jueves 28 de marzo de 2024
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Recluta por doquier

Dedicado a todos los ciudadanos que cumplieron con el Servicio Militar Obligatorio-COLIMBA

domingo 20 de noviembre de 2022 | 6:00hs.
Recluta por doquier

Prrrriiiiiiiiiiiiit…Sonó el silbato del Cabo de cuadra. Esto interrumpió mi hermoso sueño y  daba un abrupto despertar. – ¡Compañía arriiibaaa!¡Todos al pié de la cama!

Con voz fuerte y arrogante nos daba las primeras indicaciones del día. – Parece ser que algunos están todavía dormidos, así que para sacarse la modorra harán veinte flexiones de piernas…y nos iba contando a medida que hacía sonar su silbato. El cabo era un petiso retacón llamado Ramón Mancuello, se lo veía más agrandado que comisario en baile parroquial.

Éramos cincuenta los que ocupábamos la cuadra, por ese motivo nos hacían pasar de a diez a los baños, a cada grupo les daban tres minutos para hacer las necesidades e higienizarse. Dentro de los baños el Cabo hacía una cuenta regresiva para apurar los trámites. - ¡El último tiene premio! Repitió un par de veces. Después nos enteraríamos que necesitaba cubrir los turnos de cuartelero e imaginaria, una especie de guardia rotativa que se hacía dentro de la cuadra,  diurno y nocturno respectivamente.

Aún en los baños, le llamó la atención a un gringo grandote por no cepillarse los dientes, claro, jamás había visto uno en su vida hasta ahora, así que el Cabo le mostró como usarlo.

Una vez que todos se higienizaron el cabo nos presentó al Suboficial Encargado de Compañía, era el Sargento Primero Miguel Salinas quien tomó la palabra, nos tomó lista e informó sobre toda la rutina prevista para el día. Recuerdo que habían apellidos de  una diversidad de orígenes: polacos, ucranianos, suecos, criollos, alemanes, luso-brasileños; hasta había uno de ascendencia japonesa llamado Sebastián Sato, oriundo de Jardín América.

Seguidamente nos pusimos la ropa de fajina que consistía en el pantalón -asegurado por un cinto de loneta-, una remera –ambos de color verde oliva-, y el par de borceguíes. Luego pasamos afuera para tomar el desayuno: una taza de mate cocido con leche y una galleta – de las grandes -. Para desayunar nos daban un par de minutos, algunos no alcanzaban a terminar el mate porque lo servían muy caliente-para pelar chancho al decir de mi abuela- y el cabo les hacía tirar; si sobraba un trozo de galleta  lo guardabas en el bolsillo.

Después ingresamos nuevamente a la cuadra, ahí nos instruyeron como tener arreglada la cama y ordenado el cofre - una especie de ropero  sin puertas y con varios estantes para guardar las pertenencias-.

En la primera formación aprendimos enseguida lo que era el salto de rana y el cuerpo a tierra. Sin embargo lo que más nos quedó grabado fue el acto de izamiento de la Bandera Argentina, mientras la banda de música hacía sonar los acordes de la Canción Aurora, el pabellón ascendía flameante a la cima del mástil  mientras el sol se mostraba al horizonte, realmente algo muy emotivo.

De mis amigos no tenía novedad alguna, con seguridad estaban en algún lugar del playón integrados en alguna de las compañías. A Héctor lo vi un rato después cuando nos llevaron a la enfermería para aplicarnos la famosa vacuna.

En ese momento me acordé de la conversación que habíamos tenido antes del ingreso,  nos había dicho que mentiría ser enfermero pues así podría pasarla bien - seguramente algún ex soldado le había asesorado-. Lo cierto es que habían dos columnas para la vacunación, yo enseguida me cambié a la otra donde quien aplicaba la inyección era un suboficial enfermero.

 Ahí estaba Héctor haciendo de las suyas con la jeringa en manos, al verme me dijo – Por qué no te venís por esta fila, aquí les tratamos mejor a todos, y bosquejó una sonrisa. El tipo estaba ensayándose con el lomo de los prójimos, algunos salían haciendo un movimiento con sus brazos como si estuvieran aleteando. La vacuna era aplicada en la espalda y realmente era muy dolorosa.

En los primeros días la rutina diaria era durísima, había que aguantar el impacto que te provocaba el cambio de vida, casi no te daban tiempo a pensar y menos a descansar, en todo momento había que estar haciendo algo. Recuerdo que el Cabo Primero Ibáñez nos ordenó  que juntáramos las hojas secas caídas de un paraíso  que estaban extendidas sobre la grama del patio, lo hicimos con las manos y una por una hasta que el lugar quedó como una mesa de villar.

El relato es parte del libro “COLIMBA, Deber Cumplido, Derechos Suspendidos” (2011).  Giménez integró la delegación de Misiones  en la Feria Internacional del Libro realizada en la ciudad de Buenos Aires.

Samuel Giménez

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