Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

El niño que quiso ser bailarín

viernes 28 de octubre de 2022 | 6:00hs.

Luis tenía unos 6 años cuando le dijo a su mamá que quería aprender a bailar folclore; poco antes había descubierto el mundo escolar y con él, los actos, la actuación, la poesía y el baile… este último pobló su imaginación y se quedó para siempre.

Sus padres -Adela López y Abraham Marinoni- lo inscribieron en la Academia de Doña Chiquita -Ermelinda Aranda de Odonetto, pionera en la enseñanza de danzas folclóricas de la región-; toda su niñez estuvo teñida de folclore, de compases, de giros y contragiros hasta que la adolescencia apareció.

Finalizando los estudios secundarios retomó la disciplina, enseguida la meta fue clara: ingresar al Ballet Folklórico Nacional -creado por ley en 1986, reglamentado tres años después y que debutara el 9 de julio de 1990 en el Colón-, un enorme desafío para un veinteañero del interior del país. Como pudo convenció a sus padres y “estirando monedas” viajó a Buenos Aires con su entrañable maestro Luis Stivala.

El destino quiso que llegara tarde a la primera convocatoria, pero con las ganas renovadas, por fin, logró ingresar en 1996 entre doscientos sesenta postulantes de todo el país, para entonces el bailarín empezaba a parir al coreógrafo y El Chúcaro era el faro en ese camino.

El contacto con Norma Viola fue inspirador, y aunque entonces el concepto de deconstrucción no estaba en uso, fue necesaria esa tarea para absorber los nuevos conocimientos; la admiración por esa profesional y el gran respeto que le transmitió por la profesión, lo marcó indefectiblemente; se guardó la nostalgia, no se encandiló con las “luces de la Capital” y se entregó casi sin darse cuenta.

La Maestra lo convocó como coreógrafo invitado para cinco obras de su autoría: ‘La leyenda de la yerba mate: pacto y muerte del Mensú’, ‘Cuentan los federales’ -interpretación de hechos del período rosista-, ‘El grito de la tierra’ -origen y sentir guaraní-, ‘Himno a Cosquín’ -en el cincuentenario de festival folclórico- y ‘Encuentro enamorado, danzas de choques fronterizos’.

El trabajo se dinamizó, llegó la dirección del Ballet Alegre de Trenque Lauquen y nació la Compañía de Arte en nuestro medio. Alguna vez le contó al periodista Esteban Abad que Vicente Cidade tuvo mucho que ver con su inclinación preferencial por los ritmos regionales, idea que lo acosara durante años y que encontró la vía de expresión… y decisión, porque Luis solo realiza obras fundamentadas -casi con rigor histórico y antropológicamente hablando-, cada una tiene un trabajo previo de investigación e interpretación que en un segundo momento se traduce en coreografía.

Para ser profeta en su tierra, Marinoni trabajó -y trabaja- en cada puesta hasta transformarla en única e irrepetible, lejos de enfrentar prejuicios y capitalizando las críticas, ha sorteado cada escollo con profesionalismo; amado y odiado por su dinámica laboral es consciente que el sacrificio y la dedicación es la manera de brindar al público un espectáculo de calidad, poniendo el foco en la danza y la puesta en escena, no en el escenario.

Obras como ‘Ka´aguy Kumbiyare - Los murmullos rituales del monte’, ‘Los Misterios del Iberá’ ‘Idilio surero’, ‘Noche de San Juan’, ‘Compuesto Campiriño’, ‘Las Copleras’, ‘Enramada entrerriana’, ‘Para ella’ -dedicado a Norma Viola-, ‘He aquí mis hermanos’, ‘Enramada entrerriana’, ‘Yo soy el chamamé’, ‘El carnaval de la Quebrada’, ‘Guazú do Sul’, ‘A la tierra Michoacana’, ‘Mercado Guazú’, ‘Crisol, bajo un sol de mil colores’, ‘En Cataratas del Iguazú’, ‘Alabanzas nuestras’, ‘Tríptico guaraní’, ‘Nación Misiones’, ‘Revuelos, trazos a lo Neumann’ y ‘Arcano de Viernes Santo’ son prueba fehaciente del poder de la pasión y el estudio constante.

Multipremiado, convocado para eventos regionales, nacionales e internacionales de prestigio indiscutible; desde los inicios en la Peña Itapúa hasta recibir al papa Francisco en su visita a Paraguay, desde las clases con doña Chiquita hasta rescatar las obras de El Chúcaro y Norma Viola -que algunos poco ilustrados calificaron de plagio-, Luis Marinoni nunca perdió su esencia, con su mamá del brazo oficia de hijo a diario, sueña, gesta y se ocupa del Ballet Folklórico del Parque del Conocimiento -creado el 1 de marzo de 2006-, cuya excelencia es sello propio, consecuencia del trabajo en equipo determinado por el coreógrafo que nunca dejó de ser bailarín.

Hace un tiempo escribió Luis, en el Día Internacional de la Danza: “(…) Brindo por los y las que no tenemos tiempo por la cantidad de horas en la academia, en la sala de ballet, en el aula, en el club, en el tinglado, en el patio de la escuela, en el patio de la casa y en el fondo, por los y las que generan sus eventos, se encargan de los vestuarios, de la escenografía, que la música este correcta y editada, que buscan didácticas y formas para enseñar en la soledad del autodidacta y aun así en la metódica forma. Brindo por los Maestros, Profesores, instructores, talleristas, por aquellos envalentonados que emprenden sin paz y con fuerza de cañón el objetivo que viene bajito en niñas y niños llenos de esperanza. Brindo por aquellos y aquellas que encuentran en el esfuerzo el resultado de sus propios triunfos trabajando la excelencia soñada y tan demostrada en el mundo, por aquellos y aquellas que nos cuentan con su danza, con su disciplina, con sus formas... que podemos ir siempre mucho más allá de los que pensamos. Brindo por los logros que no son pocos y por la utópica unión necesaria y real no solo para decir si no para hacer. Brindo por los silenciosos hacedores, por los verdaderos y sinceros, brindo por los destacados y brindo por el ejemplo. Y también brindo por los que no entendieron nada y por la grandiosidad y generosidad que la Danza brinda en su abrazo (…)”.

Puede gustar o no -de eso se trata el arte, de la sensible subjetividad del espectador- el trabajo de Luis Marinoni, pero es innegable el homenaje constante que su trabajo hace al misionerismo, a las raíces ancestrales… y tal vez sea una de las razones que lo erigen como un hereje de la imposición y los mandatos dogmáticos.

¡Hasta el próximo viernes!

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