Una reflexión sobre el último libro de Thomas Piketty

jueves 20 de octubre de 2022 | 6:00hs.

Leyendo la introducción y algunos capítulos del reciente libro ‘Breve historia de la igualdad’, del prestigioso economista francés Thomas Piketty, uno queda con un ánimo histórico optimista, ya que el autor, en base a poderosas estadísticas y numerosísimos autores e investigadores, adelanta que este libro demostrará una mejora de la equidad social –en sus diversas manifestaciones– a lo largo de casi 250 años de la humanidad, desde 1780 hasta el 2021, fecha del libro.

Comienza por afirmar que “se observa una evolución hacia una mayor igualdad de estatus, de patrimonio, de ingresos, de género y de raza en la mayoría de las regiones y sociedades del mundo, aun en el reciente período 1980-2020, más complejo y sujeto a contradicciones de lo que a veces uno se imagina, en cuanto se adopte un punto de vista global y multidimensional de la desigualdad”.

Reflexiona que la desigualdad es una construcción social, histórica y política. En cada país o región depende del estado de equilibrio de poder entre los distintos grupos sociales y las distintas visiones del mundo, que generan niveles y estructuras de desigualdad extremadamente variables según las sociedades y las épocas.

El autor, destacado académico –y no militante político– afirma que la riqueza social a lo largo de la historia es el resultado de un proceso colectivo: la división del trabajo, el uso de los recursos naturales y la acumulación del conocimiento humano. La tendencia hacia la igualdad ha sido consecuencias de luchas y revueltas frente a la injusticia que han transformado las relaciones de poder y modificado las instituciones que habían orientado las clases dominantes para asegurar la desigualdad social en su propio beneficio.

Las conquistas laborales y monetarias como la jornada de trabajo, la prevención y la seguridad en el trabajo, la sindicalización, el pago en efectivo de las remuneraciones, el aguinaldo, las vacaciones pagas, el fin de la discriminación racial, fueros terminando el sistema esclavista hasta el siglo XX. 

Afirma que la tarea por la equidad no es imposible ni inútil; requiere, sobre todo, aceptar que podemos aprender de las trayectorias y experiencias históricas de otros, y especialmente porque el contenido exacto de las instituciones justas se desconoce a priori y merece ser debatido como tal. Cada uno de los avances logrados, lejos de haber alcanzado un estadio final y consensuado, se asemeja más bien a un compromiso precario, inestable y provisional, en perpetua redefinición, resultado de conflictos y movilizaciones sociales específicas, trayectorias interrumpidas y momentos históricos particulares. Tal cosa es lo que sucede actualmente en nuestro país, podríamos agregar.

Piketty afirma que todos adolecen de múltiples deficiencias y deben ser constantemente repensados, complementados y sustituidos por otros. La igualdad jurídica formal, tal y como existe actualmente casi en todas partes, no impide una profunda discriminación por razón de origen o de género; la democracia representativa no es más que una de tantas formas imperfectas de participación política; las de­sigualdades en el acceso a la educación y a la sanidad siguen siendo abismales; la fiscalidad progresiva y la redistribución deben ser replanteadas por completo a escala nacional y transnacional; el reparto del poder en las empresas todavía está en pañales; la propiedad de casi todos los medios de comunicación por parte de un reducido grupo de oligarcas difícilmente puede ser considerada la forma más completa de libertad de prensa; el sistema legal internacional, basado en la circulación incontrolada de capitales, sin ningún objetivo social o climático, se asemeja la mayoría de ­las veces a una forma de nuevo colonialismo en beneficio de los más ricos, etcétera.

Piketty considera que para seguir agitando y redefiniendo las instituciones vigentes serán necesarias –como en el pasado– crisis y luchas de poder, pero también procesos de aprendizaje, de apropiación colectiva y de movilización en torno a nuevos programas políticos y pro­puestas institucionales. Todo eso necesita de múltiples mecanismos de discusión, elaboración y difusión de conocimientos y experiencias: partidos y sindicatos, escuelas y libros, movimientos y encuentros, diarios y medios de comunicación. Como parte de ese conjunto, las ciencias sociales tienen naturalmente un pa­pel que desempeñar, un papel importante, pero que no debe exa­gerarse: lo más importante son los procesos de apropiación so­cial, que implican sobre todo a las organizaciones colectivas, muchas de cuyas formas deberán ser reinventadas.

El eje histórico de esta lucha es el equilibrio del poder, mediatizado por la capacitación de los dirigentes, tanto de los sectores postergados –y obviamente más pobres– como de los poderosos y más ricos. Pero si se priorizan las relaciones y luchas de poder, se puede descuidar la atención en las debilidades ideológicas y programáticas de la coalición gobernante, uno de cuyos rasgos –nunca manifiesto– es el egoísmo miope.

Este libro de Piketty intenta desarrollar el meollo de la cuestión: el progreso humano existe, el camino hacia la igualdad es una lucha que se puede ganar, pero es una lucha incierta, un proceso social y político frágil, siempre en curso –¡a lo largo de los últimos 250 años!– y cuestionado. La cantidad de estadísticas, mapas, distribuciones, gráficas, ejemplos nacionales, etc. es impresionante, digno para especialistas, asesores y dirigentes sociales, políticos y empresarios, pero optimista; son muchos años de avances permanentes y sostenidos –en todo el mundo– para reducir la desigualdad.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?