Dos que son buenos

domingo 05 de marzo de 2023 | 4:08hs.
Dos que son buenos
Dos que son buenos

Al otro lado del arroyito Teyú, a pocos metros de la barra y frente a la casa del pastor evangelista Borel, que está de este lado, tiene su casa don Pancho Pardo, en medio de casuarinas, araucarias, eucaliptos y árboles frutales. Pastando en el buen prado que la rodea hay siempre vacas, caballos, ovejas y cerdos, los que beben en el Teyú o en el Paraná. Y trescientos metros más arriba, sobre la barranca del río, ha levantado su rancho el pequeño Santiaguito, íntimo amigo y protegido del propietario.

Don Pancho es andaluz, grande, ventrudo; con el belfo grueso y un poco saliente, como un Borbón; se ríe a carcajadas batiendo las mandíbulas; es socarrón y desconfiado; parece gallego. Santiaguito, por el contrario, es gallego, viejo, magro y torcido; vivaz, despierto, alegre, conversador, parece andaluz. Muy pobre, tuvo que refugiarse en la propiedad de su gran amigo don Pancho. Nunca he visto un par más desparejo.

Don Pancho, cuando se estableció aquí, contaba con pocos pesos. Puso un bolichito con mercaderías fiadas, el que progresó y llegó a tener un altillo lleno de bolsas de yerba y de azúcar, que de noche pasaban a la Argentina. A veces, don Pancho cargaba en su propia canoa, por su cuenta y riesgo; otras, cargaba en lanchas paraguayas que luego remontaban el río misteriosamente en lugar de bajar, o atracaban directamente en su puerto embarcaciones argentinas. Su casa vivía de noche, aunque con sordina y a la luz de las estrellas. Por la mañana se despertaban su mujer y los animales, y se dormían don Pancho y el peón. Hasta que plantó un gran naranjal y tuvo suficiente dinero para dedicarse al deporte de la pesca, engordar, cambiar de mujer y ser feliz. Santiaguito planta y vende frutillas desde que llegó a este lugar.

Los dos dicen que aprecian su felicidad, porque toda su vida de América fue demasiado agitada, Santiaguito y don Pancho se conocieron en el vapor que los trajo a la Argentina como inmigrantes. Dieron juntos los primeros pasos por aquí, y se ayudaron mutuamente en los tropiezos iniciales. Entonces resolvieron andar juntos. Vagaron mucho tiempo como linyeras. Llegaron a Rosario, donde trabajaron en las estibas. En seguida pasaron a la ciudad de Santa Fe, remontando siempre el curso del Paraná. Más tarde trabajaron en Corrientes. Parecía gustarles el norte. No se cansaban porque se alternaban en la tarea de ganarse el pan cotidiano; cuando uno cargaba bolsas en un puerto, el otro se lo pasaba mirando el cielo, a la orilla del río. Se embarcaron en un lanchón y remontaron el río Paraguay.

En la ciudad de Asunción no consiguieron nada; pasaron momentos de hambre, hasta que a raíz de una aventura turbia obtuvieron para embarcarse nuevamente hacia el norte, y llegaron al famoso Puerto Casado, puerta del gran Chaco paraguayo, donde los Casado, argentinos, son señores feudales poderosos. Allí, en los quebrachales de los Casado, supieron del trabajo pesado; hachando quebracho cayeron rendidos; eran españoles recién llegados, no guaraníes. Deshechos, casi muertos, cobraron lo poco que ganaron y se largaron aguas abajo, como quienes escapan del infierno. En el viaje oyeron hablar de las plantaciones de yerba mate del Alto Paraná, y al llegar a Corrientes torcieron a la izquierda, hacia los yerbales. Aquí pudieron trabajar bien, simultáneamente, y ganaron unos pesos. Con esto se instaló don Pancho en la costa paraguaya, frente a San Ignacio, y comenzó a remover mercaderías en las noches oscuras, hasta que se hizo relativamente rico.

Ya están viejos los dos. Don Pancho sabe reír a carcajadas en rueda de amigos, alrededor de unas copitas de buena caña; es tolerante y bondadoso, aunque desconfiado: "sabe lo que es el mundo”. Santiaguito se ha hecho santo evangelista; asiste a las reuniones litúrgicas que celebra en su casa el pastor Borel, planta, cuida y vende frutillas, y se dedica a hacer el bien...

Pero de cuando en cuando, estas dos santas personas se animan con unas copitas, se acuerdan de lo que siempre ocultaron al mundo, y cuentan hazañas terribles.

 Germán Dras

El relato es parte del libro Aguas Turbias.

Dras publicó Alto Paraná y Apuntes del Alto Paraná (1939);

Tras la loca fortuna (1940).

Germán Laferrere, su nombre verdadero,

residió en la zona San Ignacio varios años

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