Verde, que te quiero verde

domingo 20 de noviembre de 2022 | 6:00hs.
Verde, que te quiero verde
Verde, que te quiero verde

—Verde, que te quiero verde!—repetía a toda voz mientras caminaba hacia la puerta del departamento de un solo ambiente que alquilaba, desde hace cinco años, en Capital de Corrientes. El lugar era afrodisíaco; rodeado de la naturaleza y el canto de las avecillas durante todo el día.

—Verde, que te quiero verde—detuve el paso y abrí la puerta. Quedé muda ante el espectáculo que observé. Pareciera que toda la naturaleza, que rodeaba el monoambiente y; que admiraba y podía avistar, cual princesa encantada, mientras recorría el sendero que guiaba mis pasos hacia él, se había adueñado de paredes, muebles, cuadros y todo lo que contenía en el interior.

Desde afuera todo semejaba normal como siempre, pero adentro el verde picarón se reía de mí y del departamento. Cerré la puerta dejando afuera lo aparentemente normal y adentré a lo desconocido con la esperanza de hallar un mundo de experiencias nuevas, gratificantes y creativas.

—Si Vanesa supiera que cantar o recitar a toda voz no es cosa de locos —dije más para mí misma que para alguien. En realidad los únicos que estábamos presentes y cuerdos éramos el verde y yo.

Traté de restar importancia a la visita, no invitada ni anunciada, y caminé hacia la verde heladera. Abrí la puerta y el cuerpo reaccionó con una arcada, el verde agua se había adueñado de los pocos comestibles que contenía; hasta el agua en la jarra de vidrio era verde cual césped en reciente brote. La leche y el recipiente que la contenía; verde como la esperanza de muchos.

Pasé frente al espejo verde militar y con ojos desorbitados avisté a una joven verde de pies a cabeza; cabello verde fluorescente recogido en una cola de caballo, ojos verdes como el oso de peluche que mamá me había regalado hace tantas navidades, remera, gen, zapatos en una gama infinita del verde. No quise abrir la boca. Me daba temor constatar que los órganos,  que guarda tan celosamente,  también fueran invadidos, y teñidos por el color de los árboles

De pronto noté que el problema que tenía con los bronquios desapareció por completo y el aire ingresaba y salía de mis pulmones con total normalidad.

—¿A qué se debe este cambio, señor verde?—dije. El silencio que recibí por respuesta me trasladó a primer año de la secundaria y al área de Biología. La temática relacionada con el pigmento verde; la importancia que adquiere en el proceso en la fotosíntesis y la elaboración del oxígeno puro.

—¡Así que viniste a curarme! ¡No lo puedo creer! —dije al verde que invadió mí vida, mi casa, mis muebles y que, sin proponérselo siquiera, curó uno de los males más vetustos del ser humano.

El ¡Toc, toc!! en la puerta me sacó de los pensamientos que intentaban justificar la invasión del verde.

— ¿Qué hago?—pregunté a las paredes. No hubo replicato, pero la puerta se abrió como por arte de magia.

Vanesa, mi amiga de toda la vida, estaba parada en el umbral. Quiso decir algo, sin embargo una tartamudez reciente, nunca la oí hablar así, le impedía comunicar lo que deseaba.

—Pe-pe-pero -que - que pa- pa- só — fue lo único que salió de su boca verde.

—¡Si te vieras ahora, ni imaginas el resultado!— dije.

Una sonrisa más grande que el pino de cincuenta metros, que está en el parque que rodea el departamento, acompañó mis palabras.

Vanesa estaba verde como un Grinch; en la parte del cuerpo que sobresalía hacia adentro; y, en la de afuera, permanecían los colores que había traído de casa.

No sabía si invitarla a pasar o decirle que se fuera. Lo cierto es que una brisa suave le dio un empujón tirándola de bruces sobre el piso.

—¡Verde, que te quiero verde!—gritamos las dos. Como amigas compartíamos el placer por la poesía.

El relato obtuvo el cuarto lugar del Mundial de Escritura, primera instancia. Farina es profesora en Lengua y Literatura. Reside en Colonia Liebig, Corrientes. Tiene publicados los libros: “Relatos y poemas de ayer de hoy y de la vida” y Mejunje de cuentos y relatos de la abuela.

Alicia Farina

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