País central y periférico y una traición no regurgitada

miércoles 01 de marzo de 2023 | 6:00hs.

Digo, el interior del país también existe como el Sur de Buenos Aires. Lo digo teniendo en cuenta el alegórico tango de Eladia Blázquez ‘El corazón mirando al sur’,l siendo que en sus versos evocativos rinde homenaje a los populares barrios sureros de la Capital Federal, Barracas, la Boca, Pompeya…, y a sus apéndices bonaerenses Lanús, Banfield, Avellaneda, el lugar donde ella nació, entre otros. Emotivo reconocimiento el suyo, ya que en sus calles aún perduran las cosas sencillas de la vida y el espíritu fraterno de la buena vecindad (aunque ahora tremendamente jaqueada por la inseguridad), modelo de convivencia muy común de observar en ciudades provincianas. Valores que por supuesto los opulentos barrios del norte porteño lo han perdido hace bastante tiempo, señalando sin reticencia el conflicto político-social y de clases que separan sus fronteras. Circunstancia que, paradójicamente, se da entre Buenos Aires y el resto de las Provincias Unidas, dividiéndonos de hecho en país central y periférico.

Pero ¿dónde termina el Goliat Buenos Aires para los porteños? ¿En la avenida General Paz? O, tal vez, por algún sentimiento de magnánima proximidad admitan por afinidad existencial a los señoriales Vicente López y San Isidro, pero nunca más allá. Porque más allá siguiendo el rumbo se vislumbra el país federal: el del interior mediterráneo, el del Litoral y más en septentrión el Norte Argentino, nuestra geografía de vida terrena.

¿Por qué todo este introito? Porque en algunas provincias sucedieron hechos muy fuertes en el siglo pasado que conmocionaron su paz interior. Y así como se reconoce que la mayoría de los grandes cimbronazos políticos de la historia argentina tuvieron como epicentro a Buenos Aires, la ciudad-puerto, emblema del poder y la riqueza, también en las provincias se dieron hechos que simbolizan movimientos locales que luego trascendieron por su importancia al ámbito nacional: la Reforma Universitaria del 18 y la Revolución Libertadora del 55 en Córdoba, que dividió al país en buenos y parias; los movimientos estudiantiles cuya máxima expresión fue el Correntinazo del 68 con la muerte del estudiante Cabral, seguido del Cordobazo que terminó con el régimen de Onganía; o el movimiento Uturunco de fines de los 50 en Tucumán, primer meneo guerrillero y lazarillo de los grupos que lucharon en pro del retorno de la democracia, son ejemplos. Otros, sin embargo, no trascendieron, o quedaron en la memoria de algún nostálgico como las movidas de los años 70 en las provincias, que bien encaja y ayuda a esclarecer puntos oscuros de nuestras vivencias en esta parte de nuestra Argentina. Reconociendo, en principio, que en esa época teníamos un país epiléptico, resultado de los espasmódicos golpes y planteos militares por doquier, donde la democracia definitiva no era más que un sueño utópico. ¿Qué argentino -salvo los eternos reaccionarios y los beneficiarios económicos de siempre- hastiado de tanta prepotencia militar no sentía cierta simpatía por esos grupos de jóvenes que luchaban, armas en manos, por recuperar la libertad y la dignidad avasallada? Muy pocos. Pero ese mimetismo solidario no fue un cheque en blanco para que después siguieran en igual derrotero una vez instaurada la democracia. Vigente el gobierno democrático, los jefes guerrilleros acantonados en la Capital Federal jamás comprendieron el momento histórico y en desarrollo que se estaba gestando en el país, particularmente en Misiones con la creación del Partido Auténtico. Incomprensión que los llevó a la clandestinidad cuando pretendieron transformar la anterior lucha pasional al combatir sin retorno contra el gobierno de Isabel Martínez de Perón, surgido del voto popular. Y si bien la Señora como gobernante fue un desastre, aun con el terrorífico López Rega soplándole las orejas, nada justificaba la vuelta a las armas y el reinicio de la contraofensiva encubierta, dejando en ascuas a miles de jóvenes que no entendían el retorno a la guerrilla y del atentado falaz. Era trocar los sueños románticos de la reconquista democrática por un neoterrorismo al garete que, en su naufragio, arrastraba a la incipiente democracia hacia la profundidad incierta de la nada, como si la sociedad los siguiese apoyando en este nuevo reacomodamiento demencial. Porque al fin de cuentas, si el oscurantismo militar a partir de marzo del 76 fue culpable directo de tantos muertos y desaparecidos, los jefes guerrilleros en democracia actuaron como el flautista de Hamelín, mandando al abismo a miles de jóvenes que empezaban en la buena nueva a lidiar en pos de sus legítimas ilusiones. Peor aún, la traición histórica de cuadros montoneros tratando de llegar a un arreglo en Madrid, a fines de los 70, con el almirante Massera, para la formación de un movimiento político que tuviera al marino como candidato a presidente, ¿fue éste el final indecoroso de muchos cabecillas tenidos como efigie de la “juventud maravillosa”?

Y estos cabecillas de la juventud maravillosa en el derrumbe huyeron a la comodidad de Europa. En cambio, sus traicionados compañeros descansan en el camposanto.

Sin conciencia alguna, el máximo jefe Montonero, Eduardo Firmenich, refugiado tras el indulto presidencial de Menem en la democrática España, ahora ha vuelto a reaparecer como funcionario del tiránico y sanguinario gobierno de Nicaragua con el cargo de asesor de la presidencia para la planificación, recibe un salario de 4.000 dólares mensuales y reside en la villa San Ángel, exclusivo barrio de la capital de Managua. Demostración cabal de cómo vivirían y gobernarían estos muchachos de la juventud maravillosa si hubieran tomado el poder por medio de las armas. Es lo que quisieron y quieren para nuestra Argentina.

Por Rubén Emilio Tito García
rubengarcia1976@live.com.ar

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