El yaguareté que se creía carpincho

domingo 19 de febrero de 2023 | 3:02hs.
El yaguareté que se creía carpincho
El yaguareté que se creía carpincho

Hace varios años, en una selva misionera cercana a la ciudad de Puerto Esperanza, una mamá carpincho encontró un cachorro de yaguareté abandonado en plena calle. Sucede que los animales de la selva andaban desperdigados por toda esa comarca porque se producían incendios forestales con frecuencia.

Al verlo tan solito, la mamá carpincho decidió acogerlo y criarlo junto con sus hijos. Hasta le puso un nombre: lo llamó Ta'arõ. El pequeño yaguareté estaba tan a gusto con sus hermanos de crianza, que creció pensando que él también era uno de ellos y aunque no era amigo del agua más que para beberla, muchas veces los acompañaba hasta el arroyo Urugua-í, para que ellos se dieran el baño acostumbrado. Mientras, él merodeaba por la costa, esperándolos. A veces, intentaba comer esos pastos que comían sus hermanos y otras llegaba a tragar un poco, pero con mucho asco. No entendía la razón por la cual él gustaba comer carne y sólo carne.

En muchas ocasiones, para llegar hasta la vertiente del arroyo Urugua-í, tenían que cruzar lo más rápido posible dos rutas peligrosas. Como animal más evolucionado, el yaguareté pronto comprendió que cada vez que cruzaban las rutas mencionadas con la manada, uno de sus compañeros moría atropellado por algún automovilista. Sucede que los carpinchos son más lentos para esquivar los autos que circulan a toda velocidad y entonces eran el blanco perfecto.

Un día se quedó muy triste, porque en el paseo murió un carpincho muy mimoso que jugaba con él, al que él llamaba Budín.

Y así fue creciendo hasta ser un joven yaguareté, entre juegos y pérdidas que sufrían sus hermanos de crianza a causa de los conductores de vehículos irresponsables.

Cuando Ta'arõ se hizo mayor, siguió viviendo entre los carpinchos y los demás animales de esa selva, comportándose igual que ellos. Los demás amigos sabían que él era diferente, pero lo habían aceptado. No entendían la razón porque no tenía grandes dientes para roer, sino colmillos afilados.

Tampoco comprendían las manchas negras como rosetas en su cuero, nada que ver con la pelambre de esos roedores... pero igual lo querían.

El joven yaguareté pastaba con los carpinchos, dormía con ellos e incluso trataba de emitir unos sonidos muy parecidos a los silbidos de aquellos, pero siempre se quedaba en el intento.

Un día apareció por allí un gran yaguareté, viejo y sabio, dispuesto a lanzarse sobre los tiernos carpinchos para llevarse una para la cena. Mientras analizaba escondido en la distancia cuál era el más lento y, por lo tanto, la más fácil de cazar, el viejo yaguareté vio a otro igualito a él pero más joven pastando entre carpinchos.

El viejo yaguareté no salía de su asombro. ¡Se le veía tan tranquilo entre la carpinchada que no se lo podía creer!

Después de pensarlo unos segundos, el viejo yaguareté decidió ir a por el joven de su misma especie a ver qué pasaba.

Cuando los carpinchos vieron llegar al yaguareté se asustaron y salieron corriendo. El joven felino hizo lo mismo. El viejo corrió tras él hasta que consiguió pararlo.

- Por favor, no me hagas daño. No soy más que un carpincho -dijo el joven yaguareté.

El yaguareté viejo comprendió que aquel animal no sabía lo que realmente era.

-Si vienes conmigo hasta aquel estanque prometo no hacerte daño a ti ni a tus hermanos.

El yaguareté joven aceptó el trato y fue hasta el estanque.

-Acércate a mi lado y mira el agua -dijo el yaguareté viejo.

El felino joven hizo lo que le pidió el viejo.

- ¿Qué ves en el agua? -preguntó el yaguareté viejo.

El joven se asustó.

El yaguareté que se creía carpincho- ¡Dos yaguaretés! -gritó- ¿Dónde

estoy yo?

-Mira bien -dijo el yaguareté viejo-. Somos tú y yo.

El joven se miró fijamente. Entonces, una especie de fuerza interior le

recorrió todo el cuerpo y emitió un feroz rugido.

- ¡Soy un yaguareté! -dijo.

En ese momento, toda la debilidad que Ta'arõ había sentido por creerse carpincho desapareció.

Desde ese momento, el yaguareté se sintió poderoso. Pero no abandonó a su familia de carpinchos, ni a su madre de crianza, sino que se quedó con ellos para cuidarlos y protegerlos, como hizo su mamá carpincho con él cuando lo adoptó siendo un cachorro.

De ahora en más, procuraría enseñar con mucha firmeza a los grandes bigotones de sus amigos y también a las otras especies de la selva a cruzar las rutas con sumo cuidado, porque en ellas, con ruedas circula la muerte y la extinción de muchos animales.

Carmen Beatriz Vargas

Primera mención del X Concurso Internacional de Cuentos en Homenaje a Horacio Quiroga”

con la Temática “Rutas conscientes en la selva” Edición 2023.

Carmen Beatriz Vargas, es de Paraná, Entre Ríos

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