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Fémina

In the deepest ocean The bottom of the sea Your eyes They turn me

domingo 30 de octubre de 2022 | 6:00hs.
Fémina

No, en realidad es al revés, apresuré en corregir el pensamiento, en realidad es la muerte la que rodea hasta asfixiar y dar con la vida. Sonreí como quien logra hilar un pensamiento revelador, importante, como si fuese la única verdad, como si – estúpidamente- existiese y fuera posible creer en una verdad. Reí mientras bebí un sorbo de vino tibio, amargo. Amargo como este hastío pesado que no me permite pararme del todo y con la fuerza necesaria en mi par de piernas escuálidas. Terminaba de hilar otro pensamiento y la puta que lo parió volvía a pisar en sus tacos, el ruido de ese par de zapatos resonaba en el pasillo lúgubre que olía fresco, frío y abrumado, como este hastío volví a pensar, mientras el miedo que resurgía por ese sonido que resonaba volvía a mi cuerpo que empezaba a helarse al sentir el perfume, ese aroma particular que se clavaba en las fosas nasales cargados de recuerdos, traumas, el aroma a infancia. Y de pronto volvían a mí como un torrente violento las imágenes de un niño correteando feliz cerca de su madre, pero de pronto el miedo, y lo brusco y yo no podía. Sentí que ella estaba ahora respirando en mi nuca. Me sentí helado. No puedo concentrarme con ella cerca, son sus tacones, su perfume. No me gustan las mujeres, todo por culpa de ella. Soy ese niño trastornado que ahora de adulto no puede más que estar entre hombres, lugar fresco y ameno.

Son sus olores los que trastornan, decía Hernán mientras fumaba sin apuro, esforzándose en reafirmar su aparente masculinidad, como quien no tiene verdaderas responsabilidades. Los olores y sus voces chillonas, marchitas, mandonas, ellas abren la boca y nace el reclamo, la demanda, el vacío de no poder solas, agregaba y se reía Gastón. Bueno, pueden solas, pero no del todo, siempre les falta algo, por eso demandan, olía su virilidad que brotaba por los poros y me asqueaba, no estoy de acuerdo con su punto de vista. Hay mujeres, y mujeres, interrumpí con una pausa larga, porque en ese silencio gesté el resto del monólogo necesario para explicar mi punto de vista que se resumía a que todos los humanos somos faltas, errores, inseguridades y carne deseosa, se rieron como si lo que emití no fuese una verdad

Mientras volvía a generarse el silencio y el aroma nuestro, escuché desde la otra esquina que ella volvía, son sus pisadas fuertes, elegantes, pero bruscas, como si su bronca se expresara no con gestos faciales ni ademanes, sino con ese objeto que sólo ellas saben usar al caminar con una supuesta elegancia impuesta socialmente, como si fuese un código que sólo ellas conocen, interpretan y leen. Podía determinar su humor según el ruido de sus tacos que hacían eco en mí y no podía ser indiferente, gajes de crecer con una madre autoritaria, pensé y sentí su cuerpo cerca porque su perfume de nuevo me invadía y yo no quería ni mirarla.

Los papeles están firmados, si no tengo nada más que hacer, me retiro. La miré indiferente porque seguía concentrado adentro, perturbado por el afuera, pero adentro. Asentí y ella desapareció –por fin- suspiré y sentí el alivio que deviene en fin de semana y –falsamente- nos hace sentir a todos como seres inmortales, entonces salimos de los trabajos con aire de superioridad, somos tan boludos que nos creemos cualquier cosa con tal de sentirnos menos miserables, pensé mientras atravesé la puerta y el consuelo me cayó en el cuerpo.

Afuera siempre se es más cómodo, el aire menos pesado, las personas divagando, como si no estuviesen del todo presente, es mejor cuando estamos idos de nosotros, lo contrario cansa. Y cuando menos me di cuenta estaba ingresando al departamento, no encendí las luces, el olor fresco limpio, y frío me recibió y me sentí contento… en casa, sonreí mientras me saqué el uniforme y directamente caí en harapos, el verano a veces tiene lo suyo, me dije mientras abrí la cerveza helada que me esperaba ahí dispuesta a ser consumada.

Pensé en ella, temblé y el frío que heló mi carne no era de la bebida, era otra cosa. No quise pensar y me obligué a distraerme. Tenía que cumplir con el deber de bajar porque en el verano no se puede confiar, es una estación traicionera, los olores delatan, convergen, se explayan y gritan sin pedir permiso. Y ella estaba ahí, debidamente en el garaje que ahora era su habitación, calma, admito que disfrutaba verla sumergida en una paz que no era suya. Hacía rato no me miraba, la última vez que le pedí silencio calló para siempre y casi me olvidaba su voz, mejor, porque si entreabría sus labios carnosos y agrietados por los años, yo volvía a mi infancia y nadie quiere eso, nadie desea reconocerse adulto trastornado, no…. Nosotros estamos todos libres, sanos hechos y derechos, me dije mientras consumí del todo la bebida, y volví a cerrar la habitación oscura y debidamente simulada, oculta y helada para que los olores no griten.

