Malena

lunes 30 de enero de 2023 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

A las 20.30 del sábado ingresó un WhatsApp a mi celular, era de Toronja:

–¡Máquina, dentro de una hora nos juntamos con Peluca y Valderrama en el boliche de Poroto, te esperamos!

Con algo de cargo de conciencia le muestro el chat a mi mujer Mabel, que sin ningún remordimiento me contesta:

–Andá, pero seguro vas a venir empedo de madrugada, y mañana tenemos que hacer las compras en California.

-Olvidate, tengo poca guita, no creo que me demore -le agrego.

Nosotros vivimos en Villa Cabello, en la chacra 150; la más antigua de todas. Me pegué un baño y arranqué con mi Zanella 125 para López y Planes, que tiene mano hacia el centro.

El boliche de Poroto está sobre la calle Padre Serrano, fuera del circuito comercial, pero suele estar concurrido. Poroto es un correntino, sancosmeño, que vivió mucho tiempo en la capital de Corrientes.

Se llama Sinforiano Jiménez -Jiménez con J-, estuvo acompañado con Alicia Barreto, Malena y tienen dos hijos mayores de edad, una chica y un muchacho.

Vivían en el barrio 1000 Viviendas de la capital correntina, él tenía un puesto en la placita de la Costanera y ella trabajaba de supervisora en el supermercado que está sobre la avenida 3 de Abril. La pareja andaba de regular para abajo, ella le atribuía a él los conflictos y éste decía que ella no lo comprendía.

Poroto era amigo de la noche, le gustaba el faso, la bebida y las reuniones sociales.

La noche suele tener las dos caras, la distensión, la relación con los amigos, los amores; y también la otra, la de los excesos, que siempre terminan perjudicándote. Una madrugada, de las tantas giras, se encontró con una sorpresa inesperada: no estaba Malena y le dejó una carta en la mesita de luz:

–Hasta aquí llegué, no me banco más tus noches de farra con no sé qué amigos, el olor a alcohol y el desinterés por las cosas de la pareja. Me voy, hacé la tuya, casi que encontré al hombre para rearmarme y quererme a mí misma.

El golpe bajo fue como una puñalada en la espalda, no lo esperaba, lo dejó frío, hasta el pedo le pasó. Le despertó a su hija para preguntar por su madre.

–Me dijo que se iba a la casa de la tía Morocha, que después se iba a comunicar con nosotros, tenías que haberte dado cuenta que esto iba a pasar.

Se quedó en silencio como mirando para adentro, sin capacidad de reacción. Fueron duros los días siguientes, Malena no le contestaba el teléfono y su cuñada le decía que en su casa no estaba.

La vida le dio una lección; no tenía ganas de ir al puesto de la Costanera y empezó a regular que si no cambiaba, los días serían más duros. Hablando con su amigo Nicasio Chamorro se desahogó un poco, pero sin asumir del todo la parte de culpa que le incumbía.

–Mira, chamigo, tenés que cambiar tu forma de vida, incluso te digo más, debés cambiar de aire, irte a otro lado.

-¿Te parece? -preguntó Poroto.

–¡Sí pué!

Jiménez vendió el puesto y decidió venir a Posadas. Sus hijos lo entendieron y allí arrancó. Claro, venía con la mochila a cuestas y le quedaba poco margen de error.

Pudo abandonar la bebida, no el cigarrillo, y la noche siempre le tendía sus trampas. Encontró un punto de equilibrio en alquilar una casa antigua, bastante amplia, como para poner un bar donde no sólo se venda bebidas, que tenga onda, buena comida, sencilla y a precios accesibles.

Nosotros éramos conocidos del dueño de la fonda, casi que diríamos amigos, nos gustaba el lugar por el clima que se respiraba. Venían los músicos, los bohemios, Rulo Rodríguez y sus amigos del café o del teatro, La Rula, los Hermanos Núñez, La Vieja Carnicera, la cooperativa La Rastrojera, Joselo Schuap, el ministro con su guitarra, y muchos más. Un día me pareció que estaba Emilio Lattes, iba a saludarlo, pero me quedé en el amague, porque no se tocaba los bigotes.

El dueño del negocio tuvo suerte, consiguió un cocinero de fierro que preparaba ricas empanadas y pizzas y un chico que hacía de mozo. Un buen equipo de música con mucha bossa nova, Gilberto Gil, Gal Costa, Toquinho y Vinicius le daban calidez al lugar, puso esos focos blancos en la calle, que te producen la sensación de que hay una fiesta donde no la hay.

La noche de sábado pintaba, aparecieron chicas bellas; por si acaso les advertí a los vagos que me iba temprano por culpa de la púa. Valderrama copó la parada y dijo:

–La noche es nuestra, por la guita no se hagan problemas, estoy dulce, agarré una redoblona cabeza y diez en la quiniela y me banco esto. ¡Hoy por ti, mañana por mí!

Las chicas empezaron a junarme:

–Espero que no me confundan con Piqué. Todavía no llegué al Twingo, mi Zanella fuma más que Poroto.

Entre risas y carcajadas nos bajamos dos docenas de empanadas y dos cajones de cerveza, Peluca tartamudeaba y Toronja quería cantar.

Poroto Jiménez decía que sus clientes eran su familia, que le puso de nombre Malena al boliche por su mujer, pero no iba a regresar, aunque ella le pida.

La noche se hizo corta, nosotros con un pedal descomunal nos desconcentramos como pudimos. Yo me olvidé la moto y me tomé el 11 para Villa Pelo, nos saludamos, pero no sé en que se fueron los otros.

Cuando estaba llegando con el paso cambiado, escucho la voz de mi mujer desde la escalera:

–¡Mamerto, te robaron la moto que venís a pie!

Me hizo acordar a Malena, me hice el sordo y me tiré en la cama con los zapatos puestos.

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