Banco Pelay y la Raela

lunes 16 de enero de 2023 | 6:01hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

Un viaje rápido, de fin de semana, se casaban unos amigos en Concepción del Uruguay y nos invitaron a la fiesta. En realidad, eran amigos míos y sabían de mi relación con Raela.

Los padres de la novia hacía un año que estaban instalados en la ciudad, por lo que decidieron organizar una fiesta familiar, parientes y algunos amigos de los novios.

La ceremonia en el Registro Civil era el primer viernes de diciembre, le comenté la imposibilidad de estar por razones laborales, pero si en la ceremonia del sábado.

Me retiré del laburo a media mañana y partimos en el reno 9 con música y algo liviano para el almuerzo, mimos va mimos viene, la infaltable música para endulzar los oídos nos fue acercando a la ciudad entrerriana en horas del atardecer.

Fuimos a saludar a los novios, brindis de por medio por el acontecimiento y la grata sorpresa del encuentro. Mi novia al rato, parecía que los conocía de toda la vida, haciendo gala de su habitual histrionismo.

Nos fuimos a descansar para reponernos del cansancio del viaje, pero fue inevitable el pasaje del amor y el placer que siempre nos brindábamos.

El sábado apareció de pronto con sol y una temperatura que invitaba a la playa del “río de los pájaros” en la agreste playa del Banco Pelay. Un mediodía a pleno con los amigos invitados-los novios se quedaron a ultimar los preparativos-.

La playa empezó a popularizarse y atrajo a los turistas gasoleros de la provincia de Buenos Aires, que no querían ir a Mar del Plata. Había muchas chicas bellas en la arena; y como era de esperar La Raela no pasó desapercibida, su tanga verde y su belleza atraían miradas de los visitantes.

Ingreso al río a refrescarse, mientras yo charlaba con los chicos sobre la fiesta de la noche. Al salir, mientras el agua embellecía su piel, se cruza con cuatro vagos lanzados, uno le pregunta:

¿Vos no sos de acá?

– ¡No, soy de Corrientes! -responde la rubia.

¿Estás sola?

– ¡No, estoy con mi novio y unos amigos!

¿Podemos vernos en el boliche esta noche?

– ¡Ni loca, flaco pardete! -le dice.

Banco Pelay en ese entonces era bello, mucha arena, sombra y espacios de juego, disfrutamos de ello, hasta las 18 cuando levantamos campamento para la fiesta del casamiento.

Los padres de la novia insistieron en algo sencillo, familiar, alquilaron el salón de un club de barrio y se encargaron de la comida.

– ¡Entre nosotros, por los chicos, para no decir que no hacemos nada! –

Los invitados entre parientes y amigos, no superarían las cuarenta personas, veinte mayores y veinte jóvenes.

Fuimos a la iglesia y a las 21,30 estábamos festejando el casorio. La Raela con un vestido semitransparente de bambula rojo que resaltaba su belleza, yo de saco sport sin corbata, porque nos anoticiaron de la informalidad en la vestimenta.

El equipo de sonido tenía algunos desperfectos, pero todos disimulamos, para que los novios se sintieran a gusto.

El tradicional vals de todo casamiento, los cortes, las fotos, y un sano ambiente de camaradería. Un poco de música típica para los mayores y luego la de los más jóvenes. Trencito va, trencito viene, los novios alegres, los padres también.

Una abuela a las 0.30 pregunto:

¿Cuándo van a cortar la torta? –

– ¡Espere una rato doña es temprano! -le contestaron.

– ¡Yo ya tengo sueño!

A la una la abuela se salió con la suya; vino el corte de la torta, la tirada de cinta, y los brindis de rigor. La flaca me dice al oído:

– ¡Ya termina, tenemos que irnos!

– ¡Posiblemente los mayores se vayan, vamos a seguir nosotros!

Le sugerimos a los novios seguirla la fiesta en el boliche, al fin de cuentas, ya habían cumplido con los viejos; se engancharon y con el vestido de novia incluido, marchamos para “Mon Cherí”, entramos, estaba hasta las manos la pista repleta. Se le ocurrió a uno, vamos al otro “Al Garete”, allí siempre se pone lindo. Así fue.

La Raela disfrutaba la noche y la música disco que bailaba tan bien, los mozos se alegraron de ver a la novia con su traje de boda y nosotros disfrutamos de los tragos.

La madrugada de Concepción a pleno mientras bailábamos y cantábamos los temas de la disco. El dis-jockey cómplice tiro los lentos y la noche se tornó romántica; al rato, los novios se escaparon para su “luna de miel”, y nosotros en una guerra de besos y abrazos.

Los tragos de la fiesta y los de los boliches nos engolosinaron la noche del casamiento, que empezó en el club e iba a terminar en cualquier lugar. La mayoría de la gente emprendió la retirada, quedamos cuatro parejas en medio de arrumacos. Se fueron prendiendo las luces del local bailable, dándonos a entender que toda fiesta tiene su fin.

Nos marchamos, el otro grupo tomo un camino inverso al nuestro, caminamos felices por las calles abrazados en medio del sol que hacía rato salió de su escondite.

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