Bella Misiones y la Argentina decadente

miércoles 19 de octubre de 2022 | 6:00hs.

Nuestra Misiones tiene hermosas, ricas y fascinantes historias rodeadas de leyendas, como la originada cuando los curas jesuitas arribaron a estas tierras a principios del 1600, y el mburuvichá guazú, el jefe comunal, dijera son ellos con expresión de asombro.

Ellos eran los peregrinos esperados desde hacía varias lunas brillantes por los hermanos de la aldea. Bajaron de enormes canoas vistiendo ropajes raros y largas espadas que utilizaban para doblegar a quienes se oponían. Pero el destino y merced a las plegarias que elevaron a Ñandeyara, su Dios, entraron a sus vidas hombres de toga con una cruz en el pecho y la Santa Biblia bajo el brazo. Seres que los trataron fraternalmente cimentados en la ética y moral cristiana. A diferencia de otros pueblos a los que, ignorando sus ritos y su cultura, los sometieron cruelmente con la espada.

Con el tiempo, entre estos curas llegados allende los mares y los originarios de la selva, construyeron treinta pueblos que abarcaba desde el occidente del río Paraná al oriente del río Uruguay: la República Jesuita. Concomitante a la edificación, el avá aceptó la catequización y el aprendizaje del idioma castellano. En tanto ellos, los curas, adquirieron sus costumbres y el dialecto guaraní de manera que, en el día a día de estudiar la fonética, lo convirtieron en idioma. Es el actual hablado en forma oficial como segunda lengua en la república hermana del Paraguay. De esta manera, curas y originarios construyeron la gran Nación Misionera Guaraní sin que jamás perdieran el sentido atávico de cuidar la selva y respetar a los ancianos.

La selva es nuestro hogar y debemos conservarla, de no ser así sufrirán las consecuencias las generaciones venideras, repetía el mburubichá a los tuvichá, cabecillas de cada familia. Antes de la llegada de los misioneros, los tuvichá convivían con los suyos en largos tapyí, cabañas de un solo ambiente separado por tablones. Reunidos los tuvichá, conformaban la junta de jefes, encargados de tratar los asuntos de la comunidad, aunque la última palabra la tuviera el Mburubichá, no sin antes consultar al concejo de ancianos, compuestos por los hombres más respetables de la sociedad tribal, pues sus reflexiones y recomendaciones basadas en experiencias de vida y conocimientos tradicionales, los convertían en verdaderas fuentes vivientes de sabiduría. Cuantos más ancianos, consultas más difíciles debían atender y, de hecho, cuanto más viejo más se convertían en hombres útiles y referenciales hasta que la muerte los llevara a la Tierra sin mal. Costumbre ancestral que hasta hoy, siglo XXl, cumplen los descendientes del guarán desde el mismo momento en que fueron creados por Tupá en la noche de los tiempos.

Y el tiempo pasó en nuestra Argentina, la que fuera potencialmente rica y admirada nación por todos los países del planeta que, de ser la quinta economía mundial de fines del siglo XlX y principios del XX, pasó en el 2022 a ubicarse en el sexto lugar del ranking mundial de miseria económica. Espacio puntual donde nuestros viejos jubilados, en contrastes con los ancianos de la antigua Nación Misionera, conforman el lumpen de la sociedad y tampoco son considerados los sabios consultores como lo fueron aquellos de nuestra primera república. En el reverso, los jubilados de hoy según sus testimonios señalan que la soledad, la aceptación, el afecto y la falta de ingresos como sus principales problemas. Con o sin glorias de ayeres, revisten la caravana de seres solitarios sin amor familiar. Pensar que la Constitución indica que son el grupo de atención prioritario, y acorde con ello deben recibir atención especializada de calidad, el pleno goce de todos los derechos humanos y el de las libertades fundamentales a fin de contribuir a su plena inclusión, integración y participación en la sociedad. ¿Y los viejos que carecen de jubilación? Son los zombis trashumantes que deambulan solitarios por calles y pueblos en el país de los alimentos.

Juan Domingo Perón, el ideólogo del Justicialismo, doctrinariamente, declaró que el Estado debe garantizar el derecho de asistir al anciano hallado en situación de desamparo, otorgándole albergue higiénico y mínimas comodidades. Debe gozar del derecho a una alimentación sana, a vestimenta decorosa, señalando que las instituciones gubernamentales tienen el deber de velar por su salud física y del goce de una tranquilidad libre de angustias y preocupaciones. Sin embargo, desde que se recuperó la democracia en 1983, nuestra Argentina se fue deteriorando de tal manera hasta llegar a esta situación angustiante de pobreza creciente, miseria por doquier y ancianos desprotegidos y abandonados como nunca antes.

Me pregunto: si Evita viviera, ¿qué haría con los gobernantes que no supieron velar por los ancianos? ¿Los echaría con un látigo como Jesús echó del templo a los mercaderes?

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