Confesión

domingo 02 de abril de 2023 | 3:52hs.
Confesión
Confesión

"Entre lo que creas ser, y lo que eres
hay un desafío...
Entre lo que dices que eres, siendo...
Seguramente una eternidad de discordancias...
Siempre serás mejor de lo que piensan
Y un poco diferente a lo que crees"...
(Marina Varela)

La iglesia estaba vacía, como vacía está la fuente frente a la casa de Samuel. Pero en realidad no está vacía, la llena un sacro y poco pomposo silencio. Un silencio que aprecia siempre Raquel. Por eso, Eduardo, cada vez que ingresa a la inmensa concavidad de la iglesia parroquial siente que entra al caluroso vientre de la protección celestial. Cada paso que da, se repite mil veces en el eco reverberante de la nave. Como mil pedazos de vidrios pintados componen el artístico y rico vitral. Es una soledad que conmueve. Pero en realidad Eduardo, no está solo, al fondo de la iglesia, o mejor dicho frente de ella, aunque a él le parezca el fondo está el cura esperando a los pecadores: silencioso, parco, con la mirada penetrante, inquisidor, tranquilo. ¿Aburrido? ¿Los curas se aburren cuando esperan a los feligreses para que se confiesen? Eso es poco importante, él esta ahí para que ocurra el milagro de la fe: cada vez que un ofensor vierte en el cántaro del oído del cura sus pecados que en nombre de Cristo son oídos, parece que derrama, pero en realidad bebe el elixir de la gracia divina, del perdón que saciará la aridez de su alma.
- ¡Ave María Purísima!
- Sin pecado Concebida
Ambos hablan en forma susurrante (tal es el modo), tanto el feligrés como él sacerdote.
- Padre, no he pecado mucho, tal vez solo un pecado tengo y lo vengo a contar para estar en Gracia con Dios.
- Cuenta hijo, cuenta...
Eduardo comenzó el relato, hincado de rodillas sobre una dura tabla que laceraba lentamente sus rodillas y que trataba de atenuar al apoyar sus codos sobre una baranda del confesionario:
- Era Padre, una soleada mañana de otoño, abandoné un minuto la oficina y el eterno trajinar del trabajo. Aún no era hora de irme, pero sentí unas ganas enormes de beberme la tibieza de febo y respirar el aire fresco. El umbral me pintó el alegre y pintoresco cuadro de la cotidianidad: gente yendo y viniendo, autos, pájaros, ruidos, la ciudad.
- Hijo, hasta ahora no veo que hayas cometido pecado.
Le ruego, Padre, téngame paciencia, que mucho, realmente mucho me ha costado venir a confesarme.
- Adelante, hijo, cuéntame...
- Ella me vio y a propósito cruzó la calle, buscando el pretexto para saludarme. Yo la ví, crucé la vereda y me puse al borde del camino buscando el pretexto para saludarla. Nos vimos, nos saludamos. Como un tonto adolescente (fue cuando el cura levantó la negra cortina de la casilla y descubrió las canas del confesor); le pregunté su nombre, le dije el mío, aprecié su salvaje y juvenil belleza, expresada en sus labios perfectos, su cuerpo esbelto y joven...
Largo silencio...
- Sigue, hijo, sigue...
- Alenté mis ansias y le pedí una cita, me correspondió y consumamos el amor en delirios de dulzura, en fin padre, fui débil y vengo a que me perdone.
Largo silencio, nuevamente
- ¿Eres casado?
¡Si Padre!
(Silencio)
- Ella (pausa), ¿es casada?
(Silencio)
- Sí, Padre.
(Silencio)
- Bien... - Dijo el cura - ¿estás arrepentido?
(Silencio)
- Ese es el problema, Padre, no puedo arrepentirme, de apreciar que en esa mujer hay un alma sencilla y buena y como yo con usted hoy me confieso, ella me confesó su penosa vida de hija, esposa y aún así es una alegre madre que da la vida por sus hijos y aún sabiendo como yo que era pecado nuestro encuentro ha sido la luz de un pequeño sol en su vida amarga y oscura, llena de tribulaciones...
Largo silencio
- Padre, Padre... ¿está ahí?
- Si hijo estoy aquí. Solo quiero decir que a las nueve viene el Párroco, confiésate con él, yo no puedo perdonarte de nada, pues no te creo culpable ni en nombre mío ni de Dios.
El silencio en la parroquia se hizo más denso, casi se oían los latidos de los corazones del feligrés y el cura. Un Ángel travieso sonrió.

  

Diego Luján Sartori

Sartori es docente y periodista. Reside en San Vicente. Publicó ocho libros personales y participó en veinte antologías

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