porque alguien se lo contó, se hacen los burros, esquivan el tema como si fuese algo hediondo, se quedan tranquilos como si pensaran: nuestro hijo es de la ciudad, esto es apenas una aventura del monte. El viejo viene, lo mismo que en la infancia y en este mismo salón, me toca la bocha y me dice que soy su esperanza, que este año puedo quedarme aquí pero después de vuelta a Córdoba, muchacho, a la facultad, a hacerse doctor, sos la esperanza de la familia, porque tu hermano ya no va a estudiar nada, se conformó con el trabajo de maestro, ya no quiere moverse del monte, cuando necesita algo de la ciudad tenemos que ir nosotros a comprárselo, cada día se parece más a la gente de aquí, ahora quiere casarse con una brasilera, toda la familia lo tiene engatusado, tratá de convercerlo, a ver si podés, porque a nosotros no nos hace caso, nos quiere emparentar con la gente de aquí. ¿Los viejos te pidieron que me hables? Bueno, en cierto modo. Creen que deberías pensarlo un poco más, Algún día volveremos todos a Posadas, cuando los viejos se jubilen, y allá podrás elegir a piacere, lo que sobran son las minas. También quieren que sigas estudiando, que te vuelvas a Córdoba conmigo, saben que es difícil, a mí me pidieron que te hable, como estudio abogacía suponen que soy un pico de oro, los viejos siempre creen que los hijos son unos fuera de serie, yo no pretendo convencerte de nada, a mí también el monte me agarró, vine a pasar unos días, apenas traje algunas ropas, y ahora estoy de maestro ficticio y con una vieja que me visita regularmente para pedirme que me case con la hija, no me lo dice de golpe, va preparando el terreno, haciéndome aceptar cosas que llevan insensiblemente a esa meta. Además, todo fue preparándose para eso: el oasis que encontré aquí, la paz del monte, el arroyo, la simpleza de la gente, volver a encontrar las cosas de la infancia, mucho más viejas pero con esa ternura arrugada que cura las heridas que uno mismo se inventa. Es como si se quisiera volver algún día para morir aquí. Hace poco estuve tan cerca de eso. Y no me iba a rebelar. Pensé en un instante: ahora pago alguna cosa. Volverá ese gusto a tierra en los labios que en la niñez no me molestaba. La muerte debe ser algo así. Reemplaza el temor por una resignación con gusto a yuyos quemados por el sol del atardecer. Anoto de nuevo las palabras canyengues, la letra del tango que me emocionó en la infancia, cuando las únicas emisoras que se escuchaban eran las de Buenos Aires y yo me imaginaba en el barrio sur, esperando a mi amor. Tenía ocho años y mi corazón ardía de nostalgia. Podía contar mis "amores" con todos los dedos de las manos. Empezando por Aurora, aquella pequeñita que me doblaba en edad y era mi novia en mi mente y en su mente. La vida es una eterna posibilidad de amor, un adiós y un hola, una noche y un amanecer que sólo acaban con la muerte. Por eso cuando el infeliz se retorcía entre sus babas alcancé a ver unas flores silvestres al otro lado del arroyo y el sol de la mañana que me hacía guiños por entre el follaje. El bestia y mi pierna inmóvil contrastaban con todo aquel colorido que me ardía en la frente y el murmullo de la vida que despertaba entre las hojas. Yo llevo el bandoneón, vos bailás si querés, me dijiste, o bien te sentás a tomar una copa. Seguro que va Marita. Entre hablar con la vieja y hablar con ella no hay mucho que elegir. Sí, quise comentar, sabré a qué atenerme cuando esté frente a ella. Entonces no va a ser algo que me están contando, allí mis palabras van a tener un valor, o mi silencio, salvo que comience a tomar, cuando uno toma la emoción aparece en el lugar más inesperado. Tanto podría decirle entonces que la quiero como hacerle una confidencia sobre otro amor de antes, o alguna tristeza, o algún adiós. Querría entonces poder estomudar, decir vine a divertirme, hagan barullo monos, moveré mis patas como ustedes al son de un chamamé o un chotis, me da lo mismo bailar con aquella enana o esa negra, cualquiera podría ser mi amor, acercarme su oído para que mis palabras broten como promesas pegajosas de las que uno al otro día se arrepiente. Te agradezco que quieras hablarme, me dijiste, y tu voz sonó como la de un padre de familia lleno de hijos, como lo fuiste después, no por mucho tiempo. Pero aquí no hay nada que arreglar. Ella no va a ir al baile. Está en Buenos Aires con unos parientes. Los padres son analfabetos pero saben que ahora tengo que decidirme: o la olvido o saco pasaje y voy a buscarla. ¿Por qué no dejás pasar unos días para saber si podés arreglarte sin ella?, con otra, o sin niguna, qué sé yo, un tiempo solo, con el bandoneón, los demás bailando, libre, como quien puede elegir de nuevo. Si querés vamos a Alem, hay un lugar donde podés elegir tipas de la vida, hacen como que te quieren, bueno qué voy a explicarte si vos me contaste cómo son. Lo que quiero decir es que te acompaño. Tomamos unas ginebras y elegimos las mejores. A mí también me hace falta una cosa así, meterse en esas piezas con una intención definida, viejo, al fin qué perdemos, uno vuelve tranquilo, fumando, puede recordar con impunidad tantas cosas, las veces que mintió, los insomnios tontos de cuando se creía enamorado, haberle dado disgustos al viejo y a la vieja. La vieja sí, ahí estamos de acuerdo, interrumpiste, pero el viejo... Sí, escuché el otro