La galinhada

sábado 24 de diciembre de 2022 | 0:43hs.
La galinhada
La galinhada

Ese 24 de diciembre, en las serranías del municipio de Colonia Aurora, el crepúsculo vestía un color ígneo festivo. Las familias se reunían paulatinamente en las colonias y en el pueblo para celebrar con júbilo la natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

En las calles ornamentadas, algunos colonos realizaban las últimas compras después de una jornada intensa de trabajo en las chacras. Los preparativos para la tradicional cena ya estaban en marcha.

En la Comisaría, el oficial Kowalski y el agente Barrientos organizaban la agenda.  Estaban de servicio y pasarían la Navidad en su lugar de trabajo.

—Mi madre me envió  un arrollado de pollo para que compartamos esta noche Comisario —comentó Barrientos con el cuerpo erguido al lado del mostrador.

—En la alacena hay mandioca, batata, zapallo y zanahoria —respondió el oficial mientras asentaba en el libro las exiguas novedades—. También un “stollen” (1) que nos obsequió el alemán Hockenheim. Con eso bastará para recibir al Divino Niño. Hay que evitar las comilonas y la “sonecas” (2) en las guardias.

La opacidad fue cubriendo las serranías. Una luna menguante encendió su lámpara de bajo consumo para que suba al escenario el urutaú y despliegue su repertorio peculiar.

Pasada las 20:30 horas el teléfono hizo rizos en la sosegada noche. Los uniformados se miraron sorprendidos y la pregunta del comisario no tardó en germinar.

—¿Salutaciones o trabajo? Atienda nomás Barrientos. En segundos lo sabremos.

El agente atendió el llamado. Raudamente buscó papel y birome. Sosteniendo el tubo con el hombro y su parietal derecho, tomó nota mientras indagaba al vecino. Se despidió y pasó de inmediato el parte de novedades a su jefe:

—Comisario, se comunicó el agricultor Mielinsuk. Dice que desde hace dos horas, en su chacra, los perros ladran hacia un monte lindante al potrero. Teme que sean cuatreros o algún felino tratando de comerse a los terneros. Si me da la orden, de inmediato parto hacia el lugar.

El Comisario quedó intrigado. El último procedimiento por abigeato se había realizado hace aproximadamente tres años.  Además, en el Municipio no se habían registrado denuncias por ataques de felinos al ganado. Cerrando el libro respondió:

—Voy yo a la chacra de Mielinsuk. Si no vuelvo pronto, a las 23:00 horas prepará la mesa así cenamos antes de la media noche. Haré una recorrida preventiva. Cualquier otra novedad llamame al celular. Si hay señal te respondo.

El Comisario subió a la camioneta y marchó hacia la zona rural. La familia Mielinsuk estaba reunida. Más de 30 personas compartían la mesa navideña armada a la vera del río Uruguay.  Sin embargo, la preocupación hacía metástasis ante el incesante ladrido de los canes.

El uniformado habló con los colonos. Decidió rodear la casona sigilosamente para averiguar qué o quién estaba merodeando en sus adyacencias. Con una linterna de cuatro elementos se adentró en la espesura del monte. Agazapado detrás de un lapacho negro, escuchaba atentamente los sonidos. Observaba con nostalgia el cielo estrellado, recordando navidades de antaño donde, junto a sus abuelos polacos, elaboraban pan dulces y licores caseros. Mientras disfrutaba del brillo estelar de las Tres Marías, oyó una seguidilla de pasos que lo alertó en demasía. A metros de su posición, una sombra humana se desplazaba con prisa entre la exuberante vegetación. El misterio al fin se develaría. El oficial desenfundó cuidadosamente su arma reglamentaria y apuntando la linterna hacia la inquieta silueta, la encendió repentinamente esgrimiendo con potencia la voz de alto:

—¡Alto policía! ¡Levante las manos y no se mueva!

La intensa luz encandiló los ojos del sospechoso que, sumamente asustado, comenzó a gritar y llorar agobiadamente.

—¡Déjeme ir señor! Mi abuela me está esperando. ¡Por favor, déjeme ir!

El Comisario quedó asombrado. Había detenido a un niño. Vestía sólo una bermuda andrajosa y llevaba una gallina entre sus manos. Suspirando alivio, bajó el arma y trató de calmar al pequeño:

—¡Tranquilo! No te voy a hacer nada. ¿Estás sólo o viniste con alguien?

—Vine sólo señor —respondió el niño entre sollozos.

Después de unos segundos, el oficial reconoció al menor: era Eldor Petersen, hijo de Olga y Anton Petersen, matrimonio que trágicamente falleciera cosechando mamones meses atrás. El pequeño huérfano había quedado bajo el cuidado de su abuela materna. Ambos vivían en una picada vecina.

—¿Que andas haciendo a estas horas por acá?  ¿Acaso le estabas robando esa gallina a los Kowalski?

El niño guardó silencio. Cabizbajo, limpiaba las secreciones de su nariz con el brazo. Tembloroso asintió con la cabeza.

—¿Cómo vas a andar robando? Y más grave aún, en vísperas de Navidad ¿No te da vergüenza? —le preguntó el Comisario con rostro adusto.

—Es que en la casa de mi abuela no tenemos nada para comer hoy —respondió Eldor con tristeza—. Ella está enferma y gastó toda su platita en medicamentos. Le quería cocinar una “galinhada” (3). Es lo que más le gusta.

Las palabras del niño calaron profundamente en el corazón del Comisario que, apenado, lo miraba desconcertado. “Es la primera Navidad que pasa sin sus padres” reflexionó. Como servidor público debía mostrarle el camino correcto al huérfano para que pudiera seguir transitando su vida sin sobresaltos, caso contrario, acciones como la de esa noche se repetirían.

El uniformado decidió marcharse con el niño. Explicó lo sucedido a la familia Kowalski y les pidió encarecidamente que le vendieran la gallina.

Por un camino terrado en mal estado se dirigieron a la casa de su abuela. La anciana estaba afligida esperándolo en el portón.

—¿Dónde lo encontró a mi nieto oficial? —preguntó la octogenaria acomodándose los lentes—. Estaba muy preocupada. Ya le preparé la cena: una ensalada fresca con verduras de mi huerta. Esta navidad no tenemos mucho, pero si quiere quedarse a cenar con nosotros herviré unas mandiocas.

El uniformado, conmovido por la carencia y la soledad que abrazaba el hogar, tomó su celular y, avizorando buena señal, llamó a la Comisaría:

—¡Barrientos! Apronte la olla negra y lave las verduras que están en la heladera. Llevo dos invitados para que compartan nuestra mesa.

En el patio de la Comisaría, cuatro platos aguardaban ser servidos. Con la supervisión de la abuela, el niño preparó la galinhada. Para los vecinos que husmeaban a su paso, era una comida atípica para Navidad. Para el pequeño huérfano y su abuela, lo era todo.  Durante la cena el Comisario anunció que “apadrinaría” a Eldor, comprometiéndose a visitarlo permanentemente y a guiarlo en sus estudios. La abuela, emocionada, agradeció al oficial y al Niño Dios por esa bendición.  Eldor izó en plenitud una sonrisa y abrazó con cariño al uniformado. Sin dudas, el nacimiento del Mesías trajo consigo en Colonia Aurora, un espíritu solidario y generoso que José y María no hallaron en Belén.

 

(1) Pan Dulce Alemán   

(2) Siesta en idioma portugués

(3) En la frontera del Alto Uruguay misionero, plato guisado a base de pollo, arroz y verdura. 

                                                                                                            

Juan Marcelo Rodríguez.

El autor es de Posadas, Misiones.

1°  Premio del X Concurso Nacional

de Cuentos Navideños de la

Fiesta Nacional de la Navidad del Litoral

 

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