Cuatro noches de anfiteatro

La antorcha festivalera arde a fuerza de un público que la sostiene

El Festival Nacional de la Música del Litoral cerró el domingo una edición polémica que logró convocar a multitudes para reafirmar la vigencia e importancia de un espacio cultural único
martes 06 de diciembre de 2022 | 6:00hs.
La antorcha festivalera arde a  fuerza de un público que la sostiene
La antorcha festivalera arde a fuerza de un público que la sostiene

‘‘Miles de sueños que sentimos que soñamos cada vez que vemos esa bandera argentina. Lo único que nos hace diferentes al resto del mundo es nuestra cultura, el mate, nuestro folclore, Messi. Eso nos hace diferentes. Gracias por esta noche hermosa’’, destacó Juan Fuentes totalmente emocionado al ver un anfiteatro repleto que le devolvía un cariño enorme en su primera presentación en el Festival Nacional de la Música del Litoral.

 El ex Huayra hizo lagrimear a más de uno, con su entonación. Un estreno donde la conexión emotiva con el público fue completa y lo dejó con ojos llorosos.  

Una fiel imagen de la afectuosa postal que deja impregnada este enorme festival.

 ‘‘Nunca me imaginé que me iban a recibir con tanto cariño y tampoco me imaginé tanto respeto por las canciones nuevas, que nunca las han escuchado acá y han sido recibidas con tanto cariño, con tanta alegría que realmente te ilusiona, te dan ganas de seguir creyendo en el folclore, en nuestras canciones en nuestra música. Te da una inyección de buenos deseos, de buena onda’’, graficó Fuentes al bajar del escenario.

Juan Fuentes en un estreno que lo dejó más que emocionado. Foto: Pablo Báez

En ese marco, el salteño -que animó a todos a cantar con Zamba para olvidar y a levantarse y agitar los pañuelos con una chacarera- remarcó su admiración profunda por la música de la región. ‘‘Yo siento que la música del Litoral no solamente en sus canciones sino también en su prosa nos enseñan mucho de una cultura que vivió muchísima más cosas que quizás el resto porque están desde antes’’, alegó en una conferencia improvisada rápidamente.

Tras tres días agitados, de cambios en las grillas, debates sobre la necesaria y dedicada atención que merece la planificación de un festival de esta magnitud y algún que otro cruce por una desorganizada venta de entradas, lo cierto es que el anfiteatro terminó estallado de gente el domingo, no sólo dentro del predio sino todos los rincones de alrededores.

Mientras los carteles y gritos por Luciano Pereyra se levantaban, históricos referentes de la música de esta zona hicieron vibrar a las apretadas gradas. La gente llenó temprano el espacio y la multitud se mantuvo toda la noche arengando las presentaciones de Patricia Silvero o Pato García, entre otros.

Celebrando 45 años a puro chamamé, Los de Imaguaré fueron otros de los más ovacionados en la noche. Con sus clásicos recitados, Julio Cáceres conquistó una vez más al espectador, al que se acercó, copita de vino cedida en mano-. ‘‘Salud, viva el pueblo misionero’’, lanzó el correntino definiendo lazos de ‘sangre fraternal’ y refiriendo que desde chico entendió nunca olvidaría su origen guaraní.

Julio Cáceres se acercó al público y lo engalanó con sus recitados. Foto: Pablo Báez

Promediaba la 1.30 de la mañana cuando los correntinos dejaron el escenario y dieron paso al anuncio de los premios Revelación y Consagración tras la actuación de los locales Nuestro Canto.

Los Maestros Chamameseros se alzaron con la Consagración mientras Os Gaúchos resultaron Revelación. En tanto, Alto Vuelo fue la agrupación elegida de la Peña Oficial, que tendrá su lugar en la grilla del escenario la edición venidera.

Pasadas las 2 hubo que esperar 10 minutos más a Pereyra, por un inconveniente técnico. Increíblemente la masiva convocatoria permanecía inmóvil y expectante tras varias horas de fiesta. Las familias vinieron ataviadas y preparadas previendo la larga jornada y hasta empacaron, por ejemplo, el jarabe prescripto para los más pequeños. Finalmente el cantor salió a escena con un sonido más cachengue que folclórico, característico de su últimas producciones.

‘‘Que alegría estar en esta hermosa tierra. Gracias por hacerme volver después de tanto tiempo. Estoy orgulloso de llevar Tierra Colorada en mi sangre’’, dijo Luciano en una de sus interacciones.

Los Menchos, fieles a su estilo, cerraron a pura fiesta. Foto: Pablo Báez

El show de más de una hora tuvo una mezcla de cumbia y canciones melódicas, aunque el cantante se tomó un tiempo para preguntarle a su público si prefería un tono romanticón o algo para moverse más. Un anfiteatro excedido como pocas veces, la cantidad de carteles, los gritos de ‘te amo’ marcaron que los clichés no pasan de moda y muchos eligen escuchar canciones con rimas simples como ‘Si hace frío soy el que te da calor’.

‘‘Venir acá es venir a casa, reencontrarme con mi gente con mi familia’’, recordó Pereyra, al sostener que es un privilegio ser elegido para cerrar una fiesta ‘‘que tanto defiende nuestra cultura en todo el mundo’’.

Rondando las 3 de la mañana, el gentío se dispersó rápidamente y las gradas permanecieron con los más fieles. Los Menchos del Chamamé le pusieron toda la impronta festiva y demostraron que la calidad del chamamé supera todo. ‘‘Ustedes se quedaron porque son fanáticos del festival’’, dijeron quienes sin prejuicios decidieron estar al cierre además de tocar previamente en la Peña.

Con sus compases y el espacio liberado, finalmente se pudo danzar, al menos desde las gradas. ‘‘No nos entregaron el premio Revelación, no queremos Consagración, pero déjennos la llave y cerramos nosotros’’, bromearon y siempre con energía elevada -que hizo bailar hasta a los conductores- podrían haber seguido la fiesta pero ya era hora de ir cerrando el telón.

Pato García, uno de los maestros locales que dan cátedra. Foto: Sergio Contreras

 La explanada en tanto, seguía concurrida con una carpa llena a puro baile al ritmo de Cristian Wagner y La Ruta hasta las 4.30.

Así, la gran gala de la cultura local permanece vigente y creciendo, a pesar de los desmanejos institucionales de turno. Los artistas, su público, el chamamé como identidad y la fuerza de una tradición de más de medio siglo, marcan que la antorcha arde encendida, no se apaga ni se mancha. 

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