día. Le dijiste rana, viejo rana, se estaba afeitando y la maquinita le temblaba en la mano derecha, lo enfrentaste como a un igual. Bah, no puedo dejar de pensar en las cagadas que hace. Y quiere dirigirme la vida, pretende tacharme a la mujer que quiero, porque es de aquí, no es maestra y sus padres hablan portugués. Pero no tiene en cuenta que para mí ella es "la mujer", habrá miles más lindas y más instruídas, pero sólo ella me importa. Ya fue mía y quiero que siga siéndolo. Es posible que alguna vez despierte y descubra mi error. Pero por ahora mi error es mío y no quiero compartirlo con nadie. Te agradezco que quieras hablarme. Hablaremos por todo lo que hemos callado en tanto tiempo. Hablaremos de mi vida o de tu vida. Después, cuando tengamos nuestros hogares formados, seguramente volveremos al silencio. Cada cual se encierra en un cascarón, protege a sus hijos, después los hijos lo enfrentan, como yo al viejo, sé que le digo cosas feas, anda detrás de otras mujeres y la vieja lo sabe, por qué no se conforma con la vieja, se enloquece por las pendejas, ya le conozco varios casos, se pone de acuerdo con los padres de las minas, hace como que la amistad es con ellos, le sacan ventajas, plata, qué sé yo, se aprovechan, a lo mejor ni las toca, a lo mejor sí, le digo rana y después me arrepiento, nadie debería meterse en las cosas de los demás, al fin y al cabo qué me importa, pero ellos se meten en mi vida, hasta la vieja que es tan buena, para ella la gente de aquí es una basura, mi novia es "esa brasilera", no se da cuenta de que yo no quiero moverme de aquí, aquí está mi mundo, aquí me voy a casar y van a nacer mis hijos, lo mismo te agradezco que quieras hablarme, aunque no tiene sentido porque ya elegí. Yo no, pero estoy en el mismo brete, o peor, futuro papá, y me escapé del hijo póstumo por un pelo, estoy en pleno período de reparación, tengo que poner la firmita y meter la cabeza en la soga, está por verse cómo va a reaccionar el bobo Enrique, todavía tiene esperanzas, te lo imaginás instalado y padre de familia. Marita era virgen, me pareció, y ahora, después de la primera vez, si voy al baile la encontraré con panza, bueno, con pancita, son casi tres meses según la contabilidad de la vieja, no esperabas tener un sobrino tan pronto, hermano, yo rajo de lo que a vos te atrae, no creo que este sea mi mundo, entusiasma y uno se va metiendo, se va hundiendo cada vez más en un sopor que corta toda clase de ataduras extrañas, todo lo demás se va borrando, sólo queda este pozo de tierra vieja y pobre, pero uno se aferra, ve crecer las plantas, silba, camina, todo el mundo de los diarios y los noticiosos está lejos, de nochecita croan los sapos, hay que encender la "petromax", la gente no muere tan seguido como en la ciudad, tiene sentido ponerle nombre a los animales, como cuando éramos chicos y le poníamos nombre hasta a las gallinas y teníamos un cementerio para todos los perros que se morían y cuando queríamos recordar un hecho lo ubicábamos antes o después de la muerte de Sury, el avestruz que se atragantó con un durazno. Ahora que estamos enredados con mujeres de aquí vamos a conversar más a menudo. No sé cuántos días nos quedarán. A lo mejor te vas pronto a Buenos Aires a buscar a la tuya y para cuando vuelvas yo estaré rumbo a Córdoba huyendo de la mía. Mientras tanto, acepto tu invitación, iremos al baile, hablaré con Marita, si la vieja me lo permite, porque ahora ella es el puente, tendré que darle alguna respuesta, un "yo quisiera", plazos, "tengo que ver", algo así. Allí está, me dijiste cuando llegamos. Buscate un lugarcito mientras dejo el bandoneón. No me siento bien, mi cabeza está en Buenos Aires. Tendría que ser al revés, dije, vos querés atarte sin tener todavía la soga, y yo la tengo y quiero cortarla. Se acerca. La madre está allí a unos metros. Te contaré después, dijo. Hola (me da la mano). Creí que nos queríamos. Por eso me entregué. Quise ir a verte, cuando estabas enyesado, y mamá me lo impidió. Después se enteró del problema. Todo el mundo lo sabe. Ahora di- cen que tenés una novia en la ciudad. Yo fui tu pasatiempo. ¿Se baila esto?, pregunto. Ya está entre mis brazos. Apenas se nota el problema. ¿Será verdad? Claro, no se va a poner un almohadón para simular. Ahora lo veo a Enrique. Está sentado en un rincón, tranquilo, fumando. Un perro apoya el hocico sobre una de sus alpargatas, Marita también lo ve. Nuestras mejillas se rozan. Siento la aspereza de su mano derecha. ¿Ampollas, callos? El tono de su voz es parecido al de todos aquí. Varias parejas ganan la pista, bajo la enramada y sus movimientos semejan un lento galope. Siento como si otra piedra pesada me amenazara. ¿Es este mi mundo? ¿Qué pesadilla absurda me trajo a este lugar? Vuelvo más tarde, le digo al oído. Se dirige al lugar donde está la madre. Busco la salida. Ahora estás de espaldas, hermano. Tendré que explicarte los motivos de esta fuga, aunque tal vez la presentías. Busco mi caballo. Ajusto la cincha y ya estoy trotando en la noche tan estrellada. A lo lejos se pierde la música y la recupero por momentos. Esta vez cruzaré el arroyo sin problemas.

 

Marcial Toledo

Del libro La tumba provisoria. Toledo fue poeta, periodista, abogado, profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación.

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