La inundación

domingo 06 de noviembre de 2022 | 6:00hs.

Mi pueblo había empezado con pocas casas, pero llegó a ser toda una ciudad. Lástima que todo se destruyera.

Casas de madera pero bonitas, que habían aparecido alrededor de algo que luego fue una plaza, que tuvo Iglesia y una cruz que fue tallada en madera dura, enorme, un trabajo increíble.

Y una Comisaría, que un día se alegró con un auto cero kilómetro, que era algo fantástico. A mí me parecía increíble esa cosa brillante, con una luz que giraba y hacía ruido, y a mis ojos de niño que nunca fue a la ciudad era algo extraordinario. Un pueblo hecho con mucho trabajo, con tanto sacrificio para que ahora esté así. A través de la ventana cerrada veía la lluvia, que ya lleva una semana y mi padre escuchaba preocupado en la radio las noticias sobre la inundación.

Me acuerdo cuando se inauguró el club, de dos pisos, el único en el pueblo. Cuando lo inauguramos mi padre sonreía feliz, él había ayudado a construirlo. Era un domingo de sol. Y ahora llovía. Habíamos encerrado los animales en el galpón, mi padre se pasaba el día entero escuchando la radio y preocupado por las cosechas de nuestra chacra.

Seguía lloviendo y todo se inundaba progresivamente. Y el pueblo está en una zona baja, inundable por supuesto. Mi madre tejía, cocinaba y no se preocupaba demasiado. Mi hermano mayor sí me confiaba su preocupación de que el pueblo se inundara. La cosa fue que se inundó. Hasta el club de dos pisos quedó sumergido. Cuando paró la lluvia y salió el sol, fuimos con mi hermano a ver el pueblo, una tristeza ver todas esas casitas de madera hechas por mí una tras otra, pero -no te preocupes –dijo mi padre- te voy a cortar maderitas para que hagas otro pueblo.

El relato es parte de La isla del zurcidor (Editorial Universitaria), publicado en Cuentos Misioneros, Antología de relatos breves de Misiones

Manuel Borga

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