El sonido del teléfono fijo me apuró en subir las escaleras mohosas por el ambiente que yo mismo tuve que crear, porque la vida te obliga a hacer cosas, yo no quería pero me vi en esa necesidad de hacerlo, mera defensa, pensé y me refugié en la profesión de abogado que elegí hace más de 20 años. ¿Vendrás este fin de semana?, su voz era la única fémina que me centraba del todo, no apuré el silencio monólogo que se gestó sin querer porque era necesario para crear lo que vendría en forma de palabra… En media hora llego, le dije y al instante escuché su voz emocionada y su risa que no se escondía, ella sí, me dije y sonreí al colgar para dirigirme a su casa, mi amor.

Ignacio necesitamos avanzar con la investigación, tenemos sospechosos, líneas telefónicas, perfiles bastante marcados, dime por dónde seguir, la veía tan concentrada y seria, si tan solo en el fondo supiera, pensé. Mientras agarré su birome tibia por el calor de su mano y anoté algunas ideas, como si me tomase en serio el caso. Sé que es tu madre, pero te necesito para clarificarlo, sos el mejor abogado que conozco, dijo mientras me miró a los ojos con una ternura que yo desconocía y lograba apagar el hielo en mí.

Si tan solo supiera, pensé pero el helado no cayó en mí, y el temor no vino, pero el amor, la ternura y la carne con su particular aroma dulce suave y amigable, sí. Me confirmó su amor y yo desacostumbrado a lo femenino me dejé llevar, y amé, todavía la amo como nunca lo había logrado, Fermina es, me sonreí frente al espejo de su baño pulcro y blanco. Es con su voz calma y pseudo grave, su olor no invasivo, y sus cafés por la mañana, y es la única, me lo confirmó esa mañana que descubrió mi yo más vulnerable tras la desaparición de Alicia, una madre, la mía, y sin embargo no se aprovechó de mi estado y respetuosamente eligió quedarse, y se quedará siempre que no sepa la verdad, esa verdad. Ahí si temí, pero rápidamente salí del baño, porque era verano, y la estación que amenaza con los olores y las carnes y su putrefacción me apura.

Hice un esfuerzo enorme por no demorarme en su totalidad que me envolvía en una bruma liviana pero intensa, todo tiempo con ella me es breve, necesito más. Siempre y cuando la sienta descalza, sin el objeto que resuena y me lleva al recuerdo de ese niño trastornado y la infancia, y la madre, y Alicia que aparecía con su voz chinchuda, sus reclamos, sus manos ásperas, frías y pesadas, y su aliento a tabaco y ron, cerré los ojos con fuerza como quien intenta olvidar el recuerdo que amenaza la calma de este presente llano y adulto, yo ya no era ese y no quería volver a ser, por eso lo de Alicia. Pero nadie lo entendería, sólo yo. Porque siempre es uno solo contra el mundo, me convencí mientras abrí de nuevo la puerta de mi departamento, y de nuevo ese olor, su olor nauseabundo, incómodo y molesto que me exigía movimientos rápidos y estar al pendiente de su cuerpo que ahora me exigía la mudanza al galpón del campo familiar del que nadie tiene conocimiento, es bueno tener recursos, reconocí mientras disfruté con una paciencia larga el cigarro en el umbral de la puerta donde estaba ella del otro lado.

Miré a Alicia atentamente, sin apurar el verano, ni las exigencias propias de la estación para tapar los olores. Ella hacía al menos tres años había cerrado sus ojos, por suerte, estaba harto de su mirada negra y profunda, que me intimidó hasta calarme y obligarme a ser este y no otro. Apenas si sollozaba, todos sus zapatos estaban ahí con ella, guardados en cajas herméticas que yo mismo construí años antes de su accidental desaparición. Era necesario, tenía que hacerse así, yo no quería, pero pasó, intenté decirle mientras acomodaba mejor el suero que le alimentaba hasta lograr su lenta descomposición, pero ella era más ausencia que presencia, por suerte.

Cuatro días más tarde estaba sucediendo lo tan esperado, y trasladé con una meticulosidad impecable y bien pensada gracias a la ansiedad que me obligaba a pensar y precisar cada detalle por más mínimo que sea. Dos horas más tarde Alicia y su cuerpo putrefacto estaban almacenados herméticamente en el galpón de la chacra familiar que heredé hace más de tres décadas, era lo último que quedaba de ese legado, y lo vi arder en llamas azules y rojizas por los químicos para acelerar la descomposición de la madre y su posterior incineración junto con la infancia de un tal nacho que ahora no reconozco y empiezo a gestar mi propio yo.

Cerré el portón de ese pastizal enorme que me quedaba por si en algún momento Fermina cambiaba y la amenaza a Ignacio resurgía, siempre es bueno tener recursos, pastizales en Misiones y profesiones que tapen a uno sobran, sonreí mientras marqué el lugar donde ubicaría a la próxima que me despierte trastorno, incomodidad o tormento, me fui sospechando casi confirmando quién era la próxima de los tacones y el perfume.

Pero ahora es el momento de ser y buscar el abrigo en los brazos de Fermina, que canta y susurra con dulzura y prolijamente in the deepest ocean the bottom of the sea your eyes they turn me, hasta que ya no, y ahí sí.

Mara Luft

Inédito. Mara Luft, es profesora de Letras, egresada de la UNaM. Blog de la autora: Rizoma.

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