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El bebedor

domingo 30 de octubre de 2022 | 6:00hs.
El bebedor

El líquido empezó a caer y, a medida que se derramaba, más lentamente.

No se detuvo a pensar si sólo era su imaginación o estaba ocurriendo de verdad.

Ya de muchas cosas no sabía últimamente su realidad o fantasía.

Había tomado las dos botellas con ambas manos, como si las acariciara primero, con la suavidad de una lenta despedida. Mas, al llegar a la canaleta del desagüe y empezar a verterlas, las fue crispando, como si quisiera exprimirlas.

El contacto del vidrio con su piel empezó a tomar calor.

La decisión fría del comienzo, se convirtió en rabia y desilusión.

En su encendida imaginación, de sus ojos manaban también dos chorros de sangre que se mezclaban con el alcohol en la podredumbre de hojas y barro.

Lenta, cada vez más lentamente, negándose con desatino a cumplir con la ley de gravedad, las gotas del licor brillando en la claridad de la tarde en su marcha hacia la madre tierra, tercamente, no querían caer.

De qué manera podemos medir el artificio del tiempo, pensó, si en segundos pasan por nuestra mente, como en una veloz película, mil escenas de nuestra vida.

_Te buscan, Luis_ escuchó a sus espaldas.

_Estoy ocupado_ fue su lacónica respuesta.

El misterio del tiempo alterado, roto al interrumpir su mujer en la escena, volvió al irse ella, con la fuerza de un tornado que convertía a la vida en una nota musical suspendida en el aire.

Otra vez, las últimas gotas se negaban a caer y a mitad de camino, de la botella al suelo, cada una, como una estrella en el espacio, mandaba mensajes de luz, tal vez esperanza y, estaba seguro, de una sorda ira.

Se dijo que con cincuenta años no haber aprendido a controlarse lo convertían en un fracaso total. ¿De qué vale la experiencia? Sólo para ver cuántas veces más cometemos el mismo error.

Al volver su mujer y sentarse a observarlo acomodada en un sillón del jardín, el transcurso de la vida volvió a su sitio.

Luis miró largamente las vacías botellas y las acomodó luego junto a la pared.

Fue a sentarse al lado de su mujer, le tomó ambas manos y la miró intensamente a los ojos.

Luego le dijo:

_Ahora sí, nunca más.

La mirada de ella lo envolvió con la húmeda caricia de unos ojos bañados en lágrimas.

Quedaron así, sólo tomados de las manos, pero sintiéndose intensamente abrazados con la pasión del amor que acompaña las gestas heroicas.

Al cabo de un rato ella pudo decir:

_No importa que ésta sea la tercera vez que lo intentas. Cada vez que lo decidas, para mí, será la última.

Cruz Omar Pomilio

El relato es parte del libro Cuentos Misioneros, Parte IV. Pomilio reside en Puerto Iguazú y ha publicado Cicatrices del alma (poesía), La licorera y otros cuentos y Los 33, (novela), entre otros.
Ilustración: Pintura “El bebedor” (1891) de Paul Cezanne

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