Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

Los duendes del Teyú Cuaré

viernes 25 de noviembre de 2022 | 6:00hs.

A principios del siglo XVII, Roque González de Santa Cruz fundó la Reducción de San Ignacio Miní en actual territorio brasileño; en el año 1632, dado el asedio de los bandeirantes, se la trasladó a la zona Paranaimá, aunque el peligro portugués no se neutralizó y en 1695 ó 1696, se la reinstaló en la actual ubicación homónima.

Durante la década en que Misiones estuvo bajo administración correntina, concretamente el 25 de septiembre de 1877, se creó la Colonia San Ignacio, sobre aquellos terrenos jesuíticos y los restos de las construcciones -después de tantos saqueos e incendios del período artiguista-; tiempo después se creó el Territorio Nacional de Misiones y al finalizar el siglo XIX numerosos contingentes de inmigrantes renovaron la dinámica del pueblo para siempre; las familias pioneras guaraníes, criollas, brasileñas y paraguayas integraron a los recién llegados, en un proceso de décadas, tanto en lo social como en lo productivo.

Los restos materiales de ese pasado jesuítico sostienen la industria turística de San Ignacio, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1983, motivo de peso para ser reconocido popularmente, aunque no el único; la zona del Teyú Cuaré, el peñón Reina Victoria y Osununu revisten magia y misterio, una dualidad irresistible.

En los primeros años del siglo pasado Horacio Quiroga construyó una casa, allí, en una chacra de unas 200 hectáreas, se instaló con su esposa Ana María Cires, allí nacieron sus dos primeros hijos y muchos cuentos y relatos, allí también ella se suicidó en 1915 y a esa casa regresó Quiroga -después de numerosas idas y vueltas- con su segunda esposa, María Helena Bravo, luego de contraer matrimonio en 1927. También entre esas paredes nació Pitoca y luego de unos años, de allí se fueron madre e hija, casi huyendo, dicen…

Entre esos senderos, Horacio Quiroga asumió su enfermedad terminal y de allí partió en el viaje final hacia Buenos Aires, donde se suicidó el 19 de febrero de 1937, y lo mismo harían sus tres hijos, Eglé en 1938, Darío en 1952 y Pitoca en 1988.

También por esa zona se levantó una imponente vivienda “blindada” a finales de la década de 1940; en realidad fueron dos casas, muy cerca del río, donde -según el mito regional- vivió por unas tres décadas Martin Bormann, un alto jerarca nazi, del círculo más cercano a Hitler. A pesar que su muerte data de 1945 y fue científicamente comprobada en el año 1998, el relato sigue vigente.

A veces el viento de la Historia no es justiciero y se lleva el recuerdo de personas que debemos conocer, eso pasó con Germán de Laferrere, otro vecino de San Ignacio, un habitante más del Teyú Cuaré, amigo de Quiroga y de Selva Andrade. Dentro del seudónimo de Germán Dras moldeó con su pluma la literatura regional y nacional que parecen no recordarlo.

Germán nació en 1901 en la provincia de Buenos Aires, quedó huérfano de padre a los 8 años, en 1921 murió su madre también, dos años más tarde encargó el cuidado de su hermana a familiares cordobeses y se embarcó rumbo a las Islas Canarias, luego recorrió Europa como pudo, fue vendedor ambulante, peón rural, portero, dibujante y traductor de la Liga de las Naciones; un lustro después regresó a Buenos Aires.

Se desempeñó como redactor de revistas importantes de entonces -Atlántida, Última Hora, etcétera-, pero su espíritu reclamaba libertad. Casi sin pensar, proyectó un plan de colonización yerbatera en Misiones, un colega escritor llamado Horacio Quiroga le habló de la Tierra Colorada, de sus verdes interminables, de sus secretos y con unos amigos se lanzó sin más.

En 1931 llegó a Puerto Delicia, meses antes la compañía Madereras Argentinas Delicia Obrajes -M.A.D.O. SRL- se había instalado; Germán no era empresario, ni tenía experiencia en cultivos pero le sobraba coraje. A pesar de ello, el emprendimiento fue un fracaso, sus amigos regresaron a la capital y él quedó a la deriva; bajó hasta San Ignacio y se refugió por un tiempo en la casa de Horacio Quiroga. De alguna manera acompañó al uruguayo en una etapa difícil; a través de la ruptura del segundo matrimonio y la aparición del cáncer, fueron amigos y Germán lo despidió en lo que sería su último viaje a Buenos Aires.

Laferrere vivió en Misiones hasta el año 1945, publicó los libros ‘Alto Paraná’ (1939), ‘Tras la loca fortuna’ (1940), ‘El tesoro de Silca’ (1940), ‘Aguas turbias’ (1942), ‘Selva adentro’ (1945) y ‘Cuentos del Alto Paraná’ (1950), y numerosos cuentos y relatos en revistas porteñas. Autodidacta, inquieto, curioso, de contextura pequeña, musculoso, cabellos ondulados renegridos, mirada profunda y bigote al estilo Chaplin, lo describieron apasionado, vigoroso, guitarrista, pescador y cazador. Fue director de este diario después de Sesostris Olmedo y antes de Humberto Pérez.

Lo designaron Agregado Cultural de la Embajada Argentina en Canadá, se mudó a Ottawa; en 1949 lo trasladaron a Rumania, sus problemas respiratorios se agudizaron, no se “hallaba” y regresó por su cuenta a Canadá. La decisión le costó la cesantía. Falleció el 24 de septiembre de 1952, allá, lejos del país y de Misiones. Fue sepultado en el sector de intelectuales del cementerio Beechwood.

Carlos Selva Andrade mantuvo vivo su recuerdo hasta la década de 1970, haciendo honor a la amistad que compartieron.

El 3 de octubre de 1991 se sancionó la Ley Provincial N° 2.876, actualmente Ley XVI-N° 28, que creó el Parque Provincial del Teyú Cuaré. La leyenda del gran lagarto que atacaba a las embarcaciones y vivía en alguna de las cuevas del área se retroalimenta en la pluma de estos escritores que dieron rienda suelta a sus espíritus entre las picadas; los duendes del Teyú Cuaré son, al fin, libres y ojalá… felices.

Gracias Ramón Delgado Cano por “descubrirme” a Germán.

¡Hasta el próximo viernes!

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