PALTAS

domingo 20 de noviembre de 2022 | 6:00hs.
PALTAS
PALTAS

Ya hacía más de tres años que estaba instalado y viviendo en mi chacra de Eldorado, Misiones.

Las 20 Hectáreas de yerba mate nos permitían un pasar sin sobresaltos. Digo “nos” porque había conocido a Fleur, mi esposa. La había conocido en Buenos Aires. Ella vivía en Olivos y tenía en su casa un jardín de infantes. Era profesora de Inglés. Nos enamoramos y nos casamos. Sus padres también vivían en Eldorado sobre una plantación de yerba en el Km 28. Su padre, don Carlos, se dedicaba a la elaboración de yerba mate de sus plantaciones y la de muchos colonos vecinos.

Muchos fines de semana los pasábamos con ellos.

Con el tiempo habían reemplazado su típica casa de colonos, de madera, alta, sobre palos, con techo a cuatro aguas y con veranda todo alrededor, que sólo conocí a través de fotografías, por una casa de material de un sólo piso, de aspecto muy tropical, muy cómoda y moderna con techo bajo, rodeada de verde y a la sombra de árboles que le daban frescura. La casa coincidía con el ambiente. Rodeada de césped siempre prolijamente cortado y con manchones de “orejas de elefante” y “güembé”, un filodendro trepador encaramado a algunos árboles y a las columnas de las verandas.

Los primeros 15 a 20 Km. de la colonia Eldorado son bastante planos, hay ondulaciones en el paisaje pero leves. Desde el Km. 20 el panorama cambia. Ya hay lomadas en cuyas cimas hay rocas de basalto. Los caminos ya no son rectos sino que van bordeando los valles.

Don Carlos había plantado su yerba en uno de esos valles. En las lomadas, que son menos fértiles y mucho más difíciles de mantener limpios de maleza, había plantado Eucaliptos.

Todavía no tenía problemas en abastecer de leña su secadero pero, como hombre previsor, quería asegurarse que no le faltara en el futuro. Fue el primer colono que plantó eucaliptos. Nunca tuvo que utilizar su madera como leña. Pudo vender toda la producción, con mucho más provecho, a la fábrica de papel que años más tarde se instaló en Puerto Piray.

Dentro de su propiedad había una ladera bastante escarpada con mirada al Norte. El fondo de esta ladera era un lugar como de ensueño. Se llamaba Aña Cuá (Pozo del Diablo). Siempre elegíamos ese lugar para descansar en nuestras caminatas.

En una mitad de esta ladera don Carlos había plantado naranjas ombligo. Fueron las naranjas más sabrosas que he comido en mi vida.

En una revista especializada en citrus, por los años 1934 o 35, había visto un aviso de un vivero en Sud África, con variedades y precios. Les envió una carta y le contestaron todos los detalles. Les mandó un cheque, también por carta, cubriendo la compra de 800 plantas de Citrus Ombligo.

El vivero mandó las plantas con las raíces prolijamente envueltas por barco a Londres. Desde allí salieron a Buenos Aires también por barco, donde fueron transbordados al barco de la Compañía Dodero, para su destino Eldorado.

 No sé cuanto habrá tardado la travesía, pero llegaron. Sólo 20 plantas se secaron.

En la otra mitad de la ladera plantó paltas. Nunca pregunté donde consiguió las plantas o la semilla.

 La palta es un árbol tropical oriundo de América Central que no resiste heladas. En Misiones en las laderas que dan al Norte rara vez cae una.

Su nombre es quechua, en México se la llama aguacate y su nombre científico es Persea americana. En la antigüedad ya los aztecas y los mayas preparaban las frutas de muchas maneras tanto dulces como salados.

 Había alrededor de 600 plantas.

 La primera vez que las vi no le presté atención. Eran ya árboles bastante grandes, calculo de 10 años.

Pasamos por allí otra vez en la época de la fruta madura. Ésta caía y se pudría en el piso. No había nadie que se interesaba. La gente no estaba acostumbrada a comerla.

Eran paltas muy grandes, tres o cuatro hacían un kilo, todas de la misma variedad con la piel finita, completamente lisa y como lustrada. Tenían un gusto exquisito, con un dejo a nuez.

Fleur me dijo : ¿Y si las cosechamos el año que viene?.

Don Carlos me dijo que haga lo que quiera con ellas. Tenía un año para prepararme.

Lo primero que hice fue dirigirme al Mercado Central en Buenos Aires donde me conecté con el dueño de un puesto que me habían recomendado.

Teniendo la venta asegurada, compré papel para embalar, me ocupé de fabricar cajoncitos, y armar escaleras. También contraté dos camiones de 10 toneladas para el transporte. Llegó la época y cuando las frutas estaban todavía sin madurar hicimos la cosecha.

Los camiones se cargaron, salieron y llegaron al Mercado Central sin inconvenientes.

Las paltas se vendieron como pan caliente e hice un buen negocio.

El año siguiente me organicé de la misma manera pero esta vez cargué tres camiones. El día que salieron comenzó a llover. Tardaron 4 días en llegar a Posadas. En un puente tuvieron que esperar 2 días para que bajara el agua. De Posadas al sur otra odisea. Finalmente desistieron. La fruta, que madura con bastante rapidez se pudrió.

Pensamos, “¡Qué mala suerte!”. ¡El año que viene va a ser mejor!.  La ganancia del año anterior todavía excedía con creces la pérdida de ese año.

Dos meses antes de la siguiente cosecha, viajé a Posadas con mi Jeep. Me instalé en un Hotel. Tardé una semana entera para conseguir dos vagones de carga del ferrocarril. Un regalito aquí, una ayudita allí... pero los conseguí.

Se hizo la cosecha. Cuatro camiones cargados llegaron Posadas sin inconvenientes. Se cargaron los vagones. El tren salió, lo ví salir.

Era el año 1961, en el medio del trayecto el tren se detuvo por una huelga ferroviaria.

 La fruta nunca llegó a destino.

 No envidio a los que tuvieron que descargar los vagones porque la palta podrida tiene un olor nauseabundo.

El relato corresponde a vivencias del autor en la década del 50. Son parte del libro Recuerdos de Misiones, inédito. Klomp tenía propiedades en Eldorado. Falleció en 2019 en Buenos Aires.

Gerardo Klomp

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