Por ella le doy tiempo al tiempo

lunes 14 de noviembre de 2022 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

Silvina Granetti y Alejandro Ronconi son entrerrianos, ella es de Paraná y el de Basavilbaso. Ambos estudiaban Abogacía en la Facultad de Derecho de la ciudad de Santa Fe; en los claustros se conocieron y cursaron algunas materias en común.

Ella es sumamente bella, morena, de ojos claros, esbelta y seductora. Él tenía su facha, morocho, de cabellos enrulados y una buena contextura física.

En la facultad se fueron amigando en la cursada de las materias de Mosset Iturraspe, los martes y miércoles de cada semana; él llegaba un rato antes mientras que ella lo hacía al comienzo de la clase. Su presencia no pasaba desapercibida en el grupo de estudiantes. Ambos solían quedarse a charlar un rato al final de la clase, con una dosis de empatía que fomentaban. Era común que Silvina buscara un lugar para sentarse en las cercanías del chico de Basavilbaso.

Alejandro era muy participativo en clases, le preguntaba al profesor sobre la temática que desarrollaba, tenía sentido del humor y era un tanto bardero con su grupo de amigos. Silvina sabía que su aspecto físico llamaba la atención, pero actuaba con naturalidad en el curso y en las charlas propias de los estudiantes universitarios.

Era hija de un acaudalado empresario entrerriano dueño de una empresa cerealera y Alejandro de un empleado del ferrocarril de Basa, como llaman lo entrerrianos a Basavilbaso, que era en su tiempo fue el corazón ferroviario de la provincia. La hija del empresario viajaba muchísimo, conocía Londres, París, Madrid y Roma; Alejandro solamente Concordia.

La piba de Paraná en ocasiones no asistía a clase los martes con motivo de sus viajes, Alejandro le prestaba los apuntes para seguir el ritmo de estudios. Él estudiaba por necesidad y convicción, mientras que a ella le agradaba la carrera, pero estudiaba por pedido de su padre que siempre le recalcaba “Vamos a necesitar una abogada en la empresa”.

En las chalas compartidas en la intimidad, Silvina le comenta a su amigo que hacía dos meses rompió el vínculo con su novio luego de una relación “tóxica”:

–El flaco me quería controlar la vida. No me lo banqué más y le dije ‘hasta acá llegó mi amor’. Ahora estoy tratando de ordenar mi mente, por eso me encanta charlar contigo.

Alejandro se enamoró de Silvina y no estaba seguro de los sentimientos de ella, quizás estaba elaborando el duelo de la ruptura y se acercó a él para atravesar el puente. La ilusión la mantenía intacta y necesitaba conocer la verdad; se cuestionaba, no por él sino por ella, la distinta condición social que ostentaban.

Al final de una clase un miércoles, ella le dijo que no tenía urgencia en regresar a Paraná y decidieron caminar por el Boulevard Gálvez en dirección al puente colgante. En el trayecto sus cuerpos se rozaron en varias ocasiones, mientras hablaban de la vida, de los proyectos y también de las esperanzas. El pibe, en un acto de audacia, le invitó a tomar algo en la histórica Heladería Necochea, lo de audacia viene a colación de que no estaba seguro de si el dinero que poseía le alcanzaría para pagar lo que consumirían.

–Te invito yo -se adelantó ella, y Alejandro respiró aliviado.

En el café se cruzaron miradas cómplices, mientras debatían sobre el futuro y sobre el amor, ella agrega:

–Vas a triunfar, Alejandro, porque estás luchando por un sueño.

Le agradeció la frase y mirándole a los ojos le dice que estaba en sus pensamientos durante mucho tiempo del día.

–A mí me está pasando lo mismo, pero quiero dejar atrás la historia reciente.

La tarde se volvió noche y la charla muy dulce, hasta que ella afirmó:

–Me tengo que ir.

Alejandro la toma de la mano y cruzaron la calle para abordar el colectivo, que llegó al ratito. En la despedida se dieron un beso en los labios y desde el ómnibus la chica le regaló una sonrisa. Alejandro salió corriendo para pedirle que bajara del transporte: tenía ganas de abrazarla con fuerza y acariciar su rostro bello. Fue imposible, el vehículo aceleró su marcha y ella no lo observó.

Se reencontraron con un abrazo en la explanada de la facultad y durante tres semanas vivieron momentos de amor a pleno, tuvieron química y charlaban de cualquier cosa, mientras el amor los envolvía. La ansiedad de encontrarse con ella lo mataba a Alejandro; Silvina le recalcaba ‘no dejes de preparar la materia que tenés que rendir, disfrutemos de esto tan bello, pero no descuidemos el objetivo’.

En la última semana el joven notó un dejo de nostalgia en ella, eso le llamo la atención:

-¿Qué te pasa, linda? -preguntó.

–Te tengo que contar que mi viejo fijó el domicilio de la empresa en Buenos Aires y vamos a tener que trasladarnos toda la familia.

-¿No nos vamos a poder ver, me querés decir? -infiere Alejandro preocupado.

–Vemos cómo lo manejamos -respondió Silvina con dulzura.

Silvina Granetti se ausentó de las clases y de la facultad; el amor se puso en pausa, Alejandro, esperanzado, entendió que, de tantos viajes, esa pasión intensa se puso ‘en modo avión’, pero seguía apostando: “Por ella le doy tiempo al tiempo”.

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