(Segunda parte)

Relaciones entre el miedo y la política

jueves 17 de noviembre de 2022 | 6:00hs.

Junto al tradicional miedo personal, existe un segundo tipo de miedo –social o político–, un modo de temor que es producto de las jerarquías sociales, políticas y económicas que dividen a la sociedad. A pesar de que este miedo también es producido, ejercido o manipulado por líderes políticos, su objetivo o función específica es la intimidación pública, proferir amenazas o aplicar sanciones para asegurarse de que un grupo conserve o aumente su poder a expensas de otro.

Si, por un lado, el primer tipo de miedo implica el temor de una colectividad a riesgos ajenos a la comunidad –por ejemplo, el terrorismo extranjero como lo fue el ataque a las torres gemelas de Nueva York– el segundo tipo es más íntimo y menos ficticio, siendo producido por conflictos internos de una nación, como, por ejemplo, la desigualdad, ya sea en cuanto a riqueza, estatus o poder. Es a partir de acá que, ubicándolo en la base del orden social, en tanto que perpetua la desigualdad, el miedo sirve como un fenómeno básico de control. Es lo que sucede –llamativamente– con la complicidad de una suprema corte, la que puede llegar a condenar a cualquiera que el poder económico decida.

Considerar el miedo como pilar de la vida en común implica que nuestros temores no son más que los síntomas manifiestos de los conflictos permanentes en sociedades ante la injusticia y la desigualdad. Siendo incapaces de evidenciar los conflictos reales que hacen del miedo un instrumento político, se hace imposible la búsqueda de herramientas para enfrentar dichos conflictos; todo lo cual, en último término, redunda en que sigamos siendo sometidos y dominados por el miedo.

Sin embargo, en este enfoque del miedo parece haber una contradicción: por una parte se considera el miedo como una oportunidad tanto de unidad social frente al peligro, como de renovación políticas debido a la necesidad de tomar las medidas adecuadas. Por otra parte, sin embargo, se piensa que en los objetos, las acciones que producen temor no tendrían un sentido político. Es lo que –en nuestra actualidad– ciertos centros ideológicos de la oposición nacional opinan sobre el reciente atentado a la vicepresidenta Cristina Kirchner.

El problema es que al no dar una explicación política a estos actos productores de temor y a los sujetos que los protagonizan, se los entiende y trata como enemigos incorregibles, frente a los cuales solo resta encerrarlos o matarlos. En cambio, si se entendiera los objetos de estos miedos como verdaderamente políticos, se discutiría sobre ellos como se hace sobre otros asuntos entendidos como problemas políticos; algunos los rechazarían, otros simpatizarían con las quejas del otro; algunos quizá no los verían tan implacables o peligrosos. La cuestión es que la tan anhelada unidad social y la tan pretendida renovación política, siempre comandada desde los sectores de elites, se efectúa desde una noción que asume el carácter no político dado a los actos productores de miedo.

Al recomendar que aceptemos nuestros miedos, al ocultar los conflictos políticos que los producen, al considerar al liberalismo tan sólo como una solución y no como un problema, quienes proponen estas nociones están apoyando a las fuerzas de la sociedad que se benefician con la utilización del miedo, negando apoyo a las fuerzas sociales que tienen mucho que perder con el miedo.

El miedo y sus usos políticos pueden servir para entender muchas de las cosas que pasan en este mundo que habitamos, el miedo tiene poder para cambiar el mundo, como también lo tiene la esperanza. “El miedo es un instrumento sumamente poderoso que el neoliberalismo (que es sin duda mucho más que una teoría económica) lleva alentando y manejando desde hace mucho tiempo, como uno de los marcos de interpretación clave para entender la realidad y definirla”, según el pensador lingüístico norteamericano George Lakoff.

El miedo actual es, sin embargo, un miedo líquido, difuso, en expresión de Zygmunt Bauman, y nos trasmite que lo mejor es esconderse sin un plan de respuesta claro porque no tenemos claras las amenazas. “Dejadnos llevar las riendas, nos avisan, porque contra temores poco tangibles es difícil combatir”.

En los últimos años, la crisis económica ha ayudado a los asustadores profesionales a amedrentarnos hasta la parálisis, infundiendo un temor abstracto a los otros, a los extranjeros, al gasto público, a los políticos, al terrorismo o a la inseguridad. La activista canadiense Naomi Klein nos recuerda en “La doctrina del shock” que, para los pensadores neoliberales, toda crisis (real o percibida) es una oportunidad para aplicar sus políticas de ajuste. Paralizados por nuestras pesadillas, damos por bueno lo que en otras circunstancias nos resultaría inaceptable. Atemorizados, nos convertimos en personas individualistas, mucho más manipulables porque dividiendo es más fácil convencer. Olvidamos ayudar a los demás y nos quedamos solos convirtiéndonos en individuos mucho más vulnerables.

En síntesis, el “miedo político” existe, hay ciertos sectores –preferentemente de derecha– que lo utilizan como herramienta de trabajo político, en tanto otros sectores, como los populistas, que usan la “esperanza” como herramienta política e ideológica. A la hora de optar por un campo o el otro: miedo o esperanza, son valores útiles de decisión electoral.

La táctica ha estado ahí siempre. El miedo, una emoción básica que nos paraliza o nos llama a la acción, es también una construcción sociocultural intencionada.